La música es un poderoso disolvente cultural que penetra y atraviesa todos los poros, desintegrando las barreras y diferencias que existen entre las personas. Se trata, en primerísimo lugar, de la música, pero abarca también las variadas manifestaciones artísticas que en determinados momentos algunos gobernantes han intentado controlar o censurar, argumentando que dichas expresiones tienden a subvertir el orden político y social.
Esto lo hemos visto más recientemente en regímenes comunistas de modelo soviético y chino hasta los años sesenta y setenta del siglo pasado, en los que hubo un fuerte control sobre las artes y la cultura. El realismo socialista primaba como estilo artístico oficial, apoyando obras que reflejaban los ideales del Estado y de la clase trabajadora. Anteriormente, el régimen nazi de Alemania había promovido también una cultura que exaltaba los ideales arios y censuraba las obras que consideraba degeneradas, como las de los artistas judíos o las de aquellos que expresaban ideas críticas o contrarias al régimen.
Más antiguamente, durante la inquisición y el Renacimiento, la Iglesia Católica reguló la literatura y las artes, censurando obras que consideraba heréticas. En el Renacimiento, aunque hubo un gran florecimiento cultural, también se impusieron restricciones en temas religiosos. Y nos encontramos entonces con la Roma antigua, especialmente bajo emperadores como Augusto, cuando se promovieron obras que glorificaban el Estado y la moral romana, y durante los cuales la censura literaria y artística se utilizó para mantener la cohesión social y política.
Por supuesto, no podía faltar la presencia de la cuna de la civilización occidental representada por Grecia y uno de sus filósofos más emblemáticos: Platón. En su obra “La República”, Platón presenta su visión de una sociedad ideal en la que los ciudadanos divididos en clases, tienen un papel específico y deben contribuir al bienestar del Estado. En el contexto de la música y la poesía, Platón sostiene que estas artes son poderosas y pueden influir en las emociones y en el comportamiento de las personas. Por ello, afirma que es crucial que la música y las narrativas que se permitan en la educación de los jóvenes sean aquellas que promueven la virtud, el autocontrol y la armonía social.
Platón se preocupaba así por el efecto que la música podía tener en la psique. Por ejemplo, consideraba que ciertos ritmos y modos musicales podían incitar a la tristeza, la ira o la pasión desmedida, lo que podía conducir a la descomposición del orden social. Por lo tanto, proponía que la música utilizada en la educación debía ser seleccionada cuidadosamente para cultivar el carácter y la disciplina. Además, Platón criticaba a los poetas y artistas que representaban temas que podían ser considerados inmorales o destructivos, sugiriendo que estos debían ser excluidos de la educación pública. La idea era que una sociedad debe ser protegida de influencias que puedan llevar a la corrupción moral o a la falta de cohesión. En resumen, la música y, más allá, la regulación de las artes, era vista como una medida necesaria para mantener la justicia y la armonía en la sociedad. Estos ejemplos muestran que, a lo largo de la historia, la regulación de las artes ha sido utilizada para mantener el orden social, promover ideologías específicas y controlar la influencia cultural.
Más que cualquier discurso racional, ideológico o político, es la música la que nos enchufa automáticamente con nuestra esfera cerebral emotiva, removiendo recuerdos y sentimientos personales que, al ser compartidos colectivamente, constituyen poderosos vectores de movilización masiva sobre todo para los jóvenes, llenando a tope foros y estadios que prácticamente jamás un político podría llenar. Por supuesto, las iglesias evangélicas neopentecostales han aprovechado este fenómeno para implementar sus prédicas con música y cánticos espectaculares que crean un ambiente hipnótico y delirante propicio a profundizar la vulnerabilidad y dependencia del público hacia los pastores, profetas y fabricantes de fe y de fortuna.
¿Por qué los músicos y -hay que reconocerlo- también los equipos de fútbol, tienen un atractivo y un impacto masivo en el público mucho más fuerte que el que tienen los políticos, sobre todo en los estadios? El éxito y el impacto tanto de los músicos como de los partidos de fútbol puede atribuirse a varias razones:
1-Emoción y pasión. La música y el fútbol, con sus elementos rituales y repetitivos, generan emociones intensas. Los conciertos y los partidos despiertan pasión, alegría y una sensación de pertenencia que a menudo trasciende la política. La música puede resonar con las experiencias personales de las personas, mientras que el fútbol fomenta la rivalidad y la camaradería. En ambos casos, el cuerpo, las sensaciones físicas, están a flor de piel.
2-Identidad y comunidad. Tanto los músicos como los equipos de fútbol crean un sentido de identidad y de comunidad, de implicación personal. Los aficionados se agrupan en torno a sus artistas y equipos, formando comunidades que comparten valores, tradiciones y experiencias. Esto contrasta con la política, que puede ser divisiva y fría.
3-Accesibilidad y entretenimiento. La música y el deporte son formas de entretenimiento más accesibles. Los conciertos y los partidos son eventos sociales donde las personas pueden disfrutar, relajarse y desconectar de las preocupaciones cotidianas. La política, en cambio, a menudo puede ser percibida como compleja, estresante y aburrida.
4-Cultura popular. Los músicos y los atletas a menudo se convierten en íconos de la cultura popular, influyendo en tendencias y estilos de vida. Su presencia en los medios de comunicación y en las redes sociales amplifica su impacto y atractivo, haciendo que sean figuras más cercanas y relevantes para el público. Músicos y deportistas suelen tener una presencia carismática que atrae a las masas. Su capacidad para conectar con el público crea un vínculo que puede ser más significativo que con los políticos, que son distantes e inaccesibles.
5-Experincia compartida. La experiencia de asistir a un concierto o a un partido es generalmente más visceral y colectiva. La energía de la multitud, la música en vivo o la emoción del juego crean momentos memorables que pueden unir a las personas de una manera que los discursos políticos rara vez logran. La música y el fútbol abarcan una amplia gama de géneros y estilos, lo que permite a diferentes grupos de personas encontrar algo que resuene con ellos. Esa diversidad fomenta un sentido de inclusión que a menudo falta en la política, donde las divisiones ideológicas pueden ser más marcadas.
6-Despolitización. En muchos casos, la música y el deporte pueden ofrecer un escape de la política. En estadios y conciertos, las personas pueden dejar de lado sus diferencias y disfrutar de la experiencia sin el peso de las tensiones políticas.
7-Redes sociales y cultura digital. En la era digital, la música y el deporte tienen una presencia masiva en las redes sociales, donde los artistas y equipos pueden interactuar directamente con sus seguidores. Esta interacción personaliza la experiencia y a hace más relevante, mientras que la política a menudo se siente más institucional y menos accesible.
Son las cualidades que tienen a veces los cantantes, los músicos y algunos futbolistas, y la superioridad que muestran sobre los políticos: su carisma, su empatía, la sensación de tener orígenes sociales similares, la cercanía humana y la sencillez, la impresión de sinceridad, el mostrarse fuertes y frágiles a la vez, el abordar temas cotidianos que nos afectan a todos como el amor, la pérdida o la lucha, que son las características que permiten a las personas sentirse identificadas. En la música y en el fútbol, los aficionados pueden vivir el triunfo y la derrota de manera personal, como si formaran parte de un equipo. Esta implicación emocional suele ser más intensa que la que se experimenta con la política, que parece mucho más lejana y abstracta. Todas estas son, pues, consideraciones que deberían ser tomadas en cuenta por aquellos políticos que quieran trascender. De lo contrario, no pasarán de zopilote a gavilán.
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