En la historia política de nuestro país, pocas veces se ha presentado una oportunidad tan clara de cambio, como la que tuvimos con la llegada al poder de un gobierno que se presentaba como una opción no corrupta y dispuesta a transformar la realidad nacional. Bueno, en realidad, todos los nuevos gobiernos han tenido la oportunidad de hacer las cosas diferentes, sin embargo, todos han sido más de lo mismo y Guatemala va de mal en peor.
La mal llamada era democrática guatemalteca lo que nos ha dejado no es más que un sistema de reciclaje político al servicio del mejor postor, que, con el pasar del tiempo, se ha perfeccionado y blindado de tal manera que ha logrado la captura total del Estado. Los últimos dos gobiernos –el de Jimmy Morales y el de Alejando Giammattei–, sin duda alguna los más comprometidos con esta causa, los más descarados y corruptos, responsables de cooptar de tal manera los tres poderes del Estado, que le hace casi imposible gobernar a cualquiera que no represente los mismos intereses. No obstante, esto ya lo sabían el presidente Bernardo Arévalo y los miembros del Movimiento Semilla. Es más, su llegada al poder en gran parte fue por ser la opción más alejada de lo habitual y lo acostumbrado. Esto se traduce en un alto grado de dificultad para gobernar y llevar a cabo los cambios prometidos, por lo que su estrategia no podía ser ortodoxa y debía suscribirse a las reglas de juego ya establecidas. Es ingenuo pensar que se les permitiría gobernar y que cuidando las formas lograrían cambiar el fondo. Tuvieron la oportunidad única de actuar de la manera poco ortodoxa a la que sus detractores están acostumbrados, con el apoyo del pueblo y de la comunidad internacional. Es más, quienes les confiamos como la única opción diferente esperábamos que así lo hicieran. Pero la realidad es que han sido un gobierno “soso”, sin la intención de cambios reales, y mucho menos de arriesgarse por hacerlos. Sin duda alguna es muy pronto para rendir un juicio definitivo, pero con el pasar del tiempo se empieza a hacer evidente que el presiente Arévalo carece del coraje y el valor que se requiere para sacar a toda la basura para limpiar el sistema. Ahora, aparentemente, ya es tarde: la desesperación y la escasa paciencia del pueblo se suman a la incrédula comunidad internacional, que regresa a la diplomacia que respeta la “soberanía” de los pueblos. Al parecer, la oportunidad que este gobierno tuvo de ser ese cambio real para el país cada día deja de ser una posibilidad y, con el tiempo, se mezclan con el sistema que prometