Así es, pues son éstas las que hacen viable un estado de derecho en el que las normas y las leyes de la Nación sean las que orientan y guían el comportamiento y las relaciones humanas de la sociedad. Como consecuencia de los desgobiernos que hemos vivido en Guatemala durante los últimos tiempos, nos encontramos con un preocupante debilitamiento de las instituciones; de prácticamente todas. Y es que las instituciones son los patrones de comportamiento para que los ciudadanos convivan de forma humana y respetuosa dentro de la sociedad. Por lo tanto, éstas deben funcionar de manera estable, permaneciendo en el tiempo y siendo respetadas por todos los ciudadanos.
Para facilitar su comprensión podemos compararlas con las reglas de un juego cualquiera, de una contienda deportiva; no podríamos imaginar un juego de futbol, por ejemplo, sin unas condiciones previas aceptadas por todos los jugadores.
Por tanto, las instituciones son de fundamental importancia y deben ser estimadas como un patrimonio compartido por la Nación. No son efímeras ni meros adornos en la vida social, pues tienen efectos, incidiendo de manera significativa en el comportamiento de las personas y en el futuro mismo del Estado y la República. La democracia liberal que nos esforzamos por construir en nuestro país se debe sustentar en un estado de derecho, que no es más que el reino de las reglas, cuya institucionalización es central.
El autoritarismo, en contraposición, es el reino de la arbitrariedad. De tal cuenta que en un sistema democrático la política se debe someter a reglas formales y solamente son válidas las decisiones que se apegan a estas reglas. Pero vemos que en la práctica guatemalteca no son siempre las reglas formales las que orientan a la sociedad y especialmente a la política y a los políticos. En vez de ello son mecanismos como el clientelismo, el caudillismo y la corrupción los que la dominan. Estos fenómenos socavan a las instituciones formales, poniendo en riesgo a la democracia. Son, en definitiva, sesgos anti-institucionales que han ido conformando una cultura de antivalores.
El hombre es naturalmente social, es intrínseco en él vivir en sociedad. Ya hace cuatro mil años que Aristóteles en su Política manifestó: “El que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia autosuficiencia, o es una bestia”; y dejó un enorme legado a la humanidad al definir que la justicia, el respeto a la ley, la seguridad, la educación y los valores son los bienes que constituyen el fin de la vida social; todo ello para que la persona pueda alcanzar la felicidad, su fin último. De tal manera que el hombre organiza la sociedad, en la que cada quien asume sus tareas, y de esa manera se va estructurando un sistema de convivencia mediante las instituciones que establecen los principios para la vida en común, en comunidad.
Una institución es tanto más fuerte cuantos más medios tenga para obtener sus fines y defender sus valores, para lo cual se requiere que el que manda y el que obedece compartan las razones y los fines de la tarea común.
Los guatemaltecos debemos fortalecer las instituciones que nos permitan superar el torbellino de violencia, de corrupción, de impunidad y de egoísmo que hoy prevalece en la sociedad y que nos puede llevar al caos y a la pérdida total de las condiciones básicas para vivir en armonía civilizada.
En definitiva, sin instituciones sólidas y respetadas por los ciudadanos, no hay viabilidad democrática.
Francisco Roberto Gutiérrez Martínez
Quetzaltenango 16 de abril de 2024
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