Este mes de agosto 2024 empezó caliente en muchas partes del planeta y anuncia temperaturas cada vez más extremas tanto en lo que se refiere al clima y sus consecuencias, como en lo que concierne a los acontecimientos que están poniendo al rojo vivo tensiones geopolíticas a través de atentados, genocidios, conflictos militares, guerras psicológicas e intentos de golpes de Estado.
Todo se aglutinó a inicios de este mes de agosto con cuatro eventos: el intento fallido de asesinato de Donald Trump, que lo convirtió de la noche a la mañana, para sus acólitos, en un héroe protegido de los dioses. A continuación, con la inauguración de la magna fiesta deportiva de las Olimpíadas en París, emblema de la paz entre los pueblos. Y el lunes, con la noticia probablemente salvadora para el Partido Demócrata estadounidense, debido a la renuncia de su candidato Joe Biden, en beneficio de Kamala Harris. Accesoriamente, pero no menos importante, las controvertidas elecciones, ese mismo fin de semana, del presidente de Venezuela, país estratégico que posee algunos de los recursos de petróleo, oro y otros minerales más codiciados del planeta.
Los dados están echados: el próximo presidente norteamericano será un veterano conservador, iluminado mental a veces ocurrente, cínico y mentiroso, que ha cometido delitos criminales de distinta calaña por los que ha sido prácticamente indultado (abusador sexual, corrupto, evasor de impuestos, golpista, ladrón de secretos de Estado, entre otras lindezas), pero amado e idolatrado por la mitad de una población semi-analfabeta, racista y trabajadora de ese país, que no quiere complicarse la vida con guerras contra países que ni se sabe en qué parte del planeta están situados. O bien, será una guapa mujer mestiza y dinámica, instruida e inteligente, que probablemente continuará alimentando la ideología delirante de que Rusia quiere comerse Europa porque, ya se sabe, a los rusos les gusta comer niños crudos, de modo que continuará apoyando la absurda expansión de la OTAN y el sangriento conflicto armado en Ucrania para debilitar a Rusia con miras a un eventual enfrentamiento con China. De paso, y como ambos candidatos se consideran adalides de las libertades del mundo occidental (de una curiosa y particular concepción de las libertades), cualquiera de ellos que gane la presidencia seguirá por supuesto utilizando sin pudor a sus títeres europeos, sosteniendo militar y económicamente a Israel, que es su colonia consentida y su brazo armado y punta de lanza en el estratégico y vital Oriente Medio, continuará por supuesto apoyando militarmente a su otra colonia estratégica que es Taiwán, y sosteniendo evidentemente a Corea del Sur, su tercera posesión importante en tierras lejanas, entre las novecientas bases militares que posee regadas por el mundo (y eso que no cito a Japón entre sus posesiones).
¿Y Europa? Europa no tiene casi ni voz ni voto en el complicado entramado dominado por los Estados Unidos y los grandes capitales financieros internacionales. La Unión Europea, siguiendo el modelo y las recetas del liberalismo económico que aboga por la libertad de los mercados, ha ido renunciando poco a poco a sus conquistas sociales del pasado y hoy se muestra como un continente cuyos dirigentes, serviles y desmemoriados, han adoptado la misma retórica discursiva de su gran amo, cada vez más alejados de las realidades sociales de sus propios países y de sus ciudadanos, y cada vez más infeudados a un proyecto bélico que olvida, con una patología colectiva exacerbada que es justamente ahora en agosto, que se conmemora el orgulloso aniversario del lanzamiento por los Estados Unidos de dos bombas atómicas sobre las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki, hace 79 años. Pero esto, ya casi a nadie inmuta.
Queda nuestro foco caliente, aquí, en América Latina: Venezuela. La cosa está que arde. A Venezuela se la quiere matar de hambre, asfixiar, invadir, descabezar, es decir, todo, cualquier cosa, menos dejarla resolver sus problemas por ella misma, ser soberana, como suele hacerse con el resto de países. No, Venezuela se vuelve de pronto el epicentro de las preocupaciones humanas más generosas y espirituales que puedan mover la sensibilidad profundamente humanista del conglomerado de miles y miles de seres humanos que se dedican de pronto, sin saber exactamente por qué, ni cuándo, a protestar con ingenuidad de zombis contra las grandes injusticias designadas ¿por quién? ¿Cómo nos enteramos? Y tenemos entonces al Departamento de Estado norteamericano preocupadísimo por el no respeto a los derechos humanos en Venezuela, tenemos a la OEA y a todos los órganos de prensa del planeta protestando por el posible (todavía no comprobado) fraude electoral que le dio el triunfo al Señor Maduro, tenemos a los candidatos de la oposición venezolana pidiéndole a los Estados Unidos que invadan Venezuela, en fin, no puedo dejar de asombrarme sobre cómo es posible y por qué mecanismo surge de manera tan eficaz esta fiebre colectiva contra Venezuela, cuando en otros casos más graves y evidentes, nadie dijo ni dice nunca ni pío. A mí, sinceramente, todo esto me huele a impostura, a trampa, a mano peluda. ¿A usted no? Qué tristeza.
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