Raíces de nostalgia: entre la esperanza y la desesperanza

Flor de María Gálvez

enero 27, 2025 - Actualizado enero 26, 2025
Flor de María Gálvez

El último mes del año 2024, me encontré con una experiencia que sonó profundamente en mi corazón. Tuve la oportunidad de compartir momentos especiales con una gran amiga de la infancia y su familia, en una casa que no había pisado en dos décadas. La nostalgia me invadió al llegar a su casa, evocando recuerdos de risas y sueños compartidos. Después de casi 3 años en el exilio, pude comer un tamal chapín y disfruté ayudando a cocinar el ponche, esto fue emotivo y fui feliz.

Sin embargo, mientras disfrutaba de esos momentos, como miles de migrantes, cada vez que escucho una canción que me recuerda a mi país, se me eriza la piel, y una profunda nostalgia me invade. Las imágenes de mi hogar, de las calles que solía recorrer, de la gente que dejé atrás, me llenan de un deseo intenso de regresar. Pero la realidad es dura y cruel. Mi país, al igual que el de muchas otras personas, no ofrece las condiciones necesarias para un retorno seguro y digno. La criminalización y estigmatización son solo algunos de los obstáculos que enfrentamos. Otros, sin embargo, luchan contra la falta de oportunidades, un muro invisible que les impide volver a casa.

En este contexto, la noticia de una ola de deportaciones masivas se siente como un golpe directo. Muchos guatemaltecos y guatemaltecas que han cruzado fronteras en busca de un futuro mejor están ahora aterrados. La incertidumbre se apodera de ellos, pues su estatus migratorio es incierto, y lo que alguna vez fue el sueño americano se convierte en una pesadilla. Muchos se levantan al amanecer y se acuestan al caer la noche, trabajando en empleos que muchas personas “americanas” no están dispuestas a hacer. Son los héroes anónimos que, a pesar de las adversidades, luchan por mantener a sus familias y aportar a la economía de su país a través de las remesas.

La crisis humanitaria que se vislumbra es inquietante. En Guatemala, el acceso a trabajo, salud y educación es cada vez más limitado. El sistema de justicia está cooptado, y la corrupción se entrelaza con la impunidad, creando un ciclo vicioso que atrapa a los más vulnerables. En este contexto, la migración se convierte en una opción desesperada, un grito de auxilio de quienes buscan no solo sobrevivir, sino también vivir con dignidad.

En medio de esta tormenta, espero que el gobierno actual tenga planes de contención. No solo para manejar las deportaciones, que afectan a personas que han vivido durante años en el extranjero y que han sido pilares de sus comunidades. Estas personas sostienen la economía guatemalteca con sus remesas, y su regreso forzado podría desestabilizar aún más una nación que ya lucha en la cuerda floja.

La reunión con mi amiga y su familia fue un respiro para mi alma, un recordatorio de lo que realmente importa: las conexiones humanas, la amistad y el amor que trasciende fronteras. Sin embargo, me pregunto ¿cómo es posible que, en un mundo tan vasto, la esperanza y la desesperanza coexistan de manera tan brutal?

Me he dado cuenta de que nuestras tradiciones no son solo costumbres; son la esencia de nuestra identidad. Son un recordatorio de lo que realmente importa: la familia, la comunidad y el hogar. La migración forzada no solo separa a las familias, sino que también despoja a las personas de su sentido de pertenencia, de su lugar en el mundo.

Hoy, más que nunca, es importante que hagamos un llamado a la empatía y la solidaridad. Necesitamos escuchar las historias de aquellos que han sido desplazados, comprender sus luchas y reconocer que la migración no es un crimen, sino una respuesta a circunstancias desesperadas. A veces, se nos olvida que detrás de cada noticia de deportación hay un ser humano con sueños, aspiraciones y una historia que contar.

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