La injusticia y el descuartizador

Renzo Rosal

marzo 7, 2025 - Actualizado marzo 6, 2025
Renzo Rosal

El caso del descuartizador (supuestamente profesional de las ciencias médicas) que, a pesar de ser el evidente responsable directo del vil asesinato de una paciente, queda en libertad después que el juez solo lo ligó por “delito culposo” y no por homicidio, muestra lo dantesco en lo que se ha convertido el sistema de justicia.

A lo largo del juicio, se fueron dando una serie de indicios que marcaron la pauta de la decisión final. El nivel de colusión del juez, el desparpajo del sindicado y los privilegios de los que gozó (como, por ejemplo, no presentarse a la sala de audiencia y ser juzgado por teleconferencia) solo indican las perversidades a las que cualquier ciudadano está expuesto, solo con pisar casi cualquier espacio del sistema de justicia.

La vida poco vale este simulacro de país, pero frente a lo sucedido con el juicio “el descuartizador Malouf”, ese desprecio pasa a nivel de absoluta desvalorización. El hecho es brutal porque el implicado asesinó, descuartizó y desapareció el cuerpo, sin miramiento alguno. Como criminal que es, buscó, además, que el sistema lo protegiera para salir bien librado. Un tipo de proceder, que con todo y el permanente escenario criminal que nos rodea en Guatemala no es común; producto de una mente perversa y enfermiza, pero que recibe el respaldo de un sistema similar, donde ese tipo de hechos son aplaudidos porque los actores (supuestos juzgadores) son parte del mismo tipo de proceder. El descuartizador es visto como parte de los “nuestros”, y, por lo tanto, protegido; porque se eso se trata la muralla: no dejar pasar la verdad.

La impunidad es un fenómeno aberrante y permanente. Pero, cuando casos como el analizado, se hacen realidad, generan una ola de indignación. El caso muestra una serie de anormalidades, indicadores de los retrocesos que marcan nuestra sociedad. ¿Cómo un tipo, como el asesino, entró y se graduó de una universidad?, ¿Cómo se le ha permitido ejercer su “profesión”? ¿Regresará campante a su clínica a seguir poniendo en riesgo a cuanto paciente llegue a sus manos? ¿El Colegio de Médicos no tiene “algo” qué decir? Sus colegas, cirujanos plásticos, ¿lo seguirán teniendo como “colega”? ¿El juez será investigado por los incentivos que habría recibido para congraciarse con el criminal? Preguntas muchas, pero sin respuestas.

Este caso aborrece porque ha sido público y aterrador; pero ¿cuántos hechos similares ocurren de manera cotidiana y seguirán sucediendo, sin que los responsables afronten las consecuencias? Algunos formalistas dirán que el sindicado tuvo sentencia, pero esa fue de adorno; indicador adicional del menosprecio que representa la vida en este país.

A nivel global experimentamos un período de putrefacción en general, el orden racional está al revés. Evidenciamos retrocesos a granel, los escenarios más primitivos evidenciados al inicio de la evolución humana no son nada en comparación con las brutalidades cotidianas que vemos y sufrimos los seres humanos.

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