Navegar cien años hacia la oscuridad

Para decirlo con un término familiar, la escritura de Conrad navega con viento favorable hasta llegar al sitio más oscuro, al mismísimo ‘Corazón de la Tinieblas’: novela breve y magnífica que, de algún modo, da cuenta de su experiencia en el Congo bajo el dominio colonial belga.

Rogelio Salazar de León     agosto 11, 2024

Última actualización: agosto 11, 2024 12:15 am

Nació en Polonia con el propósito de cumplir un destino singular, cuando esto sucede y, además, se cuenta con las propias condiciones que la vida marca y remarca pasa lo que aquí interesa relatar: para empezar, tal vez pueda afirmarse que la literatura en inglés es tan grande que allí caben, incluso, algunos que no han nacido hablando esa lengua, Joseph Conrad es uno de ellos; Navokov, y de una forma encubierta el mismo Borges, lo acompañan en ese destino.

Jósef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski es el nombre del marinero polaco que más tarde llegaría a ser Joseph Conrad, uno de los mejores novelistas en lengua inglesa; tiene sentido decir que él había decidido ser grande y estaba enterado de los limitados alcances de su lengua materna, por lo que después de navegar por los siete mares, dudó entre el francés y el inglés, según él mismo dijo: le resultaba igual escribir en una u otra lengua; escoger el inglés, acaso se debió a que, como buen hombre mar, se sintió más cómodo en una isla, o al hecho de que el amaneramiento y la ocasional pompa francesa no van del todo bien con las ásperas maneras de un marinero.

Hijo de un padre arrestado y recluido (cuando tiene cuatro años), hijo de una madre que muere pronto (cuando tiene ocho), sobrino de un tío con el sonoro nombre de Tadeusz que lo rescata para llevarlo al puerto ruso de Odessa, en el Mar Negro (cuando tiene nueve), después de una corta vuelta de su padre y antes de arribar a los dieciocho años llega al puerto mediterráneo de Marsella, en donde se hace marinero.

Por ese camino, más tarde o más temprano, llega a las frías Islas Británicas, después de vagar por Londres unas cuantas semanas, algunos de sus destinos son Newcastle, Australia, Java, Singapur, mientras aprueba los exámenes para convertirse en primer oficial; antes de los treinta años ya es capitán de la marina mercante británica.

Pasados sus treinta años, en el ejercicio de sus cargos, en la Bélgica cruel de Leopoldo, se enrola en un vapor que lo interna en el río Congo, en donde contrae malaria, pero también en donde se contagia de una enfermedad peor, que es del alma, allí aspira una neblina oscura de la que dará cuenta más tarde, por escrito.

Sus primeras novelas tratan de su experiencia en el mar, pero el mar de Conrad no es el mar bíblico de Melville, ni tampoco es el mar saturado de leyendas de Stevenson; su mar es un vaivén que se origina y desemboca en la incertidumbre, un lugar en donde cualquier cosa puede convertirse en lo inesperado; el más pueril y calculado arribo o partida pueden ser el origen de una historia terrible o absurda, tediosa o sorprendente, lenta o vertiginosa; el mar de Conrad es, en fin, como la juventud, como la pasión, como el destino.

Para decirlo con un término familiar, la escritura de Conrad navega con viento favorable hasta llegar al sitio más oscuro, al mismísimo Corazón de la Tinieblas (tal vez el sonido y sabor de la expresión inglesa sea más temible: Heart of Darkness): novela breve y magnífica que, de algún modo, da cuenta de su experiencia en el Congo bajo el dominio colonial belga.

El capitán Marlowe relata a unos colegas la rara expedición que, unos años atrás, realizó por el río Congo, en medio de la más sofocante y amenazante selva africana; parece como si el escritor hubiese deseado, con éxito, crear una atmósfera densa, contaminada e intimidatoria proveniente de las indómitas y ambiguas fuerzas de una naturaleza siempre al acecho contra el hombre que, como el colonizador, ni busca ni las quiere entender.

Marlon Brando en Apocalypse Now como el coronel Kurtz.

Marlowe, quien capitanea el vapor, remonta el río hacia arriba en busca de un tal Kurtz, un alma averiada, deformada, anormal, un comerciante de marfil que se encuentra gravemente enfermo, casi en las mismas fuentes del río; conforme se acerca al destino, que por lo demás es un cementerio de elefantes, Marlowe percibe el mal: 

—“un tufo de estúpida rapacidad lo envolvía todo, como si fuese el aliento de un cadáver”—

El negocio del marfil es jugoso y Kurtz es un mercenario mítico en ese negocio; según se va sabiendo durante el curso de la expedición y, por tanto, de la novela misma, este personaje es alguien situado más allá de cualquier valor moral; el agente más productivo de este cuantioso negocio es alguien envuelto en la más espesa nube de misterio, ha recogido, ha engañado, ha transado, ha robado, ha matado animales y personas, por sus manos ha pasado, como riqueza ilícita, más marfil que por ninguna otra.

Para los nativos Kurtz es como un Dios terrible e irracional, ya frente a él Marlowe siente que puede percibir los signos de adoración que irradia hacia la gente de allí, pero a pesar de su retórica elocuente, puede ver que tras ella sólo se esconde la insondable oscuridad de un corazón enfermo y vacío

—“la estéril oscuridad su corazón”—,

así es como Marlowe la llama.

Sea lo que sea lo que el novelista quiso decir, parece estar claro que la voracidad estúpida de una civilización colonizadora está denunciada de forma eficaz en este texto, al pagar con la locura propia, el precio de su egoísmo y ambición.

Para su legendaria Apocalypse Now, el cineasta norteamericano Francis Ford Coppola, calcó esta novela de Joseph Conrad, sin duda, en una atinada escogencia, porque la guerra del Viet Nam, como telón de fondo para la película, no está tan lejos de los fines del novelista. 

Conrad murió en agosto de 1924; ha pasado un siglo desde entonces, tiempo que para occidente ha sido un periodo crepuscular, por el que se ha navegado, como el vapor de Marlowe, hacia una noche sin estrellas, hacia una oscuridad irremediable.

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