Ilustraciones: Amílcar Rodas
“Cuando salgas en el viaje, hacia Ítaca
desea que el camino sea largo,
pleno de aventuras, pleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al irritado Poseidón no temas,
tales cosas en tu ruta nunca hallarás,
sí elevado se mantiene tu pensamiento, si una selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo embarga.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
y al feroz Poseidón no encontrarás,
sí dentro de tu alma no los llevas,
si tu alma no los yergue delante de ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con cuánta dicha, con cuánta alegría
entres a puertos nunca vistos:
detente en mercados fenicios,
y adquiere las bellas mercancías,
ámbares y ébanos, marfiles y corales,
y perfumes voluptuosos de toda clase,
cuanto más abundantes puedas perfumes voluptuosos;
anda a muchas ciudades egipcias
a aprender y aprender de los sabios.
Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca.
Llegar hasta allí es tu destino.
Pero no apures tu viaje en absoluto.
Mejor que muchos años dure:
y viejo ya ancles en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que riquezas te dé Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no hubieras salido al camino.
Otras cosas no tienen ya que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado.
Sabio, así como llegaste a ser, con experiencia tanta,
ya habrás comprendido las Itacas qué es lo que significan”.
Uno de los más importantes sentidos que nos abre la poesía refinada, profunda, muy bien elaborada y habitada por las imágenes de la cultura clásica grecolatina del poeta griego Constantino Kavafis que hizo de la ciudad de Alejandría en Egipto la ciudad de su vida y de su muerte, es el que ve la existencia de los seres humanos como un viaje lleno de obstáculos y peligros mortales. Un viaje semejante al que hizo Ulises, personaje del gran poema épico de Homero, por el mar Mediterráneo de regreso de la guerra de Troya a Ítaca, la isla en donde reinaba, y en la que su esposa Penélope y su hijo Telémaco siempre lo esperaban fiel e incondicionalmente, no obstante el largo tiempo transcurrido desde su partida.
Un viaje que, sin embargo, no transcurre de un lugar a otro del espacio geográfico, de un punto de partida y una metafísica, como el de Ulises, sino en el horizonte del tiempo en el que avanzan en dirección de una meta ideal que se han fijado o propuesto; avance que, como el viaje de Ulises, está rodeado de grandes obstáculos y riesgos que tienen que superar para alcanzarla, o, por lo menos, para acercarse a ella. Y cada vez que superan estos obstáculos, aprenden precisamente la manera de lograrlo. Aprendizaje que en el futuro les permitirá superar sin mayor dificultad esos obstáculos cada vez que vuelvan a aparecer en el curso de sus vidas, pues ya sabrán, gracias a la experiencia de haber vivido esa lucha, la manera adecuada, eficaz y correcta de enfrentarlos y vencerlos. Y de esa manera, se harán más sabios e inteligentes. Se elevarán por encima de las carencias y limitaciones físicas, y, sobre todo, cognoscitivas que los marcaban. Por eso son quienes han vivido la presencia de estos obstáculos, y los han vencido con su esfuerzo y lucha ordenada y dirigida de modo racional, los que poseen un saber único e inigualable que constituye un gran tesoro que han hallado en sus vidas y quienes deben o deberían enseñarlo de sus semejantes como los maestros que han llegado a ser de la vida.
De ahí, que la meta que se proponen alcanzar los seres humanos en el viaje de sus vidas no puede ser nunca la que dé sentido a su existencia, como pareciera ser a primera vista. Es más bien, en la realización de este viaje, en el andar por el tiempo sorteando los múltiples obstáculos y peligros que se presentan donde yace ese sentido, el único realmente importante y valioso que los sostiene en pie. Y como las dificultades y obstáculos nunca dejan de aparecer en la vida de los seres humanos, es en cada batalla exitosa que libran contra ellos donde aparece con vigor el motivo o el sentido que les llena la vida para proseguirla. Para cada ser humano, el hecho de lograr vencer los diversos obstáculos que se presentan una y otra vez en su vida es un motivo central y poderoso que le da fuerza para seguir viviendo.
Y esto es así porque para Kavafis los seres humanos al emprender el viaje temporal de sus vidas no abandonan nunca el lugar –la ciudad- en el que lo iniciaron. Este lugar siempre lo perseguirá sin cesar porque precisamente es el lugar del comienzo de esa vida temporal consciente. Es el lugar donde por primera vez cada ser humano se encuentre en sí unido a su para sí. Es decir, en el que su ser es por primera vez para sí de modo consciente. Y esta consciencia plena, esta capacidad cognoscitiva formada, es la que, usándola, le permitirá después vencer los diversos obstáculos que se le presenten. De tal manera que este punto de partida de su existencia consciente es la premisa o condición original para realizar el viaje de la vida a cada ser humano que estará lleno obstáculos, con éxito, o por lo menos, con relativo éxito. Esta condición será testigo de su ruina y deterioro físico, y lo acompañará hasta la muerte. Y nunca podrá escapar o librarse de ella, así lo quiera o se lo proponga, porque es el fundamento esencial y original de su ser. Pues en la medida que los seres humanos avanzan en el tiempo de sus vidas aprendiendo a vencer los obstáculos que se presentan o les aparecen, en la medida que se vuelvan más sabios e inteligentes, avanzan irremediablemente hacia el deterioro y el fin de esas vidas, hacia sus muertes. Es decir, regresan al punto de partida en que comenzaron el viaje consciente de sus vidas en el tiempo, al lugar en el que nacieron como seres conscientes de sí mismos. Esto nos dice en su poema La ciudad:
“Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas canas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad: Para otro lugar –no esperes-
no hay barca para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste”.
Horkheimer y Adorno en el excurso sobre Ulises de su conocido libro La dialéctica de la Ilustración sostienen una interpretación diferente: Ulises durante su viaje demuestra ser un personaje capaz de dominar todos sus impulsos naturales, su naturaleza interior, y las fuerzas avasallantes y amenazantes de la naturaleza exterior representadas en el poema por seres mitológicos como las sirenas o el cíclope. Por eso es el prototipo del sujeto racional que con su sangre fría, astuta y calculadora vence estas fuerzas naturales para salvar su vida de los peligros mortales que representan; un sujeto racional que emerge omnipotente en el seno de este mundo plagado de seres míticos-naturales que en principio se oponen a su pretensión de convertirse en amo y señor de la naturaleza, y cuya existencia se extiende de manera soberana hasta los tiempos modernos arrastrando consigo, sin percatarse, a esos seres mitológicos que cree haber derrotado.
Sin embargo, esta interpretación no excluye, como se podría pensar a primera vista, la que ofrece Kavafis en su poema, porque el hecho de que Ulises sea capaz de salvar su vida, al engañar y eludir las fuerzas naturales mortales mitificadas que lo acechan, no solo demuestra su condición de sujeto racional e inteligente, sino además forja un saber necesario para conservar su vida en el futuro. Un saber que a partir de ese instante le proporcionará un sostén imprescindible para seguir viviendo, y que al transmitirse y enseñarse a otros les permitirá lo mismo que a él: afrontar y superar con éxito esos mismos riesgos cuando se les presenten en los viajes temporales que realizan en sus vidas.
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