Cada 15 de septiembre, Guatemala celebra su independencia de España, lograda en 1821.
Las festividades patrias llenan las calles de banderas, desfiles y las famosas antorchas que para algunos provocan felicidad y para muchos otros, enormes disgustos y molestias, principalmente por el tráfico que ocasionan.
Sin embargo, más allá de los festejos, surge una pregunta necesaria y a la vez incómoda: ¿es realmente independiente un país que enfrenta graves problemas socioeconómicos y una corrupción rampante?
Algunos pensarán que esta pregunta radica en un componente envuelto de pesimismo que compromete años de libertad de la Corona.
Sin embargo, soy de la opinión que no se trata sólo de escribir en alusión a romanticismos, sino plasmar temas que merecen más análisis y provoquen replantear crudas y poco alentadoras realidades, que duelen más allá de lo normal, para aceptarlas e intentar superarlas.
De lo contrario, escribir estas columnas de opinión valdría más la pena hacerlas en torno a poesías y haciendo uso de nuestro derecho a la expresión en otro tono y contexto.
En esencia deseamos trasladar preocupaciones que inviten a accionar sobre ellas y finalmente mejorarlas a través de soluciones y sobre todo, en forma conjunta.
Si bien, Guatemala ha disfrutado de una soberanía formal durante más de 200 años, la realidad de muchos guatemaltecos cuenta otra historia, donde la independencia sigue siendo una promesa no cumplida.
Por tanto, el concepto de independencia debe entenderse en un contexto contemporáneo, no sólo el que hace referencia a la historia.
En un mundo globalizado, la independencia no se limita a la ausencia de dominio colonial. Hoy, un país verdaderamente independiente debería poder autogobernarse con justicia equitativa y nula impunidad, en donde la soberanía política, económica y social, sean pilares de su democracia y su Estado de Derecho.
Esto implica la capacidad de gestionar sus propios recursos y decisiones, sin depender de actores nacionales e internacionales, ya sean gobiernos extranjeros o instituciones financieras que siguen siendo un soporte muy grande y a la vez importante, para generar sostenibilidad a muchos esfuerzos. Por supuesto que hoy esto se hace necesario y se agradece, pues de lo contrario pocas o nulas inversiones de gran escala se lograrían. En el mundo interconectado en el cual hoy vivimos, las alianzas y cooperaciones son parte de las relaciones bilaterales o multilaterales que brindan grandes apoyos que no deben confundirse con la pérdida de soberanía, sino más bien relaciones basadas en acuerdos, que se suscriben en pro de ayudar a países como los nuestros, para cooperar en sus conflictos y debilidades.
Reitero que para muchos esto lo interpretan como subordinación, mientras que para otros son la sustancia de un mundo globalizado que se conecta para mejorar el bienestar de las poblaciones, de acuerdo a las normas del derecho internacional público e incluso el privado.
Si Guatemala no ha sido capaz de lograr su totalmente autosostenibilidad, por esa imperante corrupción e impunidad, su sostenibilidad aún se vería comprometida pero no por el apoyo que recibe, sino por sus malas prácticas y la violencia que se ubica dentro de los países no independientes de sus propia economía y políticas de sostenibilidad.
Es decir, Guatemala goza de grandes problemas socioeconómicos, lo que se traduce en barreras para su coexistencia, de una manera con total independencia.
Uno de los mayores obstáculos que enfrenta este país en su búsqueda por una independencia real, es la profunda desigualdad económica. Según datos recientes, éste se encuentra entre los más desiguales de América Latina, con la riqueza concentrada en manos de una minoría privilegiada y una mayoría absolutamente en pobreza.
Esto tiene consecuencias devastadoras para la mayoría de la población, que lucha por acceder a recursos básicos como educación, salud y empleo digno.
Para muchas comunidades, especialmente en áreas rurales y entre pueblos indígenas, esta pobreza no sólo es un desafío económico, sino una exclusión social que perpetúa un ciclo de desigualdad. Dicha situación no sólo limita el desarrollo individual, sino que aquí tiene cabida el concepto mismo de pérdida de soberanía, ya que un país en donde gran parte de la población no puede acceder a sus derechos básicos, difícilmente puede considerarse verdaderamente libre.
¿Cómo puede hablarse de independencia cuando una nación no puede garantizar los derechos fundamentales de su pobladores? Lamentablemente todo esto es producto de esa sombra llamada corrupción que corroe la democracia, el Estado de Derecho y el desarrollo.
En Guatemala, la corrupción es sistémica y presente en todos los niveles del Estado y la sociedad. Desde el desvío de fondos públicos hasta la compra de voluntades políticas, lo cual ha generado que las instituciones dejen de funcionar para el bien común, perpetuándose el subdesarrollo.
Por lo tanto la desconfianza en dichas instituciones es una consecuencia directa de esa repugnante corrupción. Cada nuevo escándalo de este mal, refuerza la percepción de que el gobierno y especialmente el ente investigador, MP, no actúa en beneficio de sus ciudadanos, desprotegiendo a las mayorías y beneficiando a unos pocos. Además, la impunidad sigue siendo un problema crítico: los responsables de grandes casos de corrupción rara vez enfrentan consecuencias reales, lo que refuerza la percepción de que el Estado no sólo es ineficaz, sino cómplice. ¡Esto finalmente no es independencia!
Por todo ello y más, Guatemala nececita del apoyo de actores externos, ya sea a través de la deuda pública o el apoyo de potencias extranjeras. Esto provoca, dependencia de apoyos, técnicas y herramientas, más no injerencia de organismos internacionales que, en muchos casos, priorizan sus propios beneficios por encima de las necesidades de pueblos, como el guatemalteco.
Estos constantes escándalos de corrupción también socavan los esfuerzos por construir un sistema democrático genuino. En lugar de fortalecer la transparencia y la participación ciudadana, la corrupción debilita las instituciones, fomentando la apatía y la desconfianza en el sistema político. Esto no sólo afecta el desarrollo económico y social del país, sino que perpetúa una situación en la que la verdadera independencia sigue siendo inalcanzable.
A más de 200 años de su independencia, Guatemala enfrenta retos que ponen en duda el verdadero significado de este concepto. Los problemas socioeconómicos y la corrupción no sólo limitan el bienestar de la mayoría de los ciudadanos, sino que también minan la capacidad del país para ejercer una soberanía plena. Aunque este país no esté bajo control colonial, sigue siendo rehén de una estructura interna de poder que perpetúa la desigualdad y la dependencia.
Para lograr esa independencia real, nuestro país debe enfrentarse a estos desafíos con valentía. Esto implica combatir con todas las fuerzas posibles la corrupción, reducir la pobreza y promover un sistema más inclusivo y transparente.
Sólo entonces podrá Guatemala, cumplir la promesa de independencia que hace más de dos siglos fue proclamada, pero que aún sigue siendo una esperanza y una aspiración.
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