Kafka, el hombre y el poder

En memoria de Luis Aceituno, un ilustre admirador de la obra de Kafka.

Camilo García Giraldo

diciembre 15, 2024 - Actualizado diciembre 14, 2024

Ilustración: Amílcar Rodas

En mi opinión la gran obra literaria de Franz Kafka está fundada en una idea o concepción central, la de que los seres humanos son seres insignificantes y carentes de valor porque sus existencias están completamente sometidas a las órdenes y disposiciones de órganos de poder judiciales o técnico-administrativos, a los aparatos organizados de poder. Y sus vidas está enteramente sometidas a estos aparatos de poder porque precisamente carecen de poder. Estos órganos encarnan todo el poder existente, mientras que ellos, al contario, carecen totalmente de él. O lo que es lo mismo, las acciones de estos aparatos de poder que lo concentran todo para sí lo que hacen es fabricar individuos completamente impotentes, se vuelven insignificantes, intrascendentes e irrisorias.

Así, por ejemplo, en su novela El proceso, todos los esfuerzos de José K, el personaje principal de esta novela, por defenderse de la acusación que le hacen los miembros impersonales, anónimos y sin rostro del aparato de justicia son vanos e inútiles, no obstante que no presentan los motivos ni las pruebas que la sustenten.  Su primer paso de contratar un abogado experto y su posterior decisión de asumir su propia defensa, su aceptación a recibir el apoyo que le ofrecen diferentes mujeres que se encuentra en el camino y la asesoría que busca en el pintor oficial del tribunal no le sirven para lograr suspender o modificar un ápice la decisión del tribunal de condenarlo a morir tomada con mucha probabilidad desde el inicio del proceso.

Esta impotencia frente al aparato de poder judicial que lo persigue revela algo más: la incapacidad de José K de hacer valer ante ese aparato de poder el deseo o el querer de liberarse de la acusación que le ha hecho. José K es impotente porque no puede lograr que el poder judicial suspenda, debido a la falta de fundamento real, la acusación que le hace. Es decir, su voluntad razonable y justificada no puede hacerla imperar, no puede realizarla en su vida. El poder de este aparato es inmensamente superior a la de su voluntad individual por más racional que sea; aquel todo lo puede, mientras que él nada.

Y finalmente, este poder del aparato judicial que los juzga y lo condena a morir como “un perro”, es un poder que, o bien, que aparenta fundarse en la ley, y que, sin embargo, la desconoce y la viola de plano al condenarlo sin decir el contenido de la acusación que le hacen, y mucho menos, sin exponer los motivos de la misma, y, sin presentar las pruebas para declararlo culpable.  O bien, los funcionarios anónimos de este aparato cumplen una ley que no le reconoce ningún derecho. En los dos casos, lo que Kafka nos dice es que los individuos, representados por José K, carecen no solo de todo poder sino también de todo derecho, sea porque es desconocido por los agentes del poder judicial o porque es desconocido por la misma ley.

Así, entonces, Kafka completa su visión sobre las relaciones entre los aparatos del poder judicial y los individuos. Estos aparatos no reconocen el derecho que tienen los individuos a saber los términos de la acusación que reciben, y de demandar la exposición de esa acusación, y de exigir el cumplimento de la obligación incuestionable que tiene el aparato o tribunal de justicia de presentar las pruebas para declararlos culpables de delitos que supuestamente han cometido.  Aspectos o componentes esenciales del derecho penal desde los tiempos de la antigua Roma.

Este aparato de justicia al negar de plano estos fundamentos básicos del derecho penal lo que hace es precisamente negar el derecho casi natural que tiene José K a recibir un juicio claro, correcto y justo. De ahí que para Kafka la raíz última y definitiva de la falta de poder y de valor de los individuos es la acción de órganos del poder judicial que no les reconocen ningún derecho, o por lo menos, el derecho a defender sus vidas en juicios claros, justos y correctos. Pues es solo si los órganos del poder judicial reconocen el derecho de todo individuo de la sociedad a defenderse, en los términos señalados, de los cargos que le formulan en su contra, estos adquieren el poder de defenderse. Y al poder defenderse, sus vidas mantienen el valor que siempre han tenido, en caso de resultar inocentes, y no lo pierden del todo, en caso de resultar culpables porque precisamente han tenido el derecho pleno de defenderse.

En un corto y profundo relato llamada Ante la ley Kafka amplía y desarrolla esta idea del poder judicial que ha plasmado en El Proceso. Aquí nos relata que un campesino que llega a las puertas de la Ley para ingresar en ella. Sin embargo, un guardia le impide el paso. Y le dice, además, que en caso que se lo permitiera, encontraría más adelante otro guardia que se lo impediría. De tal manera que nunca en su vida podrá acceder a la Ley porque un agente armado que la custodia se lo impide. ¿Qué significa este corto relato? Podemos decir que aquí Kafka nos muestra de nuevo la impotencia de un individuo frente a los agentes del poder, la imposibilidad de realizar su voluntad debido a la negativa categórica de un representante del poder organizado de permitir realizarla. Impotencia agravada seguramente por la imagen común en tenía en esos tiempos el campesino, y que tienen aún en muchos países, la de un ser humano pequeño, insignificante, ignorante, y por esa razón, importante.

De ahí que la ley y las normas jurídicas permanezcan y ajenas extrañas para él. El campesino no puede entrar a la ley, es decir, no las puede conocer, debido a la impotencia que caracteriza su existencia, como caracteriza la existencia de muchos individuos sociedad, y que esa misma ley fomenta y reproduce con sus órganos de poder. Pues para Kafka la posibilidad que tiene un individuo de aprender o conocer algo, en especial, el contenido de las leyes, depende del poder real de que disponga para lograrlo como un fin esencial de su vida. De tal manera que la impotencia de cada individuo no solo brota del dominio o poder que tienen los órganos jurídicos-estatales sobre él. También de la ignorancia que tiene sobre sus reglas y funcionamiento. El hecho que el individuo no conozca o puedan conocer las reglas jurídicas y su orden de funcionamiento lo convierte en un individuo impotente, en alguien que queda sometido inevitablemente al poder de esas leyes.  

Jacques Derrida nos ofrece una interpretación un tanto diferente en su conferencia-texto sobre este relato.  Sostiene que este texto nos indica que el campesino, que nos es un individuo de la ciudad, está antes de la ley, no dese quedarse como el guardián siempre ante la ley. Un guardián que respeta la ley y se somete a ella como su servidor fiel. Pero al mismo tiempo está de espaldas a ley que protege. Su posición espacial es, por lo tanto, diferente u opuesta a la del campesino quien está siempre frente a ella. Quien es el encargado de cuidarla y protegerla aparece de espaldas como si la despreciara, en cambio, el campesino está ante ella como signo de respeto. Sin embargo, los dos son en realidad servidores de ella, están sometidos a sus mandatos.

Dice Derrida: “En todo caso, el campesino, que es también un hombre antes de la ley, como la naturaleza antes de la ciudad, no desea quedarse ante la ley, en la situación del guardián. Éste también se mantiene ante la ley. Esto puede querer decir que la respeta: mantenerse ante la ley, comparecer ante ella es someterse a ella, respetarla, con mayor motivo porque el respeto mantiene distancia, mantiene en el otro lado, prohibiendo contacto o penetración. Pero también esto puede querer decir que, de pie ante la ley, el guardián la hace respetar….  Así, la inscripción «ante la ley» se divide una vez más. … Las dos personas del cuento, el guardián y el campesino, están ambas ante la ley, pero como para hablar se encaran, su posición «ante la ley» es una oposición. Uno de los dos, el guardián, le da la espalda a la ley, ante la cual se halla. El campesino, en cambio, se halla también ante la ley, pero en una posición contraria, ya que se puede suponer que, listo para entrar, él la encara. Los dos protagonistas son igualmente servidores ante la ley, pero se oponen el uno al otro en cada lado de una línea de inversión, cuya marca en el texto no es otra que la separación entre el título y el cuerpo de la narrativa”.

En otra de sus novelas El Castillo que no terminó de escribir debido a su muerte nos relata la vida de un agrimensor que es contratado por las autoridades anónimas de una población, y que despachan en un Castillo cercano. El agrimensor al llegar al pueblo se empeña en llegar al castillo y tomar contacto personal con los miembros del ese poder local, sin nunca lograrlo. Le sucede, entonces, lo mismo que al campesino del relato Ante la ley. Pero con dos diferencias: la primera, la de que la ley es un entidad abstracta e intangible, mientras que el castillo es una edificación concreta, material y tangible. Y la segunda, que en el castillo es el lugar en donde yace y operan los miembros de un poder técnico-administrativo, mientras que la ley es la fuente misma de todo poder legítimo.

Y, por otra parte, el agrimensor llamado K tiene una relación de oposición con el personaje José K protagonista de El proceso en la medida que K se esfuerza por acercarse a la sede del poder, sin lograrlo, mientras que José K trata de alejarse o librarse de él, también sin conseguirlo. Y al mismo tiempo, mantienen una relación de semejanza porque, no obstante, esta diferencia, los dos quedan atrapados por las redes del poder.   

Pero, además, al agrimensor K el poder aparato de poder que lo atrapa y domina no es judicial sino de naturaleza técnico-administrativa. Y lo atrapa, a pesar de que nunca puede acceder a él, porque le ofrece un contrato laboral que le es, como todo contrato laboral, necesario para poder obtener un salario con el que pueda comprar los bienes que necesita para vivir. Por esa razón el agrimensor K intenta siempre acercarse y llegar a él.  De tal manera que estos dos poderes, el judicial y el técnico-administrativo, son los que deciden sobre la vida y la muerte de los individuos. Son dos poderes que tienen esa capacidad decisiva. Es en esta doble y contradictoria capacidad la que los confirma como auténticas formas soberanas de poder que convierte quienes quedan atrapados en sus redes en individuos carentes de poder, y, por lo tanto, de valor. 

