Revolucionarias

Las revolucionarias dejaron semillas que siguen floreciendo. Las hijas, las nietas, las sobrinas, las alumnas de aquellas mujeres que se atrevieron a saltar las trancas en busca de mejores condiciones de vida, heredamos su fuerza y la convicción.

Ana Cofiño

octubre 20, 2024 - Actualizado octubre 19, 2024

Rina Lazo pintando

Hace ochenta años, en octubre de 1944, el ambiente de la Ciudad de Guatemala estaba preñado de revolución. Ya había señas de hartazgo de la dictadura de distintos sectores, la gente se había estado organizando, perdiendo el miedo a la represión. Decenas de mujeres habían participado en las manifestaciones contra el régimen, reprimidas con violencia, como la del 25 de junio, cuando la caballería de Jorge Ubico asesinó a la maestra María Chinchilla. 

Las generaciones que vivieron el derrocamiento de Ubico y Ponce Vaides, así como los años de la Revolución de 1944 a 1954, quedaron inevitablemente marcadas por dichos acontecimientos que trajeron cambios a todo nivel, en lo personal y en lo político. Así como se impulsaron transformaciones económicas y políticas, igual en el ámbito cultural, que es al que quiero referirme hoy. 

Durante los diez años que duró la Revolución guatemalteca la educación pública tuvo un viraje notable, conducido por el presidente y pedagogo Juan José Arévalo Bermejo, cuyo resultado fue la formación de cientos de enseñantes, la construcción de varios planteles que perduran hasta hoy, así como la democratización de la educación. Ejemplo de estos avances fueron las reformas que maestras, como María Solá de Sellarés, introdujeron en la educación de la juventud. 

Para las estudiantes del Instituto Normal para señoritas Belén, fundado en 1879, la presencia de doña María de Sellarés fue fundamental en la ampliación de sus horizontes. A esta gran pedagoga nacida en Barcelona y venida a Guatemala, a pedido del gobierno en 1945, se le atribuyen la creación de la feria del libro, de grupos de coro, teatro, danza, títeres, así como la propuesta del autogobierno, las cooperativas escolares, las misiones culturales y tanto más. La influencia de sus propuestas trascendió, dejando huellas imborrables en generaciones de maestras y artistas que se formaron en un ambiente de libertad. 

Es un hecho que cuando hay condiciones favorables para desarrollar los talentos, es como una bola de nieve que, al rodar, sigue creciendo, es el círculo virtuoso, donde el estar bien permite construir más bienestar. La producción de libros, así como la proyección de películas, la exhibición de obras de teatro, pintura, conciertos, danza florecieron en un páramo que había sido segado por la censura y el desprecio hacia los intelectuales. De ese clima de agitación, donde las ideas y los personajes fluían con más libertad, surgieron artistas como Rina Lazo, por mencionar a una destacada muralista, revolucionaria de corazón.

Así como surgieron partidos políticos de distintas tendencias, igualmente se multiplicaron los medios de comunicación, sobre todo radiales e impresos. Los diarios conservadores o de centro publicaron opiniones opuestas a la Revolución, en tanto las clases trabajadoras y populares se vieron reflejadas en periódicos como Octubre, de clara posición comunista, donde es posible leer artículos sobre el quehacer del gobierno, acerca de conflictos laborales, de tierras y otros, así como información sobre los países socialistas, además de reseñas y artículos culturales de la pluma de reconocidos intelectuales de izquierda. 

Mujeres manifestantes del 25 de junio 1944

El periódico Mujeres (1951-1953), órgano de la Alianza Femenina Guatemalteca -AFG-, fundada en 1947, a raíz de la celebración del Primer Congreso Interamericano de Mujeres, fue un medio hecho por mujeres, dirigido a las mujeres, con información sobre las mujeres. Con innegable influencia del Partido Guatemalteco del Trabajo, a través de algunas de sus integrantes, tanto la Alianza como la publicación, apoyaron a los gobiernos de la Revolución e invocaron los derechos de las mujeres y la niñez. En su primer número se plantean como tarea política luchar por la equiparación en los ámbitos jurídicos, económicos, políticos, sociales, por el cumplimiento del principio “A trabajo igual, salario igual”. Hacen llamados a las mujeres para que “ingresen en nuestras filas y dentro de ellas, librar lo mejor y lo antes posible, la lucha por las reivindicaciones propias de la mujer”.

