Como todo sacrificio religioso, el sacrificio del cordero para dárselo a Yahvé su dios, que llevaban periódicamente los judíos, cumplía una función muy importante: la de asegurar que todo el pueblo o la comunidad al reunirse para participar en él se pudieran descargar de las tensiones afectivas que los enfrentaban y separaban. Al reunirse físicamente en el espacio del templo donde lo celebraban, los miembros de la comunidad se integraban entre sí, suprimiendo en ese momento las cargas emocionales y afectivas de odio, que los enfrentan en la realidad cotidiana de sus vidas. Y, al ocurrir esto, reconstruían los lazos de integración social-afectiva que se habían roto o deteriorado. De ahí, la necesidad que tenían de repetir periódicamente este ritual del sacrificio, para preservarse unidos como pueblo o comunidad.
Pero, además, el sacrificio del cordero que realizaban los judíos tenía un significado específico muy importante: el de atribuirle a ese animal, que era muy valioso para sus vidas, en tanto era un alimento básico e indispensable, la culpa precisamente de esos enfrentamientos o conflictos que habían protagonizado y vivido, para así, descargase de la culpa que en realidad tenían de los mismos. Y, al hacerlo así, lo que en verdad hacían, era culpar a un ser inocente de estos males o desgracias, que ellos mismos habían provocado, con sus acciones, y, que ponían en peligro su convivencia social.
Esto seguramente lo hacían por una razón primordial, la de que sintieron desde siempre, el deseo poderoso de liberase del malestar y el dolor que sentían por ser los culpables de los conflictos que los enfrentaban, y, con los que se hacían daño mutuo, con los que se hacían el mal. Los antiguos judíos creían con firmeza, que la ley o las normas morales que Dios les había dado y enseñado para que pudieran convivir en paz y armonía, las debían cumplir en todo caso y situación, sin excepción, so pena de poner en peligro esa convivencia tan preciada y valiosa. De ahí, que cuando las incumplían, provocando conflictos entre ellos, sentían irremediablemente la angustia, la tensión y el dolor de haber faltado a ese deber moral, de haber desobedecido los mandatos morales que Dios les había dado. Y, como, con el tiempo se dieron cuenta que no eran capaces de cumplir estos mandatos morales en todos los actos de sus vidas, decidieron, atribuirle a este animal, al cordero, la culpa por haberlos incumplido.
Por eso, los judíos dirigidos por los sacerdotes, al sacrificarlo periódicamente en el templo, lo que hacían era eliminar de sus vidas la presencia del ser, que consideraban culpable de los males y desgracias que habían provocado con sus malos actos, con sus faltas a los mandatos morales recibidos de Dios. Y, hacerlo así, no solo lograban reconstruir por un lapso de tiempo los lazos de integración socio-afectiva que habían dañado, sino también, conseguir que cada uno de ellos en particular, se sintiera de nuevo plenamente inocente y feliz, como lo fueron alguna vez sus primeros padres Adán y Eva en el paraíso terrenal.
Ahora bien, esta conducta de los antiguos judíos, de atribuirle a un inocente la culpa de las propias faltas o errores morales que han cometido, la han imitado en sus vidas cotidianas con frecuencia muchas personas que han nacido y vivido marcadas por el contenido de la religión judía que han recibido a través del cristianismo. A pesar de que, Jesús, al buscar su propio sacrificio en la cruz, al auto-sacrificarse, en aras de que Dios perdonara los pecados de todos los demás hombres, y, así, se pudieran salvar, puso de manifiesto con este acto, la gran injusticia de esta práctica de sacrificar a un ser inocente, así sea un animal. Con su sacrificio, quedó en clara evidencia, que el sacrificio de un ser inocente, es acto moralmente injusto, que nunca más se debe volver a repetir, un acto que ningún humano no debería realizar. Sin embargo, esta crítica moral al sacrificio violento de un ser inocente, que constituye uno de los aspectos esenciales de la religión que fundó, no fue suficiente para desterrar la imagen del chivo expiatorio judío de la mente de sus fieles seguidores a lo largo de la historia, debido a que los relatos y mensajes judíos del Antiguo Testamento hacen parte del contenido doctrinal de esa religión, como lo dispusieron desde sus inicios, los jerarcas y teólogos de su organización eclesiástica.
De ahí, que los cristianos han imitado la práctica del sacrificio del chivo expiatorio judío, cuando al cometer faltas morales, se las atribuyen a otra u otras personas inocentes o no culpables de las mismas, para precisamente librarse de la carga pesada e indeseada de ser, y, sentirse culpables. Y, también, la han imitada en varias ocasiones los gobernantes cristianos o marcados, sin saberlo o reconocerlo, por el contenido de esta tradición religiosa judía, cuando pretenden afirmar y afianzar su poder ante los miembros de su sociedad, o, ante otros países. Así, eligen y señalan a una persona o grupo de personas como culpables -siendo inocentes- de los males y daños que ha sufrido, o, puede sufrir su país o sociedad, para declarar la necesidad imperativa de destruirlos con violencia, para afirmar el deber supremo de sacrificarlos, tal como los antiguos judíos sacrificaban, al chivo expiatorio. Pero, con una diferencia importante: que la víctima inocente elegida no es un ser querido y valioso para sus vidas, como lo era el cordero para los judíos, sino, un enemigo peligroso e indeseado, que es tal, porque precisamente lo presentan como el autor-culpable de haberles hecho un grave daño, o, de proponerse, en un futuro cercano, hacérselos.
