Comentaba con alguien esta semana sobre lo feo que suenan los títulos imaginarios que nos auto otorgamos. «Artista», «columnista», «escritor», todos esos. Me identifico con uno en específico, pero sinceramente no lo creo apto. No soy doctor o algún tipo de profesional que amerite un trato así.
Es curioso. Podemos avanzar, conseguir, construir, pero la sensación de impostura nos pisa los talones todos los días. ¿No se siente así? No creemos en nuestras capacidades. Nos convencemos de que los logros son accidentes, que la suerte tiene más crédito que el esfuerzo, que el azar es el verdadero arquitecto de nuestras victorias. Y así, nos convertimos en nuestros peores detractores.
Recuerdo que, con siete u ocho años, mientras leía las columnas de opinión a lo largo de una revista ahora inexistente, solía decirme a mí mismo: me gustaría hacer esto. Me gustaría que mi foto apareciera a la par de un texto simbólico, sin mayor entendimiento, y que la gente me leyera. ¿Lo logré? Pues la revista ya ni siquiera circula, y la prensa escrita ya no da para más. J.L.F. y C.M.A. solían escribir en ella, junto a un centenar de experimentados analistas, y ahora que hago algo similar a ellos, no me siento igual. Me sigo sintiendo raro.
Tal vez porque crecer es descubrir que las cosas no suceden como las imaginamos. Que los sueños de infancia, cuando se cumplen, no traen consigo la alegría de fondo que esperábamos. Todo es más opaco, un poco más rutinario. No hay un momento revelador en el que sentimos que hemos cruzado una línea y nos hemos convertido en lo que aspirábamos ser. No hay nada que nos legitime.
Supongo que la duda es un buen síntoma. O al menos es un buen inicio. Peor sería la certeza absoluta, la convicción de que la opinión de uno es incuestionable. Quizá lo más sano es acostumbrarse a vivir en ese espacio intermedio, en esa frontera difusa entre ser y no ser, entre merecer y dudar. Tal vez la impostura nunca desaparece, pero se aprende a caminar con ella sin que pese demasiado.
Y usted, querido lector, ¿se presenta a sí mismo como «querido lector»?
P.D.: No es por ser supersticioso, pero creo que ha tomado muy en serio lo de: «Si me lee, o si ha llegado hasta este punto, le pido que, por favor, me diga sobre qué más escribir». Le agradezco infinitamente sus mensajes, correos y sus críticas. Las recibo con aprecio y algunas otras con un poco más de curiosidad y ambigüedad. ¿No cree que sería raro que mi próxima columna hable de usted? «Escribí sobre mí». Bueno, lo intentaré. Pero como no sé de quién hablo en esta columna o de quién vaya a hablar en la siguiente, siéntase en libertad de identificarse como usted quiera.
Muchas gracias, querido lector.
La próxima semana no prometo hablar de usted; el sábado cae cerca de San Valentín y no quiero malentendidos.
Espero me pueda comprender.
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