Imagen de la cinta El ojo y el muro. Foto: Javier del Cid, tomada del Facebook del actor
Más allá de haber sido un actor de carácter con una sólida formación tanto en Guatemala como en España, Roberto Díaz Gomar era, según cuenta el actor y crítico de arte Guillermo Monsanto, “una persona sumamente afable que creía en gozar la vida y compartir sus experiencias”.
Monsanto, como muchos otros artistas, tuvo la oportunidad de convivir con el actor, quien entre otras muchas de sus virtudes tenía la de ser un magnífico anfitrión. “Una noche nos invitó a Luis López Bautista, a María Dolores Aycinena y a mí a echarnos unos traguitos. Él hizo unos tacos. Pasamos una velada muy interesante en la que recitó un soneto con una intensidad y con una capacidad expresiva que nos dejó a los tres muy complacidos. Resulta que fue el primer soneto que aprendió y con él ganó muchos premios siendo niño”, relata Monsanto.
Esas veladas de bohemia fueron experimentadas por muchos otros actores como Jose Peñalonzo, quien rememora cómo Díaz Gomar mantuvo siempre abiertas las puertas de la que él bautizó como la Casa del Picot, que según contaba el propio actor, debía su nombre a que era la parte trasera de una vivienda de su familia en la que se guardaba un pick-up. Esa casa, ubicada en el callejón del Hermano Pedro, en la Antigua Guatemala se convirtió en refugio y espacio de convivencia para muchos personajes de la cultura del país.
Peñalonzo afirma que esas noches de bohemia, que se daban casi siempre después de algún evento, “comenzaban con brindis de vinos y poco a poco se transformaban en veladas en las que Roberto sacaba su guitarra y declamaba. Luego, algunos de los convidados también tocaban instrumentos y todos se ponían a cantar”. Pero más que pura diversión, en esas jornadas Díaz Gomar, mostraba su generosidad al compartir sus vivencias. “Se generaba un sentimiento como de familia en la que Roberto era como el papá putativo de tantos artistas porque literalmente nos cobijaba de corazón bajo su experiencia como artista”.
El poder transformador
Peñalonzo, relata que cuando 1997, él incursionó en la actuación profesionalmente, ya Díaz Gomar era un referente por su profesionalismo y entrega en las tablas. Sin embargo, no tuvo ocasión de conocerlo sino hasta 2004 cuando él realizó una audición para la cinta Las cruces poblado próximo, mientras Díaz Gomar pertenecía al crew de la producción. Cuenta que fue seleccionado para realizar el papel de Pablo en el filme y tuvo la oportunidad de trabajar con Roberto durante el rodaje. No fue sino hasta muchos años después cuando se enteró que él había determinado su elección para el rol. “Fue muy importante para mí saber que él me había abierto las puertas”, dice.
Posteriormente, Peñalonzo vivió cinco años en Nueva York. En las pláticas, posteriores que sostuvieron ambos actores, comparaban experiencias de vida y trabajo en el extranjero.
Peñalonzo afirma que junto al también actor y dramaturgo Luis Carlos Pineda comentaban durante el funeral de Roberto, que estar presentes en sus honras fúnebres, era lo menos que podían hacer por él, porque él siempre asistía a ver las obras teatrales o películas de sus colegas, aunque no tuvieran mucha calidad. “Siempre nos decía que, aunque lo que hicieran no fuera bueno, debíamos seguir adelante para mejorar”, añade.
La entrega y las deudas
La carrera de Díaz Gomar comenzó muy temprano. Nació en Escuintla en el seno de una familia que poseía una sala de cine y realizó su primera actuación teatral a los cuatro años en el quisco del Parque Central de su municipio natal. A partir de entonces, fue desarrollando sus capacidades para la interpretación. Entre 1965 y 1966 fundó junto a otros estudiantes el grupo de teatro de la Universidad Rafael Landívar. Posteriormente, cuando estudiaba para ser Abogado y Notario, se integró al grupo El Derecho, de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Las condiciones políticas del país le obligaron a tomar la decisión de exiliarse en 1978, luego de haber perdido a algunos de sus amigos. Llegó a España, que recién salía de la dictadura de Francisco Franco. En ese país, como lo hace notar Monsanto, “se vivía un despertar para la expresión artística”. Roberto continuó preparándose, mientras encontraba la manera de ganarse la vida en diversas puestas en escena.
Gracias a su talento incursionó en el teatro callejero de Salamanca y luego, dirigió un grupo en Málaga. Al concluir esta agrupación debió buscar nuevos proyectos. El primer proyecto donde se le dio la oportunidad como extra fue en la y trabajó como extra en la película Luces de bohemia. Realizó algunos trabajos de publicidad a partir de 1986. Participó en la cinta Baton Rouge (1981); y en Las edades de Lulú (1990).
Participó como actor y director en el Festival de Cabueñes. Fue también profesor y fundador del Grupo de Teatro de la Universidad de Comillas de Madrid.
Volvió a visitar Guatemala en 1992 y estuvo yendo y viniendo a España hasta que en 1998 tomó la decisión de regresar al país, luego de 20 años de exilio. Participó en las obras La Cantada del General. El Quijote para Niños, Voces en el Umbral, Medea, El Tenorio y la producción de La chabela en la Historia, entre otras.
También se involucró en la producción cinematográfica en varias películas y cortometrajes. Algunas de las cintas en las que trabajó fueron Discurso contra el olvido, Días Mejores; Lo que soñó Sebastián, Donde acaban los caminos, La Casa de Enfrente, VIP la Otra Casa, Prohibido Parpadear; Looking for Palladin, Un presidente de a sombrero, Toque de Queda, Puro Mula y Distancia, entre otras.
Fue fundador de la Asociación Guatemalteca de Cine (AGAcine), que enfocó sus acciones en la elaboración de la Iniciativa de Ley 3728, Ley de Fomento a la Industria Cinematográfica y Audiovisual. La cual hasta la fecha sigue siendo una asignatura pendiente.
Entre los recientes trabajos teatrales de Roberto Díaz Gomar, quien se mantuvo siempre muy activo en las artes escénicas, se contaba la puesta en escena de la obra «El Veneno del Teatro» en el Thalia Spanish Theatre, la cual fue ampliamente ovacionada por medios locales de Nueva York, en 2021.
Aunque aún es prematuro pensar en homenajes permanentes algunos de sus colegas y amigos hacen votos porque el legado de Roberto Díaz Gomar se honre con actos como darle su nombre a la calle donde se ubica llamada Casa del Picot, que en la actualidad se llama Callejón del Hermano Pedro. También se reconoce la necesidad de continuar con trabajos como el ya emprendido por Luis Carlos Pineda con un documental que realzaría el legado tanto de Díaz Gomar como de otros artistas de su talla.
En la memoria de sus amigos, quedan acciones concretas de apoyo, pero también actos simbólicos que representan el carácter comprometido del artista, tal como la alfombra, que a sus instancias se elaboraba los Jueves Santos, en la calle donde vivía y en la que en vez de exponer motivos religiosos se denunciaban injusticias y problemáticas del país.
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