La Internacional Derechista no es un fenómeno que podamos darnos el lujo de subestimar o ridiculizar. El recién pasado 17 de mayo y por tres días el partido español de extrema derecha Vox organizó su congreso “Europa Viva 24” en el cual reunió a varias personalidades de la extrema derecha global como el presidente ultra libertario argentino Javier Milei, la líder de la ultraderechista Agrupación Nacional francesa Marine Le Pen, la presidenta ultraderechista de Italia Georgia Meloni quien también es líder del partido nostálgico del fascismo de Benito Mussolini Fratelli d’Italia, el ministro de Asuntos de la Diáspora de Israel y Combate contra el Antisemitismo Amijail Chikli, el líder del partido ultraderechista portugués Chega, André Ventura; el líder de la extrema derecha chilena e hijo de un oficial del ejército nazi y miembro del Partido Nacional Socialista José Antonio Kast, el primer ministro ultraderechista de Hungría Víctor Orbán.* También participó un representante del partido TODOS de Guatemala.
Como es bien sabido, Javier Milei representa un movimiento libertario de la extrema derecha que no debe ser tomado a la ligera. Hillary Clinton cometió un grave error al referirse a los seguidores de Trump como “deplorables”, un término que no solo alienó a una gran parte del electorado, sino que también fortaleció su sentido de victimización y resistencia contra las élites del Partido Demócrata. Esta estrategia de desprecio y burla es contraproducente en una batalla ideológica que es, en esencia, posicional y contrahegemónica.
La lucha contra la ultraderecha no puede basarse únicamente en la superioridad intelectual que muchas veces se atribuyen los/as intelectuales del progresismo. Es una confrontación que debe ser librada en términos y terrenos que la ultraderecha ha cooptado y que, habiéndolos plagiado, hoy los reclama como propios. Esto significa, para empezar, entender y responder a los agravios, preocupaciones y temores que alimentan a estos movimientos creados y también excluidos por una globalización capitalista empeorada desde la Gran Recesión, agudizada por la pandemia y, en el caso de Latinoamérica, desastrosamente gestionada por modelos agotados de las viejas izquierdas que van desde el populismo argentino hasta el viejo sandinismo nicaragüense y los viejos revolucionarios farabundistas salvadoreños. Es del colapso de estos experimentos desastrosos que han surgido las figuras tóxicas de Bukele, Milei, Bolsonaro y Noboa.
La ultraderecha se ha mostrado eficaz en articular un discurso que resuena con amplios sectores de la población que se sienten ignorados/as, marginados/as y muchas veces insultados/as por el sistema político tradicional o por quienes, en nombre de la clase capitalista transnacional, han querido desmantelar lo estatal, saquearlo todo y dejarnos desnudos/as. Por eso es que también atacan a los Gates, los Soros y los Zuckerbergs del mundo y se vuelcan contra las vacunas, el aborto y la educación sexual que ven como manifestaciones de un “estado profundo” dedicado al control de la población y a la extinción de su libertad. Por muy conspirativa que suene, su retórica es sencilla, directa y, a menudo, emocional e incluso teológica, algo que las fuerzas progresistas no han aprendido a replicar sin perder la integridad de sus principios, ideas y compromisos.
Cuando Hillary Clinton se refirió a los partidarios de Trump como “una cesta de deplorables”, se trató de un comentario que fue rápidamente aprovechado por Trump, ideólogos como Steve Bannon y sus seguidores/as en el movimiento MAGA para consolidar una narrativa de victimización y resistencia contra el elitismo de los/as liberales (la gente del Partido Demócrata) y la “cultura woke” de las universidades y los movimientos sociales como el feminismo, el ambientalismo y el antirracismo interseccionalista. El discurso divisivo que no distingue entre dirigencias y bases y que denigra a éstas últimas no solo falla en persuadir a los/as indecisos/as, peor con los/as indiferentes y los/as cínicos/as, sino que también refuerza las creencias de seguidores/as ya convencidos de que las élites liberales los desprecian y que conspiran contra su salud, niños/as, trabajos, identidad, religión y nación. En lugar de crear puentes, en lugar de articular contrahegemonía, los discursos arrogantes del progresismo muchas veces crean muros más altos de resentimiento y alienación.