Los efectos psicosociales que la Revolución provocó afectaron a la sociedad en su conjunto, aunque de distintas maneras y grados. Algunas mujeres que participaron directamente en los procesos generados por la revolución dejaron sus testimonios, como actoras o testigas de dichas transformaciones. María Jerez, quien trabajó en el departamento de Reforma Agraria, describía a las mujeres beneficiadas diciendo que tanto habían prosperado, que llegaban conduciendo su propio vehículo. Graciela García, fundadora de la Escuela Claridad, relata en su libro Las luchas revolucionarias de la Nueva Guatemala, cómo mujeres y hombres trabajadores tuvieron acceso a formación y capacitaciones en dicho centro que tuvo que cerrar sus puertas por la presión anticomunista.

La consolidación de identidad como ciudadanas fue seguramente un hito que marcó un antes y un después para la sociedad: las mujeres, más allá del voto, podían organizarse, pertenecer a sindicatos, ser universitarias, ejercer profesiones liberales y luchar por una revolución que equiparara su situación a la de los hombres. Su horizonte de posibilidades se ampliaba peligrosamente para quienes exigían su apego a las tareas de madres y esposas.

Nombrar a las mujeres es, de alguna manera, sacarlas del closet donde la historia conservadora guarda sus calaveras. En nuestro caso, las feministas estamos empeñadas en contribuir a la escritura de una historia que no sólo incluya mecánicamente a algunas mujeres y eventualmente a los pueblos originarios, sino que su misma concepción asuma la pluralidad, la diversidad, la dinámica social y, desde allí, se visibilicen las relaciones de poder que han caracterizado a la historia escrita. Y que desde perspectivas críticas se escriba la historia de las rebeldías, las resistencias, las transformaciones desde abajo, protagonizadas por las multitudes, en la vida cotidiana, en el devenir.

Irma Chávez Alfaro en el II Congreso del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), periódico Octubre.

Gracias a historiadoras e investigadoras feministas guatemaltecas y extranjeras, hoy contamos con información e interpretaciones sobre los aportes de las mujeres que nos permiten avanzar en el conocimiento de sus quehaceres, pensares, sentires. En el caso de la Revolución de octubre, han salido a luz nombres y acciones de mujeres que encarnaron los rasgos de las nuevas ciudadanas forjadas en esos tiempos. Y aunque peque por dejar fuera a muchas, creo que es un buen momento para homenajear a Dorita Franco y Franco, maestra, Secretaria General de AFG, así como a Hortensia Hernández Rojas, Ester de Urrutia, Concepción Castro de Mencos y un largo etcétera de mujeres que trabajaron de forma organizada para que la justicia y la democracia permitieran alcanzar la felicidad, como exigió Irma Chávez a los camaradas del PGT en su segundo congreso: “…nuestro partido tiene una concepción distinta de la mujer, que la respeta y la dignifica, que le da derechos iguales, y por consiguiente, lucha por sus demandas, por su liberación y por su felicidad”. 

Esa revolución, atrevida e ingenua, fue interrumpida con violencia desde varios flancos, apoyada por la CIA y sus aliados capitalista locales. Las organizaciones y sus integrantes, los centros culturales, las bibliotecas y las ideas revolucionarias fueron perseguidas con fines de extinción. Montañas de muertos y desaparecidos son la cauda de la imposición del sistema capitalista -racial y patriarcal- en Guatemala. A pesar de su ferocidad y poder de fuego, no lograron matar el deseo universal de bienestar, los sentimientos de solidaridad y colaboración, la dignidad y la resistencia de los pueblos, de la gente que está convencida que todas las personas podemos vivir en armonía en nuestros territorios.

Las revolucionarias dejaron semillas que siguen floreciendo. Las hijas, las nietas, las sobrinas, las alumnas de aquellas mujeres que se atrevieron a saltar las trancas en busca de mejores condiciones de vida, heredamos su fuerza y la convicción de que la revolución se construye día a día, desde lo personal hasta lo político, con la mira de gozar de paz, justicia y libertad.

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