Las remesas representan un pilar fundamental de la economía guatemalteca, un salvavidas para millones de familias que dependen de este flujo constante de recursos para su bienestar. Sin embargo, estas transferencias son también un reflejo de las fallas estructurales del país, incapaz de ofrecer oportunidades dignas para sus ciudadanos. A pesar de que el flujo de remesas ha sostenido la economía durante décadas, se necesita de “sustos” como la llegada de Trump 2.0 para que se tome conciencia del problema estructural de generación de empleo productivo de la economía nacional. Sus promesas de endurecer las deportaciones y las políticas migratorias generan incertidumbre sobre la sostenibilidad de un modelo económico que depende tanto de estos ingresos. Un cambio repentino en el flujo de remesas podría desencadenar un impacto devastador para las familias y los sectores económicos que dependen de este consumo.
Aunque no se anticipe un colapso inmediato en 2025, la vulnerabilidad estructural persiste, y la dependencia de Guatemala de este flujo externo se mantiene como un riesgo latente. Esta dependencia tiene un límite: el país sigue atrapado en un modelo económico que privilegia el consumo sobre la producción. Las elevadas tasas de crecimiento de las remesas no se han traducido en un crecimiento económico transformador, lo que evidencia una economía estancada que no logra diversificarse ni generar empleos de calidad. Aunque las remesas sostienen el nivel de vida de muchas familias, su impacto no ha sido suficiente para cerrar las brechas estructurales. El PIB per cápita sigue siendo bajo en comparación con otros países, lo que evidencia la incapacidad de traducir estos recursos en un desarrollo económico más equilibrado.
El crecimiento constante de las remesas desde 2012 ha mostrado la resiliencia de los migrantes frente a desafíos como las políticas restrictivas. Sin embargo, este crecimiento también subraya la fragilidad del modelo económico nacional. Una economía tan vinculada a las remesas está expuesta a factores externos como crisis globales, desaceleraciones en el flujo migratorio o políticas más estrictas en Estados Unidos. Esta dependencia impone la necesidad urgente de crear un entorno que fomente la inversión productiva, reduzca la exposición externa y fortalezca sectores internos con potencial de generación de empleo productivo de manera sostenida. Si bien el crecimiento de las remesas actúa como un factor clave para mantener un nivel mínimo de dinamismo en el PIB, este dinamismo es insuficiente para convertirse en un “motor” del desarrollo. Guatemala necesita construir un modelo económico autónomo, menos dependiente de las remesas para garantizar un desarrollo sostenible a largo plazo. Esto subraya la necesidad de utilizar este flujo como un puente hacia un modelo económico que fomente la productividad, la generación de empleo y la innovación.
El verdadero problema no es Trump ni las decisiones que pueda tomar en materia migratoria, sino la falta de visión estratégica para construir un modelo económico sólido. Mientras las remesas sostienen el consumo, sectores clave como las exportaciones permanecen estancados, incapaces de generar empleo de calidad o de potenciar el desarrollo sostenible. La solución pasa por diversificar la economía, invertir en sectores estratégicos y aprovechar la abundante mano de obra joven del país.
En última instancia, el desafío es construir un futuro donde los guatemaltecos no se vean obligados a emigrar para sobrevivir. Las remesas han sido un paliativo necesario, pero no pueden ser la base del desarrollo a largo plazo. El país debe crear las condiciones para que sus ciudadanos prosperen sin cruzar fronteras. El futuro de Guatemala no puede depender del sacrificio de quienes se van ni de la benevolencia de gobiernos extranjeros. El futuro debe estar en las manos de quienes se quedan.
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