Obra pública congelada

“Nada se debería de suspender, porque el objetivo es beneficiar a los ciudadanos, y la omisión puede ser aún más perjudicial.”

Méndez Vides

abril 11, 2024 - Actualizado abril 12, 2024
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Tender al centro en cualquier orden de la vida es por sentido común más seguro y da confianza, mientras que la fuga es desafiante y solitaria, como explica la curva normal en el plano de dos dimensiones de los estadistas.  Es más cómodo ser de estatura regular, que muy patudos o chaparros.   Más fácil compartir opiniones entre similares.   Pero en Guatemala no existen las medias mayoritarias, porque la atomización ha sido una constante desde el origen, vivimos a la defensiva, compartiendo un mismo territorio, pero hablando lenguajes diferentes, como está sucediendo en el resto del mundo debido a la revolución de las redes sociales.  El ideal ya no parece situarse en el centro, sino el poder de lo distinto se impone.

La autoridad de la democracia se sustenta en la centralidad, por los valores compartidos de la mayoría, pero ¿cómo entender tal cosa en un mundo donde la fuga hacia la diferencia es lo que tiene fuerza? 

El actual Gobierno entró casi de chiripa a la segunda vuelta electoral, porque un grupo minoritario logró alzarse entre la gran dispersión de otros grupos, y ya en la segunda vuelta se convirtió en mayoría central cuando se eligió entre lo nuevo y una figura política desgastada, a quien se quiso castigar definitivamente.    Eso se entiende, pero ahora ¿cómo va a gobernar el presidente Arévalo?   Porque las medias que valoriza el grupo minoritario que lo lanzó, no coinciden con las de la mayoría dispersa.

La realidad es que en nuestro país atomizado hemos aprendido a subsistir a pesar de las autoridades, porque cada quien hace su lucha, atenidos a la creencia confirmada con el tiempo de que lo único que cuenta es echar punta.   

Los primeros meses transcurridos del nuevo gobierno se mantiene la esperanza y la palabrería, pero pareciera que mucho influyen los “haters”, minorías generalmente anónimas que reclaman para sí la verdad absoluta y la razón.   Pero ojo, lo práctico está más allá de la perfección idealista, y si por castigar una ruindad, los costos se multiplican más allá de la ofensa, quizá nos vaya peor con el remedio que con el abuso.  

Perseguir raterillos hace sentido, siempre y cuando no se suspendan los proyectos.   Los puentes detenidos para buscar culpables, por ejemplo, nos van a salir mucho más caros a la larga.   Nada se debería de suspender, porque el objetivo es beneficiar a los ciudadanos, y la omisión puede ser aún más perjudicial que el pecado.  

Los proyectos se deberían de acelerar, y, después o en el camino, cobrar cuentas a los abusadores.   Pero parar por ejemplo la construcción de los puentes, dejando hierros expuestos al óxido que produce la lluvia, nos saldrá a la larga mucho más caro a todos, primero por la pérdida de tiempo, y luego en lo material por los honorarios elevados de los abogados, los reparos y reconsideraciones posteriores de costos, porque cuando se quiera reanudar los trabajos ya nada costará lo mismo o se habrá perdido en nada lo ya invertido.   Hay que seguir siempre empujando, sin parar.  Los negociadores de comisiones nos hicieron ya bastante daño, para que ahora la honradez nos ahogue.   La inmovilidad es señal de muerte.

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