Mansilla me puso en las manos la escoba, para que fuera útil, y ya me iría explicando poco a poco lo demás, porque el arte es cosa seria, y se va aprendiendo con el tiempo, aunque dos semanas no fueran nada y apenas saborearía la espuma de la bohemia.
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Decidí dormir con la lámpara prendida, aunque ya sabía que estaba rodeado de una multitud al acecho, y que aquella turba podría cubrirme en un dos por tres, limitando mis posibilidades reales de sobrevivencia.
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Perro de albañil, acostumbrado a andar libre de un lado a otro entre cafetales, por las ruinas, en sitios donde tiran bolsas con basura y se puede escarbar con el hocico.
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Su lenguaje era modernista, acolochado y rimbombante, propio de su tiempo, admirador de los poemas de Ismael Cerna y de la declamación de Augusto Meneses, improvisador en los brindis, creyéndose iluminado como el bohemio puro. Nos parecíamos, aunque yo andaba con los zapatos raspados en las puntas.
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Ingresé a la biblioteca con cautela, sintiéndome que cometía un delito, sin prender las luces. Me gustaba todo. Fui sacando libro tras libro, hasta que para evitar tanto trasiego, me llevé de junto las obras completas de Julio Verne.
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“Elegiría el mismo camino y quienes me han acompañado en él” —Paulina Santizo, @santizombie97, Sobre la libertad y sus formas.
Marcos Melchor Palencia
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Lo que más me intrigaba entonces de la historia era el poder que tienen unos pocos privilegiados para captar el aura de los demás, ese resplandor que flota alrededor de los cuerpos, para cuya identificación yo me ejercitaba y esforzaba hasta creer ver sutiles destellos.
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Las matas de florifundia habían floreado, y esa noche la abuela cortaría la más fresca para ponerla debajo de su almohada y dormir profundo, siempre y cuando no anduviera libre el ratón.
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Lo seguía de cerca, me le pegaba e iba copiándole el paso. Si el respiraba yo respiraba, si daba una zancada yo lo imitaba, él cruzaba la meta y un brazo atrás iba yo. Él oro, yo plata.
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Salimos pálidos pero aliviados, y la fachada de la catedral me pareció más hermosa que nunca, con las palomas blancas y negras durmiendo en las cornisas, detrás de las copas de los árboles recortados como tambores idénticos, y entonces me pidió que la abrazara, porque aunque yo era un patojo casi tenía su estatura.
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