Unos años antes Nietzsche se había dado cuenta de esto que subyace en el relato de Kafka, a saber, que el valor de la vida depende de la capacidad del individuo de afirmar y realizar su voluntad usando su poder. Cuando el individuo no puede realizar su voluntad, cuando no tiene el poder para cumplir su querer, se le revela la falta de valor que tiene su vida. Pero, sin embargo, existe entre los dos diferencias fundamentales: la primera consiste en que para Nietzsche, como se sabe, este no poder realizar la voluntad no es un hecho natural de la vida sino, al contrario, el resultado de la acción del mensaje religioso judeocristiano sobre la mente de los hombres de que sus vidas sensibles y naturales no valen nada; para Kafka, en cambio, esta falta de poder y valor de la vida de los individuos es una situación determinada que resulta de la acción de un poder organizado de la sociedad encarnado en un tribunal anónimo y despersonalizado de justicia o técnico-administrativo. Y la segunda, que Nietzsche está convencido de que este mensaje religioso no tiene un poder superior al de la voluntad de los individuos; si estos quieren de verdad la vida, pueden deshacerse de su presencia, pueden superar la situación nihilista en que los ha colocado en el curso de la historia. Para Kafka, en cambio, no existe esta posibilidad; el hecho de que estos órganos sean tan poderosos determina que los individuos no se puedan liberar de sus acciones; cuando quedan atrapados por sus redes, quedan así definitivamente hasta sus muertes.

Por eso podemos decir, entonces, que La metamorfosis sea la obra en la que remata y completa de modo descarnado esta visión de los seres humanos y el poder. Su personaje principal, Gregorio Samsa, que un día se despierta convertido en un insecto no es más que la imagen aterradora de lo que les ocurre a los individuos que quedan sometidos a las formas absolutas del poder. Son individuos que, al carecer de poder, pierden el valor de sus vidas como seres humanos, es decir, se vuelven seres pequeños e insignificantes. Condición que simboliza y representa este insecto en el que súbitamente se convirtió Samsa. Estos individuos al ser seres sin ningún poder y valor pueden ser perfectamente representados por un pequeño animal sin ningún valor como un despreciable insecto.

Ilustración: Amílcar Rodas

De ahí que este idea o visión esencial que guía el conjunto de la creación de su obra literaria es la que le asegura en gran medida la gran calidad que tiene, y que, le da la coherencia y profundad que la caracteriza.  Idea que probablemente forjó en su mente durante los años que trabajó como empleado y abogado que era de una poderosa compañía de seguros en Praga encargado de analizar y juzgar las innumerables peticiones que le llegaban de obreros y trabajadores lesionados y lisiados, muchos de ellos, de gravedad en el ejercicio de sus funciones laborales para ser indemnizados. Era una un funcionario seguramente anónimo e invisible para esos trabajadores que tenía en sus manos, que tenía el poder, de decidir sobre si se daban o no esas indemnizaciones que solicitaban, sin dar mayores explicaciones. Respuesta final que él no les daba sino otro funcionario de la compañía. Y esos trabajadores probablemente los consideró como personas pequeñas e insignificantes, o mejor, como personas impotentes o carentes de poder, precisamente por los daños que habían sufrido en sus cuerpos. Esta experiencia laboral y personal fue vital para forjar, como dijo, sus textos literarios. ¿No fue acaso él un de los jueces anónimos que juzgó y condenó a muerte a José K o uno de los miembros de las autoridades técnico-administrativas que se negó a recibir y hablar con el agrimensor K, al que supuestamente lo habían contratado laboralmente?  Si esto es así, entonces, él se vio a sí mismo como el modelo real de los personajes ficticios que creó, y que integran los aparatos de poder, es decir, se vio como una persona de poder porque hacía parte de una organización poderosa.

Y, al mismo tiempo, a poner la letra inicial de su apellido, se vio también como una persona carente de poder, pequeña, insignificante y sin mayor valor, cuando estaba por fuera de esa organización. Pues el poder que tenía sobre un gran número de individuos-trabajadores de decidir en gran medida sobre sus vidas, era un poder que se lo daba exclusivamente el hecho de hacer parte de una organización que tenía ese poder. Y si salía o quedaba por fuera de esa organización perdía todo el poder que tenía. Por eso estos personajes a los que les da su apellido también lo representan perfectamente. Hecho del que era perfectamente consciente, y que quiso expresar y resaltar con claridad con la letra inicial K de su apellido.

¿No fue acaso este el motivo profundo que tuvo para pedirle en su lecho de muerte a su amigo Max Brod que destruyera todos sus manuscritos? Es muy probable que así fuera porque eran manuscritos que hablan de sí mismo como una persona que se veía sin mayor valor. Pues seguramente sintió en el fondo de su alma que el poder que había tenido cuando fue funcionario de la compañía de seguros no le dio el valor como ser humano. Y no se lo dio porque en realidad el poder siempre da a las personas que lo tienen un valor puramente aparente y externo.  Y cuando no lo tuvo, también sintió probablemente que su persona no tenía valor porque precisamente carecía del poder que en apariencia da valor a las personas que lo poseen.    

Etiquetas:

Todos los derechos reservados © eP Investiga 2024

Inicia Sesión con tu Usuario y Contraseña

¿Olvidó sus datos?