Zoila Aurora

Consciente de las debilidades que afligen al hombre que ha descrito la vida en Rusia, al viajero recién llegado de Japón, al escritor que ella ha leído con dedicación y admiración, da rienda suelta a su amor y se casa, a pesar de las advertencias del mismo Enrique, que se asume como un ser caprichoso.

Ana Cofiño

febrero 2, 2025 - Actualizado febrero 1, 2025

En una venta de libros usados compré Mi vida con Enrique Gómez Carrillo, de la escritora peruana Zoila Aurora Cáceres Moreno (1877-1958), y de inmediato me puse a leerlo, quizá sorprendida de no haberlo hecho antes. Descubrí que este texto abre muchas avenidas para la investigación, una de ellas, la de las mujeres escritoras, y otra, la de las feministas latinoamericanas. Aunque este libro gira en torno a su relación con el famoso “Príncipe de los cronistas”, al estar basado en sus diarios, pone de relieve los sentimientos contradictorios de una escritora de inicios del siglo XX, navegando en las innovaciones del modernismo con un hombre seriamente afectado por la neurastenia.

El ejemplar que recién terminé de leer, fue publicado en Guatemala, por la Tipografía Nacional, bajo la dirección de Ana María Rodas, y prologado por Aída Toledo en 2008. Antes fue impreso en Perú en 1929, después de la muerte de Carrillo. Me parece necesario subrayar que Aurora Cáceres era una escritora que, desde joven, residiendo en Buenos Aires, tuvo una vida intelectual activa y también publicó artículos en diarios europeos. Hija de un militar, expresidente de Perú, que ejerció cargos diplomáticos y de una madre francesa, Aurora creció en distintos países, lo que le valió ser reconocida en Italia, Alemania, España y Francia, donde se graduó de La Sorbona con una tesis sobre el feminismo en Berlín. Publicó varios libros, entre ellos, la novela La rosa muerta, con prólogo de Amado Nervo; Mujeres de ayer y hoy (1910), Oasis de arte (1912), La ciudad del sol(1927), prologado por Enrique Gómez Carrillo, entre otros. Fue fundadora de la asociación Feminismo Peruano y trabajó en favor de los derechos de las mujeres.      Desde sus primeras líneas, saltan a la vista las contradicciones que acechan a las mujeres cuando se enredan con hombres poderosos, sea por su dinero, por su atractivo o por su talento. La seducción de la palabra, el encanto del físico, las posibilidades materiales son peligrosas trampas. Pensando en cómo los discursos y los conocimientos se convierten en un elemento de atracción sexual, recordé aquello que dicen los patojos: “casaca mata carita”, en referencia a cómo con un buen rollo, enamoran, aunque no sean tan guapos. Es un fenómeno que conocen quienes han caído en las redes de personas que, con elocuencia, envuelven y apantallan. Saben de qué hablo, ¿verdad? Sexosapiencia le dicen a esa forma de enamoramiento.

 Volviendo al libro en cuestión, en la primera entrada, fechada en julio de 1902, escuchamos la voz íntima de una joven escritora que entabla relación con Enrique Gómez Carrillo, escritor de moda en París, quien le solicita un artículo para la revista que él dirige, Álbum de Minerva, en su calidad de representante diplomático del gobierno de Estrada Cabrera.  Ella duda antes de conocer al autor de una novela “endiablada” titulada Del amor, del dolor y del vicio que ha leído a escondidas de su familia y que le parece original y atrevida. Le atrae “la conversación con un escritor joven y tan inteligente como él, debe ser muy entretenida y distinta a la de los señoritos elegantes que yo trato.” Poco después afirma: “Quiero ser profesional y no quedarme en aficionada…”, se siente halagada porque sus cuentos, firmados con el seudónimo Evangelina, fueron comentados por EGC. La curiosidad por conocerlo la inquieta, hasta que finalmente sucede.

Para la juventud de hoy, puede que este libro sea un cuadro de costumbres del pasado remoto, donde tarjetas, cartas pneumáticas y telegramas eran la forma de establecer comunicación romántica. Así dieron los primeros pasos estos dos jóvenes, hasta llegar al encuentro personal, regido por las normas de género que exigían pudor y recato. El efecto en Aurora es notorio: “Me siento aturdida, sin acertar a combinar pensamiento alguno; en mi cerebro se ha formado un laberinto del que nada lúcido se transparenta; ni siquiera recuerdo lo que hemos hablado.”  Las visitas se multiplican y la pasión los envuelve. Ella lo cubre de virtudes: es bondadoso, alegre, gentil, capaz, pero al mismo tiempo, sabe que le gusta comer con champaña, que ha amado mucho y que “No tiene ni de la vida ni de la moral un concepto muy austero que digamos”.

Consciente de las debilidades que afligen al hombre que ha descrito la vida en Rusia, al viajero recién llegado de Japón, al escritor que ella ha leído con dedicación y admiración, da rienda suelta a su amor y se casa, a pesar de las advertencias del mismo Enrique, que se asume como un ser caprichoso. A través de sus apuntes, conocemos a una mujer que se debate ante la abrumadora galantería del marido, quien a su vez, alardea de ser un rebelde que rompe con las convenciones sociales y se ufana de ser considerado bohemio y mujeriego.

 Las páginas del diario de casada de Aurora son tristes, predomina la pesadumbre, el conflicto, la fatiga. El sólo hecho de separarse unas horas, se vuelve muestra de desamor, drama que conduce a rupturas. Al poco tiempo de casados, Aurora dice: “Hoy hace un mes que me casé y me siento no sólo cansada, sino abrumada con la inestabilidad de Enrique…”  Se queja que ha estado majadero, insufrible, de mal humor. “De las grandes cóleras pasa a la irritabilidad incontenible…” “Cuando le pasa el mal humor, ni siquiera recuerda la dureza de sus palabras, que me ofenden…” “Vivo en un sobresalto continuo…” La autora se somete: “…prefiero soportarle todo que contrariarlo en lo más mínimo.” Y así, sigue escribiendo enferma, quebrada por los insultos y el abandono, y a ratos, con esperanzas de recuperar su matrimonio.

Es inevitable comparar esta historia con las de otras muchas mujeres que han vivido con hombres violentos, diagnosticados como neuróticos o simplemente como machos. Todas conocemos a muchos hombres bravos que somatan cosas, que levantan la voz, que golpean. Que son “bien delicados” y hay que tratarlos con pinzas. Es un patrón patriarcal que se reproduce, adaptándose a los tiempos: Para dominar, mano dura. Y así como Gómez Carrillo pretendía que “su mujer” se quedara en casa cuando él andaba de juerga, todavía hay señores que no permiten que “sus mujeres” salgan sin su permiso.

El matrimonio no duró ni un año, a costa de sufrimientos y desgarros para ambos. El divorcio y la anulación matrimonial efectuada años más tarde, rompieron los vínculos civil y religioso, aunque la relación epistolar continuó por mucho tiempo. Inclusive tuvieron encuentros agradables y Gómez Carrillo prologó el libro La ciudad del sol, de Aurora Cáceres, publicado en 1927.

Si vemos la historia de las compañeras de “grandes genios”, encontramos similitudes que se repiten. Mujeres amorosas y solidarias que han empeñado sus energías, sus bienes y sus vidas para que artistas e intelectuales concreten sus creaciones, como Jenny Von Westphalen, esposa de Karl Marx, quien le facilitó la vida para que escribiera sus obras, no obstante sus infidelidades y faltas de responsabilidad familiar. Podría nombrar cientos más y no sólo de genios, sino de hombres tontos que no valoran los aportes que reciben de las mujeres, no sólo en trabajo, sino en amor.

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