Recientemente me compartieron el programa de economía propuesto por un ideólogo de una universidad local. La propuesta presentaba algunos títulos que reconocí y otros que jamás había visto. Al buscarlos en línea, noté que todos se adscribían a una corriente filosófica enfocada en racionalizar las acciones de un solo sector económico. Entonces sospeché que era uno de esos profesores malacostumbrados a contar historias incompletas y visiones sesgadas de la teoría económica. Aun respetando a algunos de los autores en la lista, no logré evitar preguntarme ¿qué tipo de conocimientos y habilidades adquirirían futuros economistas siguiendo un programa tan ideológicamente hermético, en especial, siendo hoy la economía una disciplina tan versátil y diversa? En un programa como esos, ¿se distribuirá conocimiento o ideología? Al tomar cursos con ideólogos, complacientes de sus fiduciarios, uno aprende a ver el mundo desde una sola perspectiva, y potencialmente, a radicalizarse, ya sea a favor o en contra de las ideas impartidas. En economía, posturas cerradas carecen de innovación o creatividad, lo que termina limitando al profesional que se encasilla en ellas. Uno debiera evitar aprender sobre economía a través de un solo lente, pretendiendo, ilusoriamente, que una misma solución funcionará para todas las situaciones en un mundo complejo. Sólo espero que programas así produzcan a los mismos críticos que ese sistema pretende evitar. Tiende a ocurrir que, cuando se expone a los más perspicaces al fuego de un lanzallamas ideológico, típicamente brota la duda y consecuentemente, la crítica más afilada.
Pratkanis y Aronson en La Era de la Propaganda resaltan las diferencias entre propaganda y educación. Mientras la propaganda es la propagación sistémica de una doctrina, la educación es el acto de impartir conocimientos o habilidades. Y es que ideólogos con mentes cerradas típicamente enseñan sobre la economía doctrinariamente. Un ideólogo solamente distribuye ideas con base a una única línea de pensamiento simplista, condena a las “tribus” que le contradicen, rechaza toda crítica, sobrevalorando cualquier ejemplo que le valide y, convenientemente, ignorando todos aquellos que no. Al contrario, los buenos maestros de economía motivan a la curiosidad y al sano escepticismo, practicando la humildad con sus propias creencias ideológicas. Un buen maestro de economía expone los matices de sus argumentos. Los agentes, los productos y las transacciones, con frecuencia, presentan diferencias y contradicciones imposibles de reconciliar a través de un solo conjunto de creencias sobre cómo operan. Un buen maestro de economía jamás olvida que, como lo ejemplifican los mejores debates económicos entre Malthus y Ricardo, una de las mejores prácticas metodológicas de la disciplina reside en el mejoramiento de ideas a través del intercambio y el diálogo académico, respetuoso y constructivo.
Mientras que una enseñanza ideológica nos obliga a pensar en enemigos inventados y soluciones desactualizadas, por lo regular afines al statu quo, es más provechoso invertir recursos en aprender a pensar como un economista, tanto para el profesional que estudia la disciplina, como para la sociedad a la que asesora. Los mejores economistas tienden a ser los que esclarecen dilemas y encuentran soluciones estratégicamente viables, no los que repiten una opinión monolítica buscando validación. Es difícil desarrollar habilidades cognitivas necesarias para convertirse en un buen economista en espacios donde la autocrítica y el contraste entre marcos analíticos se reprime o se condena en defensa de una agenda ideológica particular.
En un país con un crecimiento económico estancado, carencias de bienes públicos, hartas fallas de mercado, instituciones públicas débiles y pocas estrategias claras de desarrollo, vienen útiles los economistas con una educación completa; es decir, una educación que busque la tolerancia de múltiples perspectivas pero que conserve rigor en la forma en que desarrolla y expone argumentos. Necesitamos economistas que sepan que estudiar esta disciplina puede ser de mucha utilidad si aplican sus conocimientos a resolver problemas de coordinación colectiva. Necesitamos economistas en múltiples posiciones de poder, buscando la provisión de soluciones justas y eficientes, mientras trabajan en el desarrollo de una economía estable, creciente y sostenible. Se necesitan economistas con criterio, que puedan utilizar una multiplicidad de perspectivas y relacionar la economía con otras ciencias sociales, duras y las Humanidades. Difícilmente serán ideólogos los que logren educar a buenos economistas. Nuevos economistas debieran ser guiados por maestros que sepan sobre varias corrientes intelectuales, que expongan alternativas para comprender problemas económicos y que los estudiantes, en lugar de aprender sobre una única forma de ver el mundo, aprendan a pensar de manera versátil y holística. Solamente así se puede desarrollar y distribuir conocimiento: reconociendo las virtudes y limitaciones de todas las herramientas que uno tiene a disposición para entender la realidad.
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