Decidirme a escribir acerca de un libro nuevo que se presentó en la reciente Feria del Libro en Guatemala me ha costado mucho porque éste se enfoca en una temática perturbadora: la traición. Sin embargo, es necesario hacer comentarios críticos sobre lo que se publica y voy a intentar hacerlo de manera que ustedes lo lean y formen sus propios criterios. Antes de entrar en materia, felicito a la autora y a la casa editorial F y G que de esta manera contribuyen a ampliar el acervo sobre la historia del siglo XX en Guatemala.
El Hombre Lobo. Lucha clandestina, delación y sobrevivencia es producto de una investigación psicosocial realizada por Elizabeth Osorio Bobadilla, quien se apega a la teoría, basada en testimonios y evidencias documentales, sin hacer juicios de valor o condenas morales. Aunque ella misma está implicada en los hechos que narra, como militante y por sus vínculos familiares y amistosos, logra mantener la templanza necesaria para compartirnos un trabajo académico que tendrá otras interpretaciones y probablemente generará discusiones interesantes.
Es necesario decir que el prólogo que antecede al texto nos brinda un punto clave desde el cual acercarnos al tema. La antropóloga feminista Yolanda Aguilar Urízar asume la perspectiva de la traición para analizar la descomposición social y política que conduce a la delación de compañeras y compañeros y la traición a los principios políticos. De su lado, el texto del investigador mexicano Juan Carlos Vásquez Medeles, conocedor del fenómeno, también introduce ideas que nos pueden servir para abordajes desde las ciencias sociales y la memoria.
La autora, además de ubicarnos en el contexto espacial y temporal donde se desarrolla la historia, “un periodo corto, pero especialmente tenebroso”, nos involucra como lectoras al preguntarnos cómo hubiésemos actuado de ser nosotras las víctimas de torturas y vejaciones inenarrables.
Poner en cuestión la ética nos lleva a realizar un autoexamen profundo de nuestras creencias y valores, de nuestras formas de ser y actuar. Evaluar nuestras intervenciones en la vida colectiva, nuestros aportes o nuestros errores, es un gesto de valor y de voluntad que puede ser la base sobre la cual construirnos como individuos y como sociedades libres. Y ese es otra virtud de este libro: que estimula el análisis de las relaciones de poder en las cuales estamos inmersas, y pone el dedo sobre la llaga de la violencia como mecanismo de control y como cultura dominante.
El primer capítulo del libro elabora un perfil complejo, integrado por varias aristas, de Carlos Humberto Quinteros García, conocido como Miguel o el Hombre Lobo en las filas del Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT, quien fue capturado por agentes de inteligencia militar el 9 de octubre de 1983 en una cevichería de la zona 11, al mismo tiempo que el periodista Pedro Julio García permanecía secuestrado por dicha organización.
La vida familiar, personalidad, militancia y rupturas políticas, son aspectos que nos permiten imaginar a un personaje controversial cuyas decisiones vitales lo condujeron a la traición, la captura y el asesinato de muchas personas, mujeres y hombres que aparecen documentados en el Diario Militar donde se encuentran las fichas de 183 personas capturadas en un operativo en el que el Hombre Lobo jugó un papel macabro, todo lo cual sumó para que años más tarde, en marzo de 1987, “se le aplicó la justicia revolucionaria” y fuera eliminado por quienes alguna vez consideró sus compañeros.
Sólo este primer apartado nos pone frente a una realidad histórica que forma parte de nuestro presente. El uso de la violencia contra toda persona y organización que cuestionara al sistema se institucionalizó, no sólo porque el Estado de Guatemala asumió políticas represivas y genocidas, sino porque la cultura dominante implantó un imaginario en el que la violencia fue naturalizada y hasta promovida como mecanismo para prevenir el comunismo, o las transformaciones sociales.
Osorio elabora un complejo tejido en el que vemos los hilos de la guerra contrainsurgente puestos en práctica a través de la infiltración, la intimidación, el chantaje, la tortura y muchos métodos que el ejército ejecutó, asesorado por expertos extranjeros, para la destrucción de las organizaciones. El efecto cascada, título del segundo capítulo, visibiliza las consecuencias que tuvo en la militancia y en el mismo Hombre Lobo, la traición, la delación, la entrega y el quiebre de quienes no aguantaron la presión, el dolor, la crueldad.
La autora describe las fases psicológicas por las que atraviesa una persona capturada, que van desde el impacto mismo de la captura, la estancia en un centro de detención clandestino (donde es sometida a vejaciones y torturas), la amenaza a sus familiares, y la presencia de quien los había entregado. Un concepto esclarecedor para este momento es el de traición inducida, utilizada para vencer la resistencia mental.
La libertad condicionada que les fue otorgada a algunas personas capturadas también fue una de las salidas que tuvieron frente a la tortura y la muerte. Implicaba control de la persona, entrega de información y, sobre todo, devaluación, culpa, confusión. El tercer capítulo, titulado Procesos psicológicos, nos facilita varios conceptos para intentar comprender los mecanismos y las vías por las cuales se doblegaba a las personas y se las obligaba a obedecer y cumplir los mandatos de los captores. La autora describe “la conversión de delator en agente de inteligencia” del personaje, y analiza las tácticas psicológicas para quebrar la moral de las personas en su poder. El carácter, la subjetividad, y aspectos de personalidad son puestos bajo la lente en un ejercicio analítico que arroja luces sobre un fenómeno que abarcó a varios actores.
No exagero al decir que el Hombre Lobo no fue uno, sino varios que, vencidos por sus condiciones, por el entorno y por otras determinaciones, traicionaron lo que en algún momento fue su sentido de vida. Considero que el fenómeno que este hombre encarnó, abarcó a muchas personas que padecieron situaciones similares. Sin embargo, queda pendiente seguir investigando no sólo a quienes traicionaron, sino a quienes los llevaron allí, a quienes trabajaron para destruir un movimiento social que buscaba justicia, a los ideólogos y ejecutores de las masacres.
Sería muy largo continuar describiendo los contenidos de este libro y por ello voy cerrando con una exhortación a su lectura crítica y a continuar investigando cómo se ha intentado eliminar el espíritu de lucha contra las opresiones, y sobre todo cómo se ha sostenido en el tiempo, a pesar de las adversidades, el potente e inacabable deseo de libertad y justicia.
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