La gran importancia de la obra ética-filosófica del filósofo judío-lituano-francés Emmanuel Levinas es indudable. Algunos incluso han considerado que su libro fundamental Totalidad e infinito, publicado en 1961, es el libro de filosofía más importante escrito en el siglo pasado. Levinas, en efecto, se propuso mostrar en profundidad en su obra que la verdadera existencia del ser humano no es existir para sí como se ha creído siempre, una conjetura que la filosofía tradicional, la metafísica, ha adoptado como un presupuesto de su labor reflexiva, sino existir-para-el-otro. El ser de cada hombre solo se constituye como tal en su auténtica realidad, cuando es para-otro, de modo desinteresado y pasivo. Por eso cuando cada hombre obra en función de su propios y exclusivos intereses deja de ser un verdadero ser humano, pierde lo más auténticamente humano de su existencia.
Obrar de acuerdo a sus intereses es, sin lugar a dudas, un obrar no solo racional, sino que parece perfectamente natural a todos. Sin embargo, a pesar de esta apariencia natural, es un obrar que despoja del verdadero ser. El carácter racional y natural de este actuar no es motivo suficiente para darle validez, porque es un actuar que lleva a olvidar o a desconocer la existencia del Otro, en cuya presencia surge la propia humanidad, en cuyo rostro se refleja la condición humana de la existencia.
Heidegger, uno de los maestros de Levinas, sostuvo en su libro capital Ser y tiempo que alcanzar una existencia auténtica es en el fondo el proyecto de todo hombre al existir. El Dasein se debe dar en el tiempo finito en que transcurre y la autenticidad de su existencia se logra aceptando y comprendiendo precisamente esa temporalidad que la marca de principio a fin, comprendiendo su finitud mortal, el fin que la muerte le abre como destino inexorable, como imposibilidad de todas las posibilidades que ha tenido en el tiempo de su existencia. Comprensión profunda y definitiva que el hombre adquiere en el momento en que se enfrenta a su propia muerte, al sentir la angustia que le depara.
Sin embargo, Levinas se apartó de esta concepción, porque para él, el ser humano no es auténtico, no es uno o no está integrado consigo mismo, cuando comprende y asume el carácter mortal de su existencia, cuando existe o es-para-la-muerte sino cuando es y existe-para-el-otro. Los seres humanos somos nosotros en lo más hondo y radical de nuestro ser, en el momento que comprendemos y asumimos el mandato que el rostro del Otro nos impone cuando se presenta ante nuestros ojos.
El existir auténtico no es comprender nuestra mortalidad, no es ser-para-la-muerte sino ser-para-el-otro, porque ahí somos nosotros mismos en lo más hondo y radical de nuestro ser. Es la presencia del Otro ante nosotros lo que nos revela lo más auténtico y verdadero de nuestra existencia. Presencia sensible que nos impone el mandato de responder por él; mandato u orden que, en realidad, es una orden que nos damos, que brota del interior de nuestro ser, una orden que no podemos eludir, rechazar o negar y que al obedecerla nos constituimos como los verdaderos seres humanos que el Otro nos reclama ser. Dice Levinas en su libro De otro modo que ser, o más allá de la esencia: “Orden que no ha sido la causa de mi respuesta, ni siquiera una cuestión que hubiese precedido en diálogo. Orden que yo encuentro en mi propia respuesta, la cual, en tanto signo hecho al prójimo, en tanto que “heme aquí”, me ha hecho salir de la invisibilidad, de la sombra en la cual mi responsabilidad podría haber sido eludida… Venida de la orden a la que estoy sujeto antes de oírla o antes de que la oiga en mi propio Decir; mandamiento augusto, pero sin constricción ni dominación que me deja de toda correlación con su fuente, hasta el punto que precisamente de que el decir que me viene es mi propia palabra”.
Pero ¿Quién es el Otro? El Otro es aquél que con su rostro nos revela su gran soledad y desamparo, es decir, su incapacidad de existir por sí mismo, en la que se muestra su ineludible necesidad de existir-para-otro que somos nosotros, es decir, en el que nos muestra su humanidad. Las figuras bíblicas del huérfano, la viuda y el extranjero son, entonces, para Levinas los prototipos del Otro que me imponen la obligación de atender su llamado, de responder por ellos, de existir-para-ellos. Son tres tipos ejemplares y significativos de seres humanos que han quedado en una situación tan precaria que les es muy difícil sostenerse solos en sus vidas, porque han perdido dolorosamente la tierra o el país en donde nacieron o a miembros esenciales de sus familias que les proporcionaban la ayuda, el cuidado y la protección que necesitan naturalmente para vivir.
El Otro al carecer o haber perdido algo primordial de su vida, su tierra originaria o sus familiares más cercanos, se convierte en el ser humano que me reclama, desde el fondo de su ser, responder por él. Respuesta que debe consistir en ofrecerle un nuevo lugar físico, una nueva casa-tierra donde pueda vivir y en asumir el papel y la función de ese familiar querido que ha perdido, así sea también de manera temporal, que le ayudaba a mantenerse de nuevo en vida. Es decir, en reemplazar, en parte y por un tiempo, esa persona perdida que dejó un vacío profundo en su existencia. Así, entonces, cuando asumo este papel respecto a una persona, así que aparece en el horizonte cercano de mi existencia, existo de manera efectiva y real para-él; y esta persona a su vez que encarna el Otro existe para-mí. Y es en esta doble manera de ser y existir en la que nos unimos y nos integramos en medio de la diferencia que nos separa.
Pero el Otro no solo son las personas que han perdido sus padres, sus esposos o sus tierras-países de manera natural, sino también y sobre todo las que han muerto o han perdido a sus seres queridos y sus pertenencias por la acción violenta e injusta de otras personas. El Otro, como lo mostró bien el filósofo argentino Enrique Dussel en La Ética de la liberación, son fundamentalmente las víctimas de acciones violentas realizadas por otras personas u organizaciones que los han despojado de sus vidas o de sus seres queridos, de sus bienes y de sus tierras. Estas víctimas expresan perfectamente esta condición, porque han perdido la vida o han quedado en una situación de precariedad, desprotección humana y económica por la acción deliberada de otras personas. Su otredad o alteridad se acentúa profundamente por esta razón. De ahí que la responsabilidad moral que adquirimos todos los demás de atender su llamado, de prestarles ayuda solidaria, es mayor.
Este es el caso de los miles y miles de personas que todos los días llegan a los países europeos arriesgando sus vidas, pidiendo refugio porque huyen de guerras sangrientas o de actores violentos que azotan a sus países. Son los otros seres humanos, los extranjeros víctimas de la violencia, que demandan con la sola expresión de sus rostros la ayuda solidaria de las autoridades y sociedades europeas para salvar y rehacer sus vidas dañadas. Y estas sociedades tienen la obligación moral ineludible de responder, hoy y mañana, a este llamado de ayuda que les hacen. Solo así estas sociedades les pueden efectivamente confirmar, y renovar al mismo tiempo, la calidad ética que pretenden y reclaman para sí.
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