Para combatir eficazmente la influencia de la ultraderecha es crucial un proyecto articulador, autónomo y solidario desde dentro de los grupos más vulnerables a la conspiración y la posverdad. Pero también requiere una comprensión profunda de las necesidades y preocupaciones de estas comunidades, un cambio de perspectiva e incluso una reforma moral e intelectual entre los grupos progresistas y sus intelectuales orgánicos/as, una nueva forma de articular lo político. Dado que la desinformación prospera en un terreno de desconfianza y desesperación, sentimientos exacerbados por las redes sociales y los ideólogos de la conspiración, las estrategias articuladoras deben enfocarse en la construcción de discursos alternativos y la oferta de opciones creíbles y tangibles a los agravios y problemas reales que enfrenta la gente.
Nuestro enfoque contrahegemónico debe comenzar desde abajo, a nivel comunitario, desde las trincheras y fortificaciones de la sociedad civil. La construcción de una base sólida requiere el trabajo constante y paciente de educar, organizar y movilizar a las comunidades. Pero, ¿dónde están los/as intelectuales orgánicos? ¿Quién puede hablar por las partes que no tienen ni voz ni voto? Las viejas izquierdas están prácticamente muertas, pero las nuevas no terminan de nacer. La creación de espacios de diálogo, participación y expresión donde las personas puedan expresar sus agravios, inquietudes y demandas es fundamental pero raro. Crear estos espacios no solo ayudaría a contrarrestar la desinformación, sino que también empoderaría a las personas, a los grupos subalternos, dándoles un sentido de agencia y pertenencia, pero también una experiencia de lo que significa el poder comunicativo y constituyente.
La solidaridad es un componente crucial en la lucha tanto global como nacional contra la ultraderecha. En lugar de despreciar o ridiculizar a aquellos que se sienten atraídos por la ultraderecha, incluyendo gente evangélica, joven y empresarial, debemos intentar comprender sus miedos y esperanzas. Debemos abandonar la vieja idea de que solo una estrategia de concientización de clase pura puede abrir el camino al futuro. Hoy es mucha y muy diversa la gente que se siente (y que está) efectivamente abandonada, excluida y precarizada por un sistema económico y político globalizado que perciben como indiferente y hostil a sus necesidades. Reconocer esta realidad y abordar sus preocupaciones de manera genuina, constructiva y participativa es esencial para desactivar la atracción de la ultraderecha.
No nos engañemos. Es esencial construir narrativas alternativas que puedan competir con las de la ultraderecha y para muchos/as progresistas, con los discursos de siempre, sin capacidades mediáticas, esto no es nada fácil. Estas narrativas deben ser inclusivas, esperanzadoras y basadas en la justicia y la equidad. Y también deben ofrecer una visión clara, positiva y convincente del futuro que sea accesible y relevante para aquellos/as que se sienten marginados/as. La articulación política presupone la capacidad de articular y, para ello, es necesario estar vivo y vivir con dignidad.
La Internacional Derechista es un hecho y una gran amenaza. Ya no podemos subestimar ni ridiculizar a la ultraderecha ni a sus figuras nacionales o internacionales. Es imposible negar que de 2016 a 2024 la ultraderecha en Guatemala ha sabido reagruparse, sigue en control de instituciones claves dentro y fuera del Estado y, en general, ha tenido enorme impacto en la vida nacional. En lugar de reírnos y burlarnos, debemos aprender a articular esta batalla ideológica y guerra de posiciones en los campos y espacios públicos que nuestros adversarios/as menos esperan que usemos: en los espacios, instituciones y grupos sociales que han cooptado. Esto significa articular desde dentro de las comunidades más excluidas y los grupos subalternos más proclives a la desinformación y el clientelismo y ofrecer narrativas alternativas que pongan en jaque los fariseos, las impostoras y los demagogos. La contrahegemonía es una forma de lucha compleja, pero es esencial para avanzar hacia una sociedad más educada, equitativa y democrática.
* Ver “La internacional de extrema derecha se reúne en Madrid entre protestas”, El Salto, 18 de mayo de 2024, https://www.elsaltodiario.com/extrema-derecha/vox-milei-meloni-orban-internacional-reaccionaria-pisa-madrid-protestas
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