Sobre la amistad

Los griegos que fueron sabios en muchas materias, lo fueron también en la manera de practicar la amistad, a la que le daban un valor supremo.

Camilo García Giraldo     julio 21, 2024

Última actualización: julio 20, 2024 4:53 pm

El mito que relata Aristófanes, en el Banquete de Platón, de que el amor es la búsqueda que realiza de manera natural cada ser humano de la otra mitad que perdió en el origen de su vida, refleja algo esencial. A saber, que los seres humanos siempre buscan en otro u otros las personas o seres que completen lo que les falta. Y el amor brota en el instante en que una persona encuentra en otra esa parte que le falta para ser completo y pleno. Plenitud que ofrece esa integración amorosa entre los dos que es el nombre de la felicidad.

Pero los seres humanos no solo tienen el deseo de encontrar en otro el ser que los complete, que llene o les proporcione con su existencia lo que les falta en sus vidas, sino también la persona o personas que tengan lo que ellos tienen: sus mismos o parecidos intereses, gustos, preferencias, opiniones, pensamientos sobre la vida y el mundo, valores semejantes, rasgos de su personalidad, etc… encontrar en esas personas algo de sí mismos. Esto lo comprendió y expresó muy bien Michel de Montaigne, gran humanista y pensador renacentista, creador del ensayo como género literario, en su hermoso texto sobre la amistad, dedicado a su entrañable amigo el poeta Étienne de la Boétie: “lo que llamamos amigos y amistades no son sino relaciones y conocimientos entablados por alguna casualidad o conveniencia mediante la cual se enlazan nuestras almas. En la amistad de la que hablo se mezclan y confunden una con otra en unión tan universal que borran la sutura que la ha unido para no volverla a encontrar. Si me obligan a decir por qué le quería, siento que solo puedo expresarlo, contestando: porque era él; porque era yo”.  Al amigo lo queremos por lo que ES (Aristóteles), porque eso que es, es parte de nosotros, es parte de nuestro ser.

De ahí que la amistad entre las personas se forja, se cultiva y se renueva conversando, intercambiando con alguna frecuencia mensajes lingüísticos, sobre todos los temas y aspectos que tienen en común en sus vidas.  La conversación o el diálogo que realizan los seres humanos sobre lo que los une e identifica, no solo constituye la expresión o prueba de su amistad, sino la manera ideal de renovarla y fortalecerla. Los griegos que fueron sabios en muchas materias, lo fueron también en la manera de practicar la amistad a la que le daban un valor supremo. Los ciudadanos ricos y libres se solían reunir con frecuencia en sus casas para realizar “Simposios”, es decir, conversaciones sobre temas de interés común, alrededor de unas copas de vino y de agradables viandas. Simposios que les deparaban no solo un gran placer, sino también un sentido profundo a sus existencias. 

Pablo Picasso, Amistad.

Maurice Blanchot en su libro sobre la amistad dijo, teniendo en mente la profunda amistad que tuvo con el filósofo Emanuel Levinas, que “una persona que se sienta o considere amigo de otra nunca habla de él con los demás”. Y tiene razón si se refiere al hecho de hablar mal de él, de mencionar sus defectos y limitaciones, de destacar las equivocaciones y errores que ha cometido, etc. Pero no la tiene si se trata de hablar bien de él. Más bien al contrario, cuando una persona se considera amiga de otra, siempre habla bien con los demás de él, siempre que tenga la necesidad o la oportunidad destaca sus cualidades, sus méritos y sus aciertos. Y lo hace no solo porque hablar bien de un amigo a otros o ante otros es en gran medida hablar bien de sí mismo, sino también porque así demuestra el valor de la amistad que los une, que nace del valor que se reconocen como personas. De ahí que no sea suficiente que dos personas que se reconocen mutuamente hablen entre sí sobre lo que tienen en común para conformar y renovar sus lazos de amistad. Se requiere, además y sobre todo, que cada uno reconozca ante los demás los valores que tiene su amigo. Solo así prueba su amistad por él, porque los dos al constatar este reconocimiento la confirman como real, la convierten en un hecho verdadero que define sustancialmente la conducta de los dos.

Ahora bien, los seres humanos al hablar entre sí habitualmente sobre todo lo que los une e integra no solo se reconocen como iguales, sino también como seres únicos, especiales y casi irremplazables. Cuando esto ocurre se “domestican” mutuamente, como dijo el personaje del zorro al hablar de la amistad en el maravilloso libro de Antoine de Saint-Exupèry El Principito: “Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domésticas, entonces, tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo y yo seré para ti único en el mundo”. Y es en este instante donde la amistad entre dos seres humanos adquiere un significado profundo, porque cada uno no solo constata de manera objetiva y racional la presencia de algo de sí mismo en el ser del amigo, sino también porque siente profundamente en su interior esa presencia. 

Cuando, entonces, dos personas comienzan a sentir que son entre sí únicas, forjan un lazo afectivo profundo de amistad que los unirá a lo largo de sus vidas y que difícilmente se romperá. Este lazo impulsa a cada uno a estar siempre presente, a estar siempre ahí, cada vez que el otro lo necesite para ayudarlo a conseguir lo que necesita para seguir viviendo. La persona al atender y acudir a este llamado de necesidad de su amigo, se revelará como un verdadero amigo, como alguien único que llena su necesidad de ser en la vida; y hacerlo así contribuirá a renovar y profundizar ese lazo de amistad que una vez entablaron. 

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