Según pude apreciar en la obra de Friedrich Hegel “Filosofía del arte o Estética”, él distingue la “belleza natural” diferente de la creada por el hombre o belleza artística, que es generada por el “espíritu” humano del creador, que lo hace más próximo a nosotros, más que la “belleza natural” que es el entorno planetario donde hay vida y que la historia muestra cómo ha logrado sobrevivir el hombre en distintas geografías.

En esa relación, lo que importa es “la idea” de lo bello del objeto creado por el artista, de lo bello en sí y para sí. Surgen diversas formas de lo bello al analizarlo en partes. Y ello lo distancia de la filosofía, pero lo acerca al “concepto” que tiene la obra y a nuestra cultura. Eso nos lleva a la reflexión en un medio donde la realidad aparece mezquina y violenta, casi como si el arte fuera un rescate del espíritu. El mejor arte es el original “inventado” por el espíritu del creador, y no del que copia objetos de la naturaleza o de otro autor.

La mayor imperfección es la del imitador, dice Hegel. La espiritualidad es lo que más cuenta de una obra original, que conmueve el sentimiento en su multiplicidad. Experiencias con aire poético… El arte se vuelve nuestra intuición. Y sobre ella se explaya más tarde F. W. J. Schelling en Filosofía del Arte en tanto que expresión del espíritu humano que lo acerca a Dios: “El producto artístico es la prueba objetiva, el documento, de que existe la intuición intelectual, ese absoluto, esa totalidad donde las diferencias se anulan, y que la filosofía sólo alcanza interior y subjetivamente”.
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