En el camino

Luis Aceituno     mayo 3, 2024

Última actualización: mayo 2, 2024 11:15 pm
Luis Aceituno

Una tía abuela mía se pasó buena parte de su vida platicando con los muertos. Lo suyo no era la ouija ni el espiritismo, sino una convivencia casi cotidiana con una serie de parientes extraños que a mí me resultaban fascinantes. De haberlos conocido, quizás sus vidas me hubieran parecido grises y rutinarias, pero rememorados por ella su paso por este mundo se me antojaba intenso, pleno, extravagante. Como el de aquel otro tío que un día agarró una borrachera y cuando volvió en sí, por decirlo de alguna manera, estaba atravesando el desierto de Sonora. De cómo llegó ahí, la tía nunca me dio una explicación lógica o correcta. “Lo que hace el guaro”, repetía. Regresó a Guatemala hecho una calamidad, después de haber recorrido a pie, en mula, en tren todo el territorio mexicano, evadiendo el peligro. A ella se le aparecía de repente y le contaba pormenores de este recorrido, a veces le aconsejaba agarrar una maleta y partir hacia lo desconocido. “Un día de estos le hago caso”, decía para sí misma.

Lo que la tía me contaba, era posiblemente la historia del primer “espalda mojada” de la familia. De un tipo que un día dejó atrás mujer e hijos y se marchó a buscar otra vida. Esto debió ser allá por finales del siglo XIX, o por principios del XX. Mucho antes de que Estrada Cabrera lo metiera en una bartolina por andar en las cantinas hablando mal del gobierno. Cuando salió de la cárcel, agarró camino a Esquipulas para irle a agradecer la libertad al Cristo Negro. De ahí siguió caminando y caminado hasta llegar a no se dónde, porque ya no se supo de él, y ya solo regresó en sueños para contarle a la tía la historia de sus andanzas.

Años después otros parientes siguieron sus pasos. Es decir, se fueron a vivir a otra parte, algunos a Estados Unidos legal o ilegalmente. Una prima me contaba cómo había cruzado la frontera escondida en el baúl de un carro. Así llegaron varios a ciudades que a toda la familia se nos antojaban la cuna de la modernidad y la abundancia. A veces regresaban de visita a Guatemala hablando un español un tanto extraño, cargados de regalos y de historias de una prosperidad aún posible. Corrían los años 70 y la crisis del capitalismo se veía demasiado lejana, había trabajo, comida, diversión para todos, solo era cuestión de lanzarse a su encuentro.

Hoy en día, miles de personas siguen intentándolo, caminan y caminan esperando llegar a alguna parte. No siguen la ruta de nadie, sino la de su propio instinto. Hay tíos, primos, hermanos, parientes que lo intentaron antes. Algunos se perdieron, otros envían dinero para que los que se quedaron la vayan pasando. De todas maneras, el futuro ya no es prometedor como era antes. Ni aquí ni en ninguna parte. Miro cada uno de esos rostros que atraviesan de repente la pantalla de mi smartphone, hacen tiktocks o lives de facebook para lamerse las heridas y expresar su tristeza por la patria. Siempre intento reconocer a alguien, quizás al tío que se perdió en el camino, para que me cuente si hay alguna salida posible, si aún es posible la utopía para gente como nosotros.

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