Hacia una democracia que no conocemos

Estuardo Porras Zadik     abril 29, 2024

Última actualización: abril 29, 2024 7:08 am
Estuardo Porras Zadik

Solo espero que el Gobierno del presidente Arévalo y la vicepresidenta Herrera no claudiquen en el titánico esfuerzo de acercarnos a la democracia que jamás hemos tenido.

Bien escribe Carolina Escobar Sarti en reciente columna de opinión: “Eso de rendir un informe de gobierno a solo cien días de su inicio es parte de la obsesión posmoderna por la gratificación inmediata en países con instituciones que sí funcionan y con reglas claras”. Es absurdo pensar que en cien días se pueda medir la capacidad y efectividad para implementar un plan de gobierno, incluso en Estados funcionales. En el caso de Guatemala –en el que el nuevo gobierno recibió un Estado fallido–, dicha medición resulta estéril y se convierte en una oportunidad para exaltar los enteleridos impactos que puedan tenerse en tan escaso periodo, y en una plataforma que la oposición utiliza para desprestigiar a las recién estrenadas autoridades. Lo que sí puede medirse es la percepción de la población en cuanto al desempeño de las autoridades en relación con su plan de gobierno y las promesas realizadas durante la campaña. Esta medición es más un sentir que una métrica capaz de evaluar capacidad y efectividad. La costumbre de rendir un informe y medir los primeros cien días de gobierno no es más que una “meta volante” dentro de una larga carrera; recorrido en el que un buen rendimiento al inicio no garantiza un buen final.

El gobierno del presidente Bernardo Arévalo y la vicepresidenta Karin Herrera llega al poder con una alta expectativa de la población guatemalteca de no ser más de lo mismo. El Movimiento Semilla surge como una nueva y diferente opción, que seduce a sus votantes con el discurso de constituir un gobierno “diferente”, que presentará una lucha frontal en contra de la corrupción, que es la raíz de la disfuncionalidad del Estado. Desde mi punto de vista, estos entusiastas serán los más críticos al percibir que su expectativa está lejos de la realidad. Su tolerancia será muy escasa y su nivel de exigencia, alta.

Los grupos con intereses nefastos, que ven que este gobierno da un giro del camino acostumbrado, aprovecharán cada oportunidad para desprestigiarlo. Aunque este avance a paso lento, los avances van en contra de sus intereses, por lo que lucharán permanentemente para regresar al esquema en el que se sienten cómodos y en el que saben operar. Una muy escasa minoría comprende lo complejo que es para el gobierno implementar sus planes y promesas. El histórico modelo de operar ha hecho cuesta arriba el camino para las nuevas autoridades desde el momento en el que ganaron las elecciones, y obstruirá cualquier intento de avanzar en contra del sistema corrupto del cual se ha beneficiado.

¿Qué deberíamos medir en estos primeros cien días de gobierno y en los próximos? Vuelvo a Carolina quien en su columna dice: “Yo quiero un país. Un Estado con justicia e instituciones sólidas, sin narcos, sin patrones, sin violencia ni corrupción. Una democracia que nunca hemos tenido y que, en contextos políticos como los actuales, hasta parece tener fecha de caducidad en el mundo entero. Y quiero que en esa democracia no se discrimine a nadie por ninguna condición, y que la gente viva con seguridad y dignidad, especialmente las niñas, niños y adolecentes”. Medir la capacidad y efectividad del nuevo gobierno debiese suscribirse a la capacidad y efectividad que tenga para alejarse de las prácticas de sus antecesores, de renunciar a la historia de una “Guatemala secuestrada, empobrecida, profundamente desigual e injusta, sin salud ni educación, de larga tradición corrupta y con instituciones famélicas”, como bien describe Carolina.

¿Cómo medir la capacidad y efectividad de un gobierno que para ser efectivo en implementar su plan de gobierno tiene que hacerlo en un Estado fallido? ¿Qué se puede hacer en cien días cuando, para avanzar de verdad, es necesario que todo cambie? El verdadero logro de estos cien días constituye en quiénes son Bernardo y Karin. Ninguno de ellos forma parte del sistema corrupto que surge durante la era democrática del país; ninguno de ellos es como el nefasto Jimmy Morales quien se presentó como “ni corrupto ni ladrón”, y cimentó las bases para el peor gobierno de la historia de este país, el de Alejandro Giammattei.

La administración actual tiene el camino cuesta arriba: sus logros puede que sean opacados por sus desaciertos en un sistema que se rehúsa a desaparecer y que complicará su gestión. Solo espero que el Gobierno del presidente Arévalo y la vicepresidenta Herrera no claudique en el titánico esfuerzo de acercarnos a la democracia que jamás hemos tenido.

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