Poeta relegado al olvido

“A los 31 años de edad ganó el primer concurso de Juegos Florales de Quetzaltenango con la obra Canto a Minerva”

Méndez Vides

marzo 13, 2025 - Actualizado marzo 12, 2025
Méndez Vides

Hubo una vez en Quetzaltenango un poeta versado en el romanticismo y el modernismo de Rubén Darío, llamado Osmundo Arriola (1886-1939), quien tenía apenas 12 años cuando inició el primer período presidencial Manuel Estrada Cabrera, así que el poeta creció bajo la sombra de la figura oscura y misteriosa del poder totalitario de entonces.    Desde adolescente trabajó en medios impresos, así como fundó varios periódicos, y sobrevivió dedicado a la tipografía mientras dedicaba sus horas libres a escribir poemas para ser declamados más tarde en los colegios, en celebraciones y en 1917, a los 31 años de edad ganó el primer concurso de Juegos Florales de Quetzaltenango con la obra Canto a Minerva, que debió recibir la aprobación del tirano, y declamó ante un público selecto en la ciudad altense.  

Después de la caída de Estrada Cabrera mantuvo dos diarios, El periódico de la época y el Diario Cronos, y ocho años antes de su fallecimiento publicó el Libro de la Tierra (1931), y pasó una treintena de años para que se publicara póstumamente un segundo: Libro de la Amada.

El destino o la época o la marca que le habrá significado la adulación del Tirano, lo precipitaron al olvido, pero el afortunado Poema de las rosas circuló en colegios e institutos, donde alumnos ingenuos declamábamos emocionados aquellos versos felices, junto al Yo pienso en ti de Montúfar, la Marcha Triunfal de Darío: “ya viene el cortejo, ya se escuchan los claros clarines”, o La Chenta del bohemio Augusto Meneses.    

Los años revolucionarios pasaron y Guatemala quedó como congelada, porque aunque en otras partes del mundo el hippismo escalaba, aquí quedábamos dispersos algunos dinosaurios recitando en las clausuras de colegio, para el día de la madre o festejos especiales.   Yo fui uno de ellos, y recordando entre apenado y nostálgico volví al poema de las rosas, y se me vino encima toda la frescura del mundo en la isla colonial, vestido de traje azul, con la corbata del abuelo, recitando “Blancas, bellas, pensativas, / como vírgenes que evocan / en su rostro, los matices / delicados de la aurora”, en Antigua, cuando el grupo de los Beatles ya se había desintegrado.  

Sería cursi o no, pero yo gozaba, y sin embargo, aquellos versos se me borraron de la memoria.  En estos días me topé en fotografía con el monumento dedicado frente al teatro Municipal de Xela al poeta, y  fui a buscar en las antologías la pieza que en un tiempo me sabía de memoria, me emocionó nuevamente. 

¿Qué pasó con la memoria del poeta?  ¿Bastará con que una persona lo recuerde para seguir existiendo?  Será un poema suficiente en la vida, como sucedió con Porfirio Barba Jacob, quien dejó esa línea en el canto de la vida profunda: “hay días en que somos tan móviles, tan móviles”.   Me parece injusto el olvido.   Se entiende que el tiempo cambia, los gustos y las costumbres, pero qué pasó con el ensueño del poeta enterrado en Xela, que tuvo sus días de gloria en las fiestas minervalias, y fue arrastrado al olvido, así como derribaron el templo de Minerva, dinamitado años más tarde para borrar las huellas del principio del siglo XX en Guatemala.

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