Recibí la noticia que una persona, familiar de unos trabajadores que laboran con mis parientes y a quienes tenemos mucho aprecio y cariño, había sufrido un accidente. Un vehículo la había atropellado.
Sin pensarlo dos veces, acudimos de inmediato al lugar de los hechos, pero ya no había nadie. Tratando de mantener la calma y cruzando información con su familia y la mía, nos dimos a la tarea de ubicarla, para dirigirnos al hospital, al cual la habían trasladado.
Fue conducida a la emergencia del hospital Roosevelt y entre el susto y aturdimiento, logré entrar e identificarla. Se encontraba completamente herida y toda ensangrentada, pero verla con vida, era un alivio.
Un tanto más tranquila, comencé a conectarme con mi entorno y mientras recibía indicaciones y ayudaba a limpiar las heridas de la paciente, me percataba del terrible y lamentable estado en que se encuentra ese hospital, en donde el abandono es totalmente perceptible. Tenía algún tiempo de no ir por ahí y sólo puedo enfatizar que toda escena que se observa, es más que espeluznante, en donde todas las personas son víctimas de dolor y heridas físicas, así como las que como sociedad se llevan por dentro, al vivir ese otro atropello, llamado salud pública.
Tristemente nada de esto es nuevo, pero no es lo mismo sólo saberlo a vivirlo y enfrentarlo. Sin suficientes camillas, ni sillas de rueda, insumos para la atención a los pacientes, ni claros protocolos que aseguren la eficacia, higiene y pronta atención de las personas, éstas se debaten entre la vida y la muerte, en un mundo terrorífico y escalofriante.
Sin embargo, es imperativo reconocer: a) La solidaridad que se despliega entre todas las personas y especialmente entre las que acompañan a sus enfermos o heridos para salir avante de esa desastrosa realidad que ahí dentro se vive; y b) La increíble magia, sí, eso escribo, magia de los médicos y personal en general, que atiende a los pacientes en estas emergencias, evidenciándose en sus rostros un total agotamiento, pero muchos esbozando aún así, una sonrisa y sacando a flote, toda esa calidad humana y vocación para salvar esas vidas.
¡Son, sin duda alguna, verdaderos héroes!
Ahora formulo la pregunta obligada, acompañada de una condena social: ¿cómo es posible que esta historia no sea sólo mía y única, sino que sea una constante que por décadas viene sucediendo, constituyéndose en una atroz realidad, sin percibirse cambio alguno?
Toda esta cruel y desgarradora situación, se nutre de un círculo lacerante que nos conduce a una crisis institucional, que escupe a una sociedad descompuesta y en agonía, que muchas veces decide mejor acoplarse, para subsanar sus falencias estructurales, producto de un Estado que se ha olvidado de ella y la cual termina apuñalándose a sí misma, para supuestamente sufragar sus necesidades, enojos y desigualdades, creyendo así, salvarse a sí misma.
Le suplico, estimado lector, no olvidar y retomar este párrafo, para que al final de este mismo artículo, usted le encuentre mucho más sentido.
Sigo contando mi vivencia. Dentro de las capacidades y finas atenciones por parte de los médicos y demás personal, me solicitaron apoyo para quitarle algunas prendas de valor, que la paciente llevaba consigo. Las mismas también ensangrentadas, medio pude limpiarlas y guardarlas en mi bolso.
Con paciencia y entre toda esa locura de pacientes y doctores que se aturden por la entrada incesante de un sinnúmero de personas, por fin logré un pequeño banquillo, para sentarme un rato y entender todo lo que sucedía a mi alrededor y a la larga, lo que sucede en el país, al tener frente a mis ojos, el real y tangible producto de la infame corrupción.
Dentro de aquella solidaridad que entre pacientes y acompañantes se desarrolla, era inevitable comentar el colapso de nuestro sistema de salud pública y las penas que todo esto provoca.
Salieron a colación los infames fraudes y desfalcos, dejando desatendidas y en total olvido, todas las necesidades básicas de la población.
Actualmente nos encontramos sin educación, sin salud, sin infraestructura y sin desarrollo, siendo víctimas no sólo de atropellos vehiculares, sino de situaciones como estas y la ocurrida la semana pasada, en el Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda (CIV), las cuales dejan muy en claro, cómo ha funcionado el sistema por muchos años.
Luego de más de cinco horas en el hospital, le dieron de alta a la paciente que yo acompañaba y con el corazón estrujado pero contenta, ella salió con vida. Nos dirigimos a comprarle los medicamentos recetados, pues como se sabrá, el alto costo de éstos, es otro ejemplo del flagelo de la corrupción, que impide a las personas tener acceso a medicina con precios razonables, convirtiéndola en un lujo, más que en una necesidad.
Evidenciándose nuestro fallido y corrupto sistema en sus múltiples niveles, salir de este embrollo pareciera imposible y hoy más que nunca, debemos estar claros que si no hay un ataque feroz y unánime para frenar esta descomposición social que nos consume, nada bueno se logrará.
Con lágrimas en los ojos entregamos a la paciente a sus familiares, quien no sólo fue víctima y parte del atropello de un vehículo, que se dio a la fuga, sino también del sistema infame de este país.
Entre abrazos e indicaciones que habían dejado los doctores, saqué de mi bolso las pertenencias de la paciente, que ayudé a quitarle en el hospital, haciendo entrega de ellas a su familia.
En ese instante me percaté, que una de las cosas que le había quitado del cuerpo ensangrentado a la paciente, en aquella sala de emergencia, le pertenecía originalmente a un miembro de mi familia. Objeto que llevábamos buscando por más de dos años. ¡Fue impactante!
En ese instante, así como las paredes de ese hospital, quedaron mis emociones, en total ruptura y colapso.
Realmente no podía entender lo que estaba evidenciando y sólo me quedó sentarme, para intentar comprender todo lo que estaba sucediendo y poder así armar el rompecabezas de esta dura e impactante realidad, que se conecta enfermizamente en detrimento de toda una sociedad, que se daña a sí misma y se consume no sólo en una crisis institucional, sino en una putrefacta descomposición de valores, que también nos atropella, mutilándonos a nosotros mismos.
Ahora es que le pido a usted, que retome el párrafo que arriba mencioné.
Es así como estamos, así es como mutuamente nos dañamos y nos arrebatamos oportunidades, luchas y pertenecias, atacándonos todos contra todos, intentando supuestamente subsanar lo que nos hace falta.
Quitamos, porque otros me quitan, quitamos, porque no tenemos, quitamos porque otros sí tienen o tienen demasiado o porque sencillamente podemos quitar. El punto es que estamos quitándonos de todo y ¡eso sólo se traduce en quedarnos sin nada!
Le imploro al nuevo Ministro de Salud tomar todas las acciones que sean necesarias para atacar esta crisis en salud pública, a todas las autoridades actuar con prontitud para luchar contra esta corrupción y salvar la institucionalidad y con enorme énfasis nos pido a nosotros mismos, recapacitar para evitar dañarnos y entender que vivencias, como las que hoy comparto, ¡sólo nos pudren como sociedad!
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