Recién se conocía la victoria electoral de D. Trump cuando las reacciones triunfalistas en el país no se hacían esperar. Una de las motivaciones es la incertidumbre, ¿qué pasará en Guatemala a partir del resultado de las elecciones? en especial, cuando los republicanos se apoderaron de todo el paquete, es decir, el Ejecutivo, la Cámara de Representantes y el Senado. De paso podrían inclinar, aún más, la balanza en la Corte Suprema de Justicia. Además, Trump tuvo mejor desempeño que en 2016 y llega más empoderado.
En un escenario “toma todo” las dudas con relación a las implicaciones directas e indirectas toman mayor fuerza. Aunque la política exterior de EE.UU. ha tendido a la estabilidad, por lo que existen temas inamovibles (considerados por algunos como pétreos), es previsible que se den matices, ciertos giros y readecuaciones. Lo que no sabemos es a partir de cuándo, así como las intensidades y magnitudes de los cambios. Agendas como la lucha contra la inmigración ilegal y contra el narcotráfico continuarán, pero es posible que con variaciones respecto a las formas de implementación. Las promesas de recrudecimiento de las medidas de securitización de las fronteras, los planes de deportación masiva y la reducción de los programas de asilo no serán sorpresas, más cuando en el primer gobierno de Trump se hicieron realidad parcialmente, pero ahora serían las versiones mejoradas.
Los acuerdos bipartidistas podrían ser cosas del pasado. Desde la visión pragmática, los republicanos no necesitan a los demócratas. Además, las decisiones de un solo bloque podrían ser percibidas como señales de autoridad, factor demandado por gran parte de los votantes. La ausencia de obstáculos podría facilitar la aprobación de medidas fuertes, bajo el paraguas, además, de la recuperación de la hegemonía global.
Pero ojo a la oleada del fanatismo, cuya expectativa preponderante es fortalecer la agenda regresiva. Lo anterior implica, desde el interés de recuperar los beneficios perdidos por la serie de sanciones implementadas en años recientes por ser señalados de actores antidemocráticos y corruptos, hasta quienes aún alientan la posibilidad de traerse abajo al presidente Arévalo para potenciar sus márgenes de impunidad. En este paquete también se integran los compra-espejitos, es decir quienes creen férreamente en la existencia de una llamada “agenda globalista” y creen que Trump detendrá su avance. Un objetivo común de los trumpistas locales es despejar el camino hacia las elecciones 2027: nunca más un gobierno que no se alinee a sus propósitos. Esa efervescencia disminuirá o se potenciará a partir de las primeras decisiones que marquen la agenda real de Trump.
Pero lo más preocupante será el incremento de las narrativas y las acciones que de ellas deriven con relación al incremento del racismo, la xenofobia, las expresiones de machismo, el uso de las armas, la visión sesgada de los “valores”, la “libertad” y la “familia”; en síntesis, los rasgos más evidentes de la oleada autocratizadora presente desde hace algunas décadas, pero que con este resultado se potenciará. Estos rasgos requieren ser legitimados a partir de los resultados electorales, y con lo sucedido el martes reciente, se consigue la tormenta perfecta. Así, Trump y los republicanos no son el objetivo, pero sí el medio para avanzar de manera impetuosa. A nivel local, es de esperarse el recrudecimiento del escenario tempestuoso; las condiciones están dadas para ello y solo requieren un fosforazo.
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