Francisco Morales Santos: Historias de amor, literatura y perseverancia

El ganador del Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 1998 prepara varios proyectos para los próximos meses. Tres libros dedicados a su esposa Isabel Ruiz, la reedición de una antología de autores guatemaltecos y su autobiografía están entre los planes del poeta y editor.

Ana Lucía Mendizábal

febrero 9, 2025 - Actualizado febrero 10, 2025

Francisco Morales Santos. Foto: Carlos Alonzo

Siempre va a estar en el centro de mi vida”, responde Francisco Morales Santos al preguntarle cómo avanzan sus proyectos en torno a su esposa, Isabel Ruiz (1945-2019), una de las más importantes artistas visuales de Guatemala, con quien estuvo casado durante 49 años.

El poeta comenta que uno de los libros que espera que pronto vea la luz es el que reúne una colección de los poemas que él le dedicó a Isabel. Llevará por nombre Dibujo a mano alzada, en clara referencia al arte que la distinguió. Contará con un prólogo de la escritora Delia Quiñónez.  Espera que este libro se publique este año, a través de F&G Editores.

Otro proyecto es la biografía de Isabel, en la que ha estado trabajando durante varios años. En esa obra presentará a la artista desde dos dimensiones. “Hablando con los muchachos de (editorial) Catafixia me dijeron ‘haga la biografía donde cuente de la vida familiar, donde estuvo usted con ella, y otra con su quehacer como artista. Entonces, en eso estoy enfocado”, explica el autor.  

Acerca del contenido de esa obra que se encuentran ya en proceso, indica: “Hay cosas muy íntimas (que se incluirá en el tomo personal), y otras que la retratan como la artista multidisciplinaria que fue”.  A través de ambos libros, Morales Santos compartirá, además de relatos e información, gran parte de las fotografías que muestran momentos significativos tanto a nivel profesional de la artista como en el ámbito familiar.

Esta pieza de la serie Gráficas de emergencia, es una de las obras de Isabel Ruiz que se encuentran en la casa familiar que compartió con Francisco Morales Santos. Foto: Carlos Alonzo

El amor y la inspiración

Francisco e Isabel formaron una pareja excepcional. Él, poseedor de una sensibilidad poética y una pasión editorial que lo llevaron a obtener el Premio Nacional de Literatura 1998 y ella, una artista que se adentró en las raíces ancestrales, exploró en el performance y denunció, a través de sus piezas de pintura, escultura, grabado e instalaciones, las realidades del país, lo que en 2017 la valió ser galardonada con el Premio Carlos Mérida.

La unión entre el poeta y la artista visual comenzó en los años 60, cuando ella estudiaba en la Universidad Popular. Recibía clases de escultura con Rodolfo Galeotti Torres y pintura con Roberto Cabrera. “Yo tenía un amigo de la Antigua que me habló de una patoja muy bonita, me la describió y me dijo que no tenía novio”, recuerda Francisco.

“Llegué y mi amigo me la presentó y hablamos de libros”, rememora. Cuenta que, años después, ella le confesaba: “Al principio me caíste mal”. Sin embargo, él fue persistente. La acompañaba a su casa familiar, ubicada en la 22 calle y avenida El Cementerio en la zona 3, cuando salía de recibir clases, a eso de las 9 de la noche. Él vivía en San Pedrito y regresaba en bus a su lugar de residencia, ya que según cuenta , “en ese tiempo los buses dejaban de circular hasta la media noche y no había tanta delincuencia. Había rateros, pero no como ahora”, anota.

Cuando el Maestro Cabrera ya no pudo continuar como docente, dejó esa cátedra a cargo de Isabel. Francisco recuerda que los domingos ella viajaba con sus alumnos de la UP a parajes de San Juan Sacatepéquez, San Pedro Sacatepéquez, Amatitlán, entre otros poblados, y él iba con ella.  El escritor cuenta que ella siempre quiso educar a sus alumnos para que conociesen a las personas que habitaban en las distintas comunidades, que supieran de sus necesidades e interactuaran con ellas. Isabel también hacía partícipes del arte a los niños de los lugares que visitaban. “Ella iba con lápices y hojas y se los daba a los que se ponían alrededor”, cuenta Morales Santos, quien, sin duda, apreciaba la gran sensibilidad de la artista, que también se distinguió por su proyección social.

Entre los significativos recuerdos que Francisco guarda de Isabel comparte que cuando presentó su primera exposición, se vistió completamente de blanco. “Dijo que se estaba casando con el arte”. En cambio, cuando se casó con él, decidió ataviarse con un vestido rojo, porque se unía a él por amor. Además, el atuendo era muy corto, según recuerda el ahora viudo. “Si su abuela hubiera estado viva, le hubiera dado el patatush”, comenta divertido Morales Santos. La boda religiosa se celebró en la iglesia del Santo Cura de Ars, que en ese tiempo era llamada por algunos Catedral del Tercer Mundo y de la que era párroco José María Ruiz Furlán, conocido como Padre Chemita. Francisco e Isabel procrearon tres hijos.

Los inicios del poeta

La historia de Francisco Morales Santos comenzó el 4 de octubre de 1940, en Ciudad Vieja, Sacatepéquez. Cuando habla acerca de su formación y el inicio de su vocación, el poeta refiere a experiencias educativas que le ayudaron a descubrir su talento y desarrollar su sensibilidad y vocación. Cursó sus estudios primarios en el colegio Asilo Santa Familia.  “En la primaria tuve un maestro muy bueno, Fidencio Méndez. Él era muy didáctico.  Cuando cursaba el tercer año nos decía ‘vamos a la clase de geografía’ y nos llevaba de excursión al río Guacalate. Nos hacía observar de dónde venía la corriente y nos explicaba que iba a dar al mar”, cuenta. De vuelta al colegio, el profesor y sus pupilos transitaban por espacios en donde había mucha vegetación y aprovechaba para reforzar conocimientos acerca de la forma de las hojas y las plantas en general. Es decir, utilizaba todo alrededor para enseñar.

Además, cuenta el escritor, al final de la jornada les asignaba como tarea presentar una composición acerca de las experiencias vividas y lo aprendido.  «A mí me gustaba hacerlo. Y él empezó a notarlo y le gustaba lo que hacía, entonces me motivaba”, rememora.  Uno de los principales estímulos que el maestro le brindó a Francisco fue obsequiarle La vida de Rubén Darío. “Me fascinó el libro, había unos poemas ahí y empecé a ver cómo estaban estructurados y a tratar de hacer lo propio”, recuerda.

Otra experiencia que lo marcó fue su paso de dos años por el Seminario Conciliar. “Yo paré ahí por mi padre. Él era muy católico, de rezo diario del rosario”, recuerda.  En alguna ocasión Francisco, que para entonces tenía 13 años, mencionó algo acerca del seminario. “Me lo tomó en serio y me dijo que fuera a ver al Padre de la Catedral y me empecé a arrepentir… Un día me dijo, ‘vamos los dos’”. Y luego de eso, quedó inscrito en el seminario. Según indica Morales Santos, esos dos años “valieron lo de toda una Facultad de Humanidades o más. Teníamos clases de latín y griego”. A pesar de esto, cuando decidió volver a sus clases normales en el colegio, no le reconocieron ni un solo curso de aquella formación, pero para él sigue siendo muy valiosa.

En ese tiempo, que era más o menos 1953, se fundó la librería Loyola y trajo una colección de clásicos españoles como Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco Quevedo y otros, que se convirtieron en influencia para el joven estudiante.

Libros y personajes decisivos

Fue precisamente en el período del inicio de la adolescencia cuando se hizo más clara la vocación de Francisco.  Estando en el colegio hizo amistad con José Félix López, quien cursaba dos grados antes que él, pero compartía sus inquietudes literarias. “Un día me dijo que fuéramos a hablar con el director de un periódico”. Así lo hicieron y comenzaron a colaborar. Esas fueron sus primeras publicaciones.  “Acordamos que una semana él escribía prosa y yo poesía, y a la siguiente nos cambiamos”, recuerda.

En otra ocasión, López lo animó a conocer a quien describió como “un gran poeta”, que era nada más y nada menos que César Brañas. “Su casa está a una cuadra”, le dijo su amigo. “El colegio estaba en el Arco de Santa Catarina.  A la vuelta, a media cuadra estaba la casa de César”, cuenta Morales Santos, quien también relata que ambos dirigieron sus pasos a la residencia del escritor, quien con el tiempo también le abrió la posibilidad de publicar en El Imparcial, en donde él tenía asignada una página.

Según cuenta, al principio, él llevaba poemas a Brañas para intentar publicar, sin embargo, cuando ya llevaba más de 40 poemas entregados se dio cuenta que «César no era capaz de ofender a nadie». Entonces lo envió para que fuera con Francisco Méndez, de quien le dijo: «es poeta y tiene muy buen criterio». Morales Santos le dejó sus trabajos y Méndez le indicó que volviera en tres semanas. Al volver, el también escritor desechó casi todo el material, excepto algunos poemas. «Es que ya no se escribe así, el Modernismo ya pasó», le dijo y le recomendó leer a autores más contemporáneos.

Otro personaje importante que reforzó esa idea fue René Acuña, a quien había conocido en el seminario y había estado en su ordenación sacerdotal. Él se había ido a hacer un doctorado en España, pero ahí se enamoró y volvió casado. «Se fue a meter a la ciudad más cachureca del mundo: la Antigua. «, comenta Morales. Un día, él lo vio en un bus, se le acercó y se presentó con él, quien le recomendó leer a «los poetas de la generación del 27», que incluía a Pedro Salinas, García Llorca y Dámaso Alonzo, entre otros. Pero a Guatemala no llegaban esas obras. «Había una librería de un español, en la 6a avenida y 13 calle y lo único que encontré providencialmente fue El rayo que no cesa, de Miguel Hernández y me identifiqué con él inmediatamente y me marcó para siempre», narra.

De su amistad con Brañas, de quien Francisco se quedó como visitante asiduo, también recuerda: “Lo iba a buscar y él me llevaba libros nuevos”, refiere.

Francisco comenta que siempre fue afortunado y dice que gran parte de la amplia colección de libros que posee ha sido obsequiada. Cuenta que, en una ocasión, cuando iba a celebrarse la primera Feria del libro mexicano en Guatemala, en el Palacio Nacional, Lourdes Chávez que trabajaba en el consulado de ese país, les pidió ayuda a él y a Isabel para el montaje. Al estar ya en el recinto, a punto de iniciar las actividades, Francisco le pidió a Isabel que apartara algunos libros y los colocara cerca de la caja, con el fin de comprarlos inmediatamente. Sin embargo, quien venía a cargo de la feria les preguntó: “¿Ya vieron qué libros les interesa?” y cuando le respondieron que ya tenían apartados algunos cerca de la caja, él les dijo que podían tomar los que les interesaran. “Al sordo se lo dijo”, bromea Morales Santos.

Otro personaje que contribuyó a incrementar la biblioteca del poeta fue el escritor Mario Monteforte Toledo. “Cuando vino a Guatemala, alguien le habló de mí y me dijo que fuera a su casa ubicada atrás de la iglesia Santa Delfina en el Zapote, zona 2. Él tenía muchos libros dedicados a él y me los regaló. Además de obras de muchos guatemaltecos, tenía mucha literatura ecuatoriana, porque él había estado en Ecuador”, detalla.

La llegada de un Nuevo Signo

En 1968, se dio cuenta que debía hacer algo para dar a conocer su propia obra.  “Veía que la Universidad de San Carlos, que ya realizaba publicaciones, tenía una colección que se llamaba Séptimo Sol. Publicaba a otros autores centroamericanos, pero de nosotros nada”. Vio que en la Dirección de Bellas Artes había un mimeógrafo y le pidió a la secretaria que transcribiera algunos de sus poemas y los trasladara a esténcil. Luego, fue a una imprenta que quedaba cerca de esa oficina e hizo un tiraje de 100 ejemplares con esta selección de versos.

Delia Quiñónez, quien trabajaba en Bellas Artes y ya era reconocida como poeta, vio el trabajo de Francisco y le dijo “yo también quiero uno así”. El primer libro de Nuevo Signo fue Nimayá, de Francisco Morales Santos y el segundo Barro pleno, de Delia Quiñónez.

Poco a poco la idea se fue difundiendo entre los amigos y colegas, y esos libros se convirtieron en el germen del colectivo que al final reunió a Francisco y a Delia con Luis Alfredo Arango, José Luis Villatoro, Antonio Brañas, Julio Fausto Aguilera y Roberto Obregón.  “En realidad yo aprendí mucho de los compañeros de Nuevo Signo. Tenían una gran formación. Eran maestros. Luis Alfredo había salido de la Normal y José Luis Villatoro, de la Normal de Occidente», ejemplifica.

Todos ellos publicaron obras independientes. El grupo literario se consolidó aún más, sobre todo, cuando abrió la librería Homero y compañía, y se decidió la publicación de una antología de todos los integrantes. Pero la represión y la violencia que reinaba en esos momentos en el país repercutió directamente en el colectivo. “Lo que a nosotros nos separó fue la desaparición de Roberto Obregón.  Se nos apagó el entusiasmo”, expresa Morales Santos. A partir de esa pérdida, los ánimos decayeron. Sin embargo, unos años después, se reunieron para publicaron un periódico que llevó por nombre lo que el poeta indica fue un eufemismo La gran flauta. De este esfuerzo se dieron a conocer cuatro números.  

Foto: Carlos Alonzo

Un impulsor de las letras

Morales Santos ha sido redactor y editor en diversas publicaciones.  Trabajó en el semanario La Época en los años 70. “Estuvimos ahí hasta el bombazo”, señala al hacer referencia al atentado que terminó con ese esfuerzo editorial. Entre 1988 y 1994 fue jefe de edición y redactor de la revista Crónica. De esa experiencia recuerda que fue Ana María Rodas quien lo convenció, porque él no estaba seguro de aceptar el trabajo, debido a que pensaba que era “una revista del CACIF”. Sin embargo, la también escritora hizo que se encontrara con Francisco Pérez de Antón. De él, en especial, recuerda que cuando decidió renunciar, no solo le reconoció la calidad de su trabajo, sino que le brindó un reconocimiento económico que le permitió terminar de construir su casa.

Durante un año, Morales Santos fungió como editor en el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA).  De 1997 a 1999, trabajó como editor en la Comisión para el Esclarecimiento Histórico durante la publicación de los 12 tomos del informe Guatemala: Memoria del silencio. Pero sin duda, uno de sus más significativos aportes lo hizo como jefe de la Editorial Cultura, la casa editora del Ministerio de Cultura y Deportes, durante 22 años.

Durante su gestión se concentró en dar a conocer a muchos autores emergentes, que en la actualidad se destacan. En la segunda década del siglo XXI, algunos de ellos crearon un grupo de Facebook llamado “A mí también me publicó Paco Morales Santos”, en reconocimiento al impulso que les dio. Pero en esa labor editorial también tuvo en cuenta el valor patrimonial de los grandes nombres de las letras y trajo al presente a muchos de los clásicos de la literatura y los autores consagrados, tanto en obras individuales como en antologías. 

Precisamente como antologador una de sus obras más notables es Los nombres que nos nombran, un panorama de la literatura guatemalteca, que abarca autores desde Rafael Landívar hasta algunos del presente. “Es una antología en la que están quienes deben estar. No caben todos, porque no es una guía telefónica y es al gusto del antologador”, explica. De este trabajo habrá pronto una tercera edición que se realizará con Catafixia.

La primera edición de esta obra recopilatoria fue editada en la Tipografía Nacional cuando era dirigida por Juan Fernando Cifuentes. La segunda edición la trabajó con Magna Terra Editores y la tercera será con Catafixia. “Son dos tomos con un formato amplio. Cada libro cuenta con más de 300 páginas”, indica el literato quien el día de la entrevista con eP Investiga había terminado de hacer la última revisión de este trabajo.

En 2021, luego de dejar su puesto en Editorial Cultura, creó Morales Santos Editor. A través de este esfuerzo, ha dado a conocer obras de autores como Otto Raúl González, Luiz Tuchán, Paolo Guinea y Óscar Oliva, entre otros.

Al oído de las nuevas generaciones

Como autor, Morales Santos se ha adentrado en la literatura infantil, y su involucramiento en esta rama de las letras tuvo como inspiración primero a sus hijos y luego a sus nietas. Acerca de cómo comenzó en este campo cuenta: “Nos metimos de cabeza con Luis Alfredo Arango, con su novela El país de los pájaros. Además, junto a Luis de Lión hacíamos una especie de taller aquí en la casa”.

Esa faceta de Morales Santos, que despuntó gracias a su obra Ajonjolí se publicó a través de Editorial Norma, que en la actualidad maneja Santillana en el país. Otros libros notables de esta área son Árbol de pájaros, Ojos de girasol, Popol Vuh para niños y Cuentos de la tradición oral guatemalteca.

Foto: Carlos Alonzo

Un legado reconocido

La intensa actividad de Francisco Morales Santos ha sido exaltada con diversos premios y reconocimientos. Entre los más notables se cuentan la distinción Emeritissimum que le otorgó la Universidad de San Carlos de Guatemala en 20019 por su trayectoria literaria. En 1998 se hizo acreedor al Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. Además, en 2000 asumió como miembro de la Academia Guatemalteca de la Lengua.

El escritor también se encuentra inmerso en la preparación de su autobiografía que llevará por nombre El árbol y el río, que espera publicar dentro de un año.

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