Manipulación y dominio

La manipulación política, como cualquier tipo de manipulación que los seres humanos practican entre sí, se sustenta en el engaño. Cuando unos hombres manipulan a otros, siempre los engañan de modo deliberado y consciente.

Camilo García Giraldo     septiembre 22, 2024

Última actualización: septiembre 21, 2024 5:54 pm

La manipulación es un acto por el que los hombres cambian, con sus manos o con algún instrumento técnico que prolongue sus funciones, la posición de un objeto físico en el espacio, reorientan la dirección de su movimiento, alteran su forma o alguna de sus propiedades y características. Por eso los hombres manipulan los objetos físicos cuando trabajan y cuando realizan experimentos científicos. En el primer caso, para asegurar la obtención de un bien o de un producto que necesitan para conservar y reproducir sus vidas y, en el segundo, para modificar la fisonomía de un objeto o proceso natural en vistas a mejorar sus cualidades y atributos útiles. Es en estos dos niveles donde los hombres han realizado de manera sistemática sus actos de manipulación a lo largo de la historia.

Pero los hombres también se pueden manipular entre sí, como efectivamente lo han hecho en infinitas ocasiones. Al realizar estos actos, sin embargo, no se sirven de sus manos o de determinados medios técnicos para modificar o alterar sus cuerpos sino del lenguaje, de las palabras y frases, para cambiar sus mentes y conductas. Es por medio o a través del lenguaje que se manipulan o pueden manipular unos a otros.  

En el mundo moderno los gobernantes de los estados democráticos y autoritarios, con ayuda activa de los medios de comunicación que controlan, recurren con frecuencia a la manipulación de la mente de sus ciudadanos para conducirlos a que apoyen o respalden las decisiones que toman y los objetivos políticos que se proponen, y así conservar y afianzar el poder del que disponen. En el caso de los gobernantes de regímenes autoritarios, la usan como un procedimiento complementario de los propiamente represivos y violentos que suelen usar de manera sistemática para oprimir a la población descontenta o inconforme. En cambio, los gobernantes de los Estados democráticos usan la manipulación como procedimiento primordial del que disponen para asegurar su dominio político pues son gobiernos que no pueden oprimir a sus ciudadanos, debido a que las normas constitucionales que fundan estos Estados no solo reconocen el derecho a su libertad, el derecho a obrar en función de su voluntad y expresar en público y sin cortapisas sus ideas y opiniones, sino también se los garantizan. Además, son Estados que se prohíben legalmente castigarlos con violencia física cuando cometen algún delito; solo pueden usarla para contrarrestar, reprimir y eliminar los actos violentos que previamente realicen algunos de los miembros de la sociedad entre sí o contra personas, órganos o instituciones del Estado.

De ahí que esta forma de dominio sea una forma legal. El hecho que los gobernantes o agentes del poder no nieguen la libertad de los ciudadanos o no usen en general la violencia contra ellos, le da a la manipulación legalidad, es decir, la constituye en un acto que no está prohibido por las leyes del Estado. Pero a pesar de que la manipulación no es un acto ilegal, sí es un acto profundamente anti-ético, en la medida que los que la realizan no tienen ninguna reserva moral al afirmar algo falso, al decir una mentira, para lograr que los ciudadanos la acepten como una afirmación verdadera sobre un hecho o suceso determinado de la vida socio-política.

Por eso la manipulación política como cualquier tipo de manipulación que los seres humanos practican entre sí se sustenta en el engaño. Cuando unos hombres manipulan a otros, siempre los engañan de modo deliberado y consciente. El engaño es parte sustancial de esta forma de manipulación, es su condición misma de posibilidad. Maquiavelo, que fue el primer gran pensador político que percibió y describió el fenómeno de la manipulación, dice, dirigiéndose al príncipe –a los gobernantes-, en el central y decisivo capítulo XVIII de su célebre libro El príncipe: “Es necesario saber bien encubrir este artificioso natural y tener habilidad para fingir y disimular. Los hombres son tan simples, y se sujetan en tanto grado a la necesidad, que el que engaña con arte halla siempre gentes que se dejan engañar”. Y más adelante: “No es necesario que un príncipe posea todas las virtudes de que hemos hecho mención anteriormente; pero conviene que él aparente poseerlas. Aun me atreveré a decir que, si él las posee realmente, y las observa siempre, le son perniciosas a veces; en vez de que aun cuando no las poseyera efectivamente, si aparenta poseerlas, le son provechosas. Puedes parecer manso, fiel, humano, religioso, leal, y aun serlo; pero es menester retener tu alma en tanto acuerdo con tu espíritu, que, en caso necesario, sepas variar de un modo contrario”. De ahí que no sea grave que los gobernantes engañen o mientan con sus palabras al pueblo, siempre y cuando este hecho contribuya a sostenerlos y afianzarlos en el poder. Pues si creen en sus mentiras, si aceptan como verdaderas sus palabras engañosas, no solo los manipulan sino logran afianzarse en el poder. El fin de mantener el poder es el fin supremo de todo gobernante que justifica el uso que haga de todos los medios, por más inmorales que parezcan, para lograrlo.