Esto fue lo que ocurrió en el año 2003 cuando el presidente norteamericano George Bush decidió la invasión militar de Irak, para destruir las supuestas armas de destrucción masiva que tenía el dictador de ese país, Saddam Hussein. Y, para obtener el respaldo de su población, para unificar la postura de su pueblo en torno a esta decisión de emprender la guerra contra él y su gobierno, lo presentó como un gran enemigo de su país y de su pueblo, como alguien, que, con esas armas, amenazaba la seguridad y la vida de sus ciudadanos. Era, entonces, necesario sacrificarlo con violencia, es decir, despojarlo de su poder y de su vida con la fuerza, para salvar a su país de ese riesgo grave e inminente, que su presencia entrañaba. Prevenir este riesgo realizando este sacrificio violento del “enemigo”, se convirtió, entonces, en la poderosa razón que el gobierno de Busch esgrimió, para no solo agrupar y reunir a la gran mayoría de su sociedad alrededor de esta decisión, sino también, para afianzar la soberanía de poder político ante ella.

Pero, como Saddam Husein, no tenía las armas de destrucción masiva que le atribuía, ni tampoco la voluntad política de agredir violentamente el Estado norteamericano. no era en realidad ningún enemigo; es decir, era un ser completamente inocente de estas peligrosas intenciones que le atribuyó el gobierno de Estados Unidos. Por esa razón, el gobierno norteamericano, lo convirtió en un adecuado y perfecto chivo expiatorio cuyo, sacrificio violento era necesario llevar a cabo en el “templo de la guerra”, para asegurar la “salvación” terrenal de su sociedad y de su poder político.
Esto mismo ocurrió en Alemania durante el régimen nazi. Los nazis, crearon la imagen de los judíos o de la población judía, que, habitada desde hacía siglos en el país, de ser enemigos de la pureza de la raza aria, es decir, de ser los culpables de haber puesto en peligro la pureza física-racial superior de los alemanes, y, de haber debilitado y dañado su grandeza espiritual. De ahí, que se hiciera necesario, perseguirlos y exterminarlos para liberar al pueblo alemán de este peligro al que estaba expuesto todos los días desde hacía mucho tiempo. Pero, como en realidad, los judíos no eran portadores de estas faltas que los nazis les atribuyeron, se convirtieron también en perfectos portadores del chivo expiatorio, que sus antepasados alguna vez crearon, para descargarse de las faltas que habían cometido en sus vidas, es decir, los judíos de esos años fueron convertidos por el poder nazi, en las grandes víctimas de este procedimiento o mecanismo psicosocial, que sus propios antepasados forjaron. Esta es, sin lugar a dudas, una de las mayores y más trágicas ironías de la historia.
Pero, además, los judíos actuales, desde que en 1948 organizaron su propio Estado en las tierras palestinas, con el apoyo de los gobiernos occidentales, volvieron a usar este mecanismo psicosocial, que, sus antepasados habían creado, contra el pueblo palestino, al considerarlo como su enemigo, en la medida que se han opuesto activamente a su presencia estatal en esas tierras, y, a su proyecto, de carácter sionista, de conquistarla en su totalidad, para implantar en ellas, la soberanía de su Estado. Es, por lo tanto, un enemigo, que es necesario combatir con fuerza y violencia, y, en lo posible, exterminar, tal como lo han intentado ahora en Gaza, matando a más 50,000 civiles inocentes, en especial, mujeres y niños, y, que, el importante y valioso acuerdo de alto al fuego le ha puesto fin, por los menos por ahora. Como para ellos, los palestinos son culpables de oponerse a este proyecto sionista, que comparte la inmensa mayoría de los judíos en Israel y en el mundo, es justo y necesario, sacrificarlos. Y, aunque, no son “inocentes” porque se resisten, con gran fuerza y decisión, a perder todas sus tierras, que han habitado durante siglos, encarnan, para los judíos, un chivo expiatorio, en la medida que su presencia pone en peligro no solo sus vidas, sino también, y, sobre todo, este proyecto político, que consideran esencial, para salvaguardar y preservar sus vidas, como pueblo elegido por Dios.

Estos ejemplos muestran, que este recurso del chivo expiatorio, es un recurso que los gobernantes de los pueblos marcados o forjados por el contenido de la tradición religiosa cristiana, y, los propios gobernantes judíos actuales, pueden usar, cuando necesitan conseguir el afecto o el apoyo emocional de la sociedad, o, por lo menos, de la mayoría, acusando falsamente a una persona o grupo de personas de ser graves e inminentes amenazas y peligros para la seguridad de sus vidas. Cuando, consiguen convencer a esa sociedad de este hecho, ésta reacciona emocional e irracionalmente apoyándolos con energía, en el momento que deciden emprender una acción violenta destinada a eliminarlo o destruirlo. Por eso, será un sacrificio violento deseado por todos. En torno a este deseo común, se asentará la pretendida legitimidad y validez de esta acción violenta. Y, si después, estos gobernantes o agentes del poder lo consiguen, esta sociedad sentirá la satisfacción y la alegría que le da, constatar que ese enemigo peligroso, ha dejado de existir, ha desaparecido de la realidad. Ante la presencia real de su muerte violenta, sentirán que sus gobernantes les han “salvado” sus propias vidas.
Por eso, siempre es pertinente, urgente y necesario criticar con los argumentos de la razón, este mecanismo afectivo e irracional, centrándose en el propósito de mostrar, que ese enemigo convertido en chivo expiatorio, no es culpable de las faltas que le atribuyen, que en realidad es un falso enemigo. Solo, si, quienes adoptan esta postura racional crítica, y, la exponen con fuerza en el debate público, y, en los medios de comunicación de la sociedad, podrán contrarrestar, así sea en parte, el peso poderoso que adquiere en la mente de muchos, la falsa imagen que sus gobernantes han fabricado, de un “enemigo que quiere hacerles graves e irremediables daños”.
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