El gran poeta, matemático y astrónomo persa del siglo XI Omar Khayyam, en su libro de poemas Los Rubaiyat, nos dice que lo único que cuenta en nuestra existencia es el instante presente, porque es la única dimensión del tiempo que sabemos con certeza indubitable que existe; vivir es vivir en cada instante presente del tiempo que es efímero, en cada instante que fugazmente pasa por nosotros y en nosotros, y que, sin embargo, nos da el testimonio y la prueba real del hecho de nuestro vivir. Y esto es así, porque el pasado precisamente ha pasado, ya no es real, y el futuro no ha llegado, no es tampoco aún real. Escribe Khayyam:
“¿Temes lo que puede traerte el mañana?/ No te adhieras a nada,/ no interrogues a los libros ni a tu prójimo./ Ten confianza; de otro modo,/ el infortunio no dejará de justificar tus aprehensiones.
No te preocupes por el ayer:/ ha pasado…/ No te angusties por el mañana:/ aún no llega…/ Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza:/ tu única posesión es el instante”.
Por eso tenemos que comprender que cada instante lo debemos vivir lo más intensamente posible, disfrutando sin reservas todo lo que nos proporciona placer y alegría. La verdadera sabiduría de nuestra vida debe consistir precisamente en hacer de cada instante efímero y pasajero, un instante feliz:
“Ven, siéntate y apura a mi lado esta copa./ Escucha lo que dice el arpa. «Aquí se hallaban/ los salmos de David». Del pasado y futuro/ no te ocupes, y goza del presente, que es cierto.
Puesto que nuestra estancia en el mundo es precaria,/ es absurdo vivir sin amor y sin vino./ ¿A qué discutir sobre el mundo? Cuando muera/ no ha de importarme nada que fuese o no creado”.
Y más adelante en otros versos proclama:
“No pretendas Khayyam, descifrar el enigma/ de la Vida, que es sólo una ficción. Lo eterno/ es una copa llena de burbujas; tú eres una./ Goza, no pienses en el cielo o el infierno.
Me pregunto qué poseo verdaderamente./ Me pregunto qué subsistirá de mí después de mi muerte./ Nuestra vida es breve como un incendio. Llamas que se/ olvidan,/ cenizas que el viento dispersa: un hombre ha vivido.
Más allá de la Tierra, más allá del infinito,/ intentaba ver el Cielo y el Infierno,/ Y una voz solemne me dijo:/ «El Cielo y el Infierno están en ti»
Entiende esto: un día tú alma caerá de tu cuerpo/ y serás empujado detrás del velo que flota entre el universo y lo desconocido./ En la espera: ¡se feliz!/ No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas”.
En contra de la idea religiosa musulmana, que imperaba de manera casi absoluta en su época y en su sociedad, que sostenía, y sostiene, que después de la muerte existe otra vida en el paraíso, un lugar en donde todos los fieles creyentes pueden disfrutar de todos los placeres sensibles y ser plenamente felices para siempre, Khayyam estuvo convencido de que los hombres pueden encontrar el verdadero paraíso en sí mismos, si son capaces de disfrutar, en los breves y fugaces instantes temporales que componen sus vidas, de los bienes que esas vidas les ofrecen. Pues la realidad sensible muestra con claridad que solo tenemos una vida que se manifiesta en cada instante del tiempo en que es y dura.
El filósofo danés Sören Kierkegaard, a comienzos del siglo XIX, le dio un giro significativo a esta concepción de la vida humana centrada en el instante presente del tiempo, que el poeta persa puso en sus versos. En efecto, en su libro O lo uno o lo otro mostró analizando al personaje de Don Juan, de la ópera de Mozart que lleva el mismo nombre, que el goce que experimenta en el instante que seduce a una mujer lo hace olvidar el pasado y no pensar en el futuro. Pues precisamente el poder del goce vivido es tan grande e intenso, que hace desaparecer de la conciencia de quien lo vive los recuerdos de su pasado y las imágenes que hubiera forjado sobre su futuro, haciéndolo sentir que ese instante supremo de plena satisfacción, completa de modo exhaustivo toda su existencia. Que ese instante es todo el tiempo y la realidad de su vida.
Pero, además, Don Juan quiere que ese instante de placer supremo no muera, permanezca siempre siendo el mismo. Pero como se percata de que no es posible, se empeña por repetirlo una y otra vez, en seducir a una y otra mujer, para revivirlo, para vivirlo de nuevo y así sentir que se hace eterno como lo desea. A diferencia de Khayyan, que nos dice que es suficiente para vivir de verdad que los hombres puedan disfrutar plenamente de cada instante efímero y pasajero de sus vidas, Kierkegaard pensó que al vivir esa experiencia, a los hombres les surge inevitablemente el deseo de repetirlo o revivirlo sin cesar, para preservarlo presente para siempre. Deseo que descubre en Don Juan y que simboliza perfectamente para él una aspiración profunda de todo artista.
Esta concepción de la vida, que Omar Khayyan nos reveló en sus poemas hace casi 10 siglos, llega con pleno vigor y fuerza hasta nuestros días; parece que los hombres actuales, en especial los jóvenes, lo escuchan con atención, oyen su voz de poeta así nunca lo hayan leído ni sepan de su existencia, para hacer propia su concepción de la vida, y así vivirla. Pues en su inmensa mayoría se empeñan por disfrutar y gozar al máximo, en cada instante fugaz de sus vidas, de todo aquello que les proporciona placer sensible e inmediato, se esfuerzan por vivir intensamente cada instante del tiempo en que transcurren sus vidas, porque sienten como sintió seguramente el poeta que esos instantes contienen el sentido pleno de sus existencias. Y al hacerlo así han forjado uno de los rasgos esenciales que definen la época y el mundo socio-cultural en que vivimos.
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