Los actores de teatro también engañan a quienes los ven interpretar personajes ficticios, al hacerles creer que son reales y verdaderos. En la medida que mayor sea el engaño que hagan, en la medida que más crean los espectadores que esos personajes están de verdad vivos, mayor será la calidad y el valor artístico de su interpretación. Los gobernantes y dirigentes políticos al engañar a su “público” a los ciudadanos de sus países o del mundo, pronunciado palabras falsas, obran como actores de teatro; pero actores falsos porque su propósito no es proporcionarles goce o enriquecerles sus espíritus con su interpretación, sino someterlos a su voluntad política.

Pero, además, la acción que llevan a cabo los agentes del poder político, económico y mediático de manipular a los ciudadanos tiene otro aspecto crítico: se trata de que al realizarlo los convierten en objetos, los objetivan o, lo que es lo mismo, los despojan de su condición de sujetos libres que las normas constitucionales del mismo Estado democrático les reconocen. Los actos por los que los agentes del poder o los medios de comunicación a su servicio manipulan a los ciudadanos o a muchos de ellos los convierten en objetos semejantes a los objetos físicos de la naturaleza, sin que se den cuenta de que sufren esa transformación. Así, entonces, los gobernantes, portadores del poder o de los medios de comunicación a su servicio, al manipular la mente de los ciudadanos lo que hacen es enajenarlos, despojarlos de su condición de ser sujetos libres de acción y lenguaje. El riesgo permanente que sufren los individuos en las sociedades modernas de ser manipulados, es entonces, el riesgo de enajenar o perder la condición de sujetos autónomos.  

Este riesgo de perder su condición de sujetos autónomos y libres al que están siempre expuestos los hombres modernos no es el único; existe, además, como lo mostró Marx a mediados del siglo XIX, un riesgo semejante que también sufren cuando entran al terreno económico, al mercado, o mejor, cuando sus vidas quedan dominadas por las cosas y las mercancías que ahí existen: el de convertirse en una cosa o mercancía más de las que venden y compran. Al vender su fuerza de trabajo a los empresarios o al entregar una parte de sus vidas a comprar mercancías, los hombres quedan en peligro de reducirse a simples objetos o a cosas semejantes a las mercancías que venden y compran.

Sin embargo, entre estos dos riesgos, existen dos diferencias fundamentales: la primera consiste en que el primero es ocasionado por la acción deliberada, calculada y planificado de agentes del poder de convertir a los hombres en objetos manipulables. Mientras que el segundo, es resultado de la decisión en principio o en apariencia libre que toman los individuos, influidos por las campañas publicitarias de los medios de comunicación, de someterse al poder que las mercancías ejercen en sus vidas. La segunda diferencia está en que, en el primer caso, son unos hombres los que controlando los medios de poder dominan manipulando a otros, mientras que, en el segundo, son las cosas materiales, las mercancías, las que ejercen dominio sobre los hombres atrapándolos. 

Pero, además, en el terreno económico del mercado también los dueños de las mercancías en muchas ocasiones manipulan a los consumidores para incrementar sus ventas y así acrecentar sus beneficios. Y los manipulan al crear y difundir mensajes publicitarios que los engañan sobre las cualidades o propiedades beneficiosas para sus intereses y deseos de vida; mensajes publicitarios que mienten o exageran las cualidades benéficas o útiles que tienen para sus vidas. Por eso los empresarios capitalistas al manipular así a los consumidores de sus mercancías, los conducen a realizar incesantemente actos de consumo que terminan por afianzar y renovar la objetivación que sufren.

Para contrarrestar, entonces, el poder de la manipulación en la vida de los hombres, es indispensable que quienes la descubren se pongan a la tarea de desenmascarar el engaño que la envuelve. Hecho que solo pueden realizar probando con evidencias empíricas la mentira que encierran las palabras y mensajes de los gobernantes o de determinados medios de comunicación y de los anuncios publicitarios de productos y mercancías que forman el sustento de la manipulación. Al ocurrir esto brota, entonces, de nuevo la posibilidad de la verdad en el horizonte de sus mentes, que tiene el gran poder de liberarlos de la manipulación que sufren.

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