Una cadena de factores se ha alineado para generar otro episodio de alta tensión. La conferencia de prensa del Presidente Arévalo es la gota, de momento, que derrama el vaso. La situación ha llegado a un punto de tensión que presagia, de no contenerse o desescalarse, otros episodios que nos pondrán en vilo.
El capítulo crítico expresa la sumatoria de varios factores. Por un lado, el evidente debilitamiento del gobierno y la ausencia de dirección. Al mismo tiempo, persiste la actitud de la fiscal general y su corifeo, de encono y venganza. Ella y su corte mantienen el objetivo del descarrilamiento; el caso “Corrupción-Semilla” es el hilo que une las piezas de esa posición. El resultado electoral en EE. UU. provoca que el desenfreno sea mayor, como preámbulo de lo que a partir de enero 2025 podrían impulsar con la dosis de envalentonamiento, que, aunque no tenga asidero real, se convierte en estandarte de su cruzada.
Entre tanto, en días recientes, la declaración (bajo presión) de culpabilidad de L. Hernández y la renuncia de F. Alvarado, crean un cisma que no ha podido administrarse. Por el contrario, el incendio se ha hecho mayor con las declaraciones del mandatario, las que, al parecer, no se prepararon. La improvisación ha cobrado factura. En lugar de mitigar, fue el combustible deseado por los opositores. Además, al no decir nada sustantivo o lo deseable para la ciudadanía, se reitera la percepción de una autoridad simbólica, pero que intencionalmente no quiere ir más allá.
A riesgo de que el presidente profundice el carácter de rehén, por la mezcla del hostigamiento furibundo de los detractores con errores de gestión, deberá cambiar de tablero para jugar en un plano, que guste o no, deberá jugar. Esto no es cuestión de gusto, o de adecuar el escenario a las pretensiones de uno de los actores. El imaginario de un ejecutivo sometido es terrible, más cuando ello implica la dominación de mafias enquistadas, que quieren dominar por más que la coyuntura que representa la actual administración.
Pocas horas después del último hecho, el Congreso parecería vivir en otra realidad. Se aprueban dos leyes, cuya llegada al punto final parecería obedecer a un canje: aprobamos la deseada “Ley de Competencia”, pero a cambio se debe pasar la “Ley para la integración del sector productivo primario y agropecuario”. Un paso hacia delante y otro en favor de intereses grises.
Las dos arenas miran hacia distintos puntos. El ejecutivo se entretiene en un pulso sin fin, pero los poderes reales se expresan en el legislativo. El primero no expira, pero está en proceso de inanición. Lo grave consiste en que, para efectos del ejercicio del poder, la situación ha perdido gas porque está en punto muerto. Mientras que la crisis no se agrave y no cubra más terreno, hay que seguir adelante y lograr avances en la agenda que en realidad importa. Ambas leyes expresan las agendas de intereses concretas, que un momento dado, le darán tracción, cada una por su lado, a estrategias precisas que superan los devaneos de la coyuntura.
El escenario apunta a que el ejecutivo, de no cambiar el timón y la ruta, se convertirá en veleta (se moverá de acuerdo con los vientos). Mientras eso pueda que suceda o no, la bancada oficial está en otra dinámica: prestarse para el avance de las agendas estratégicas de los actores de poder. Quizás de esa forma, podrán generar cierto espacio de viabilidad para reformar la Ley Orgánica del MP; asunto sumamente complejo y poco viable, pero en un mundo de incertidumbres no caben los imposibles.
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