Evolución o barbarie

Raúl de la Horra

septiembre 21, 2024 - Actualizado septiembre 20, 2024
Raúl de la Horra

Creo que una de las disyuntivas a las que estamos irremediablemente abocados como sociedad es a la de EVOLUCIONAR o BARBARIZARNOS, lo que podría enunciarse también en términos parecidos: civilización o salvajismo, democracia o anarquía, paz o guerra, progreso o retroceso, innovación o conservadurismo, izquierda o derecha, etcétera, aunque no toda esta enumeración sea paralelamente equivalente.

En esta ocasión creo que la palabra evolución refleja mejor lo que hacen los seres vivos ante las necesidades de sobrevivencia que el universo plantea, ya sea en el plano de microorganismos como las amebas, o en el plano de la especie humana. En el fondo, son dos orientaciones esenciales que nos estructuran y se complementan contradictoriamente, por lo que es bueno y sano aceptarlas sin perder de vista que, frente al dilema del vivir o del morir, las potencias del Universo nos empujan en la mayoría de los casos a sobrevivir a través de la innovación y el cambio, suave a veces, o brutal casi siempre, para no quedarnos atascados y desaparecer.

Ideológicamente hablando, solemos asociar la potencia vital con la luz y el ejercicio de la reflexión y el conocimiento, con el espíritu gregario y la cooperación, con la curiosidad y la generosidad, y con la importancia de hacer y, sobre todo, de ser. Mientras que la potencia contraria, la asociamos con la oscuridad y la prevalencia del impulso y la emoción, el espíritu individual y la competitividad, la tradición y el egoísmo, y ante todo, la importancia de poseer y de aparentar.

Tradicionalmente, las personas llamadas de izquierda suelen identificarse con el primer grupo, y las personas calificadas de derecha, con el segundo, aunque a veces hay cruzamientos y combinaciones, avances y retrocesos, porque nada en el mundo de la realidad de las ideologías es puro ni fabricado en acero inoxidable.

Creo que aquellos que me leen, saben que me considero una persona “de izquierdas”, como suele decirse, y que mis valores están centrados en la doctrina social cristiana que me transmitieron los curas jesuitas en la escuela. Estos valores consisten en la convicción de que uno no se salva solo, es decir, que uno no puede ser indiferente al destino del prójimo, porque somos hijos de dios y navegamos en la misma barca. De manera que, si yo no colaboro a que mi hermano se recupere de las vicisitudes y de las caídas, o no hago lo posible para impedir que se caiga o se quede tirado en el camino, a la postre tampoco yo me salvaré, al menos moralmente hablando. Como hermano, si él está en la misma corriente vibratoria, hará lo mismo conmigo el día en que mis fuerzas fallen. Y todo esto, independientemente de si uno cree o no cree en un dios, o si uno sigue una religión u otra, pues el núcleo espiritual de las religiones bien llevadas –lo que no es frecuente- consiste en la sabia comprensión de que sin el “otro”, yo no soy “nadie” como individuo, y de que si hay un mandamiento que vale ser cumplido en esta vida, es el de hacer el bien sin mirar a quién, y no joder al prójimo, punto.

Estaba yo el otro día leyendo la cantidad de decisiones positivas y trascendentes que tomó para su pueblo el dirigente político y presidente de Burkina Faso, Thomas Sankara, entre 1983 hasta su asesinato, en 1987. Este hecho aconteció tras el golpe de Estado realizado con apoyo del gobierno francés dirigido entonces por Francois Mitterrand. Una semana antes de su ejecución, Sankara había declarado: “Aunque los revolucionarios, como individuos, puedan ser asesinados, nunca se podrá matar sus ideas”.

La frase anterior sintetiza la esencia de lo que suele ser el pensamiento de un hombre de izquierdas. Por esa razón, es posible constatar que las fuerzas del oscurantismo y de la obnubilación del entendimiento y de la razón, suelen dar golpes de estado y sobre todo matar a los hombres de izquierda, pero estos van aumentando su número cada vez más en el mundo, pues poco a poco los olvidados de la tierra se hacen conscientes de la necesidad de un nuevo orden social más justo y más generoso que el sistema anacrónico que las potencias del capitalismo ofrecen en esta época de neoliberalismos salvajes.

¿Qué líderes o jefes de Estado izquierdistas o comunistas han sido objeto de asesinato, de intentos de asesinato o de golpes de Estado en el mundo, sobre todo después de la mitad del siglo XX? He aquí una lista sucinta, ya que una enumeración amplia resulta imposible. Por otro lado, no menciono el nombre de los dirigentes y militantes guatemaltecos que dieron su vida después del golpe de Estado organizado por la CIA en 1954 en Guatemala, golpe a partir del cual hubo una sucesión de gobiernos de extrema derecha apadrinados por el gobierno estadounidenses e israelita que produjeron durante treinta años la bicoca de 200,000 asesinatos de ciudadanos (no militantes), más 45,000 desaparecidos. A continuación, una lista de algunos hombres (ha habido pocas mujeres jefas de Estado) de primera línea, para hacernos una idea, incluso de uno que otro líder que con el tiempo se fue alejando de sus ideales iniciales o se cambió de chaqueta:

Patrice Lumumba (República Democrática del Congo), Salvador Allende (Chile), Fidel Castro (Cuba), Thomas Sankara (Burkina Faso), Luis Donaldo Colosio (México), Jean-Bertrand Aristide (Haití), Benazir Bhutto (Pakistán), Olaf Palme (Suecia), Rafael Correa (Ecuador), Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia), Néstor Kirchner (Argentina), Lula da Silva (Brasil), Che Guevara (América Latina), Nicolás Maduro (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua), Ngügï wa Thiong’o (Kenia), Julius Nyerere (Tanzania), Yasser Arafat (Palestina), Mohandas Gandhi (India), Saddam Hussein (Irak), Ali Sharlati (Irán), Muamar Gadafi (Libia), etcétera.

Como conclusión, es importante anotar que, inversamente, intentos de asesinato o asesinatos contra líderes o dirigentes de derecha o de extrema derecha, hay pocos, así como golpes de Estado contra ellos. El odio y la violencia, en realidad, no son la vocación de la izquierda, al contrario, siempre han sido la reacción con la que las fuerzas del conservadurismo añejo y fascistoide se defiende de los movimientos sociales democráticos a causa de sus miedos reales o fantasmales de perder sus privilegios.

Yo invitaría cordialmente a cada lector, así sea por una cuestión de cultura general, a indagar por cuenta propia sobre lo que significan en filosofía y en política los términos “izquierda” y “derecha”, y sobre la importancia de enterarse y cultivarse un poco en historia y sociología, simplemente para no morir idiotas, como parece ponerse cada vez más de moda, igual que el reguetón.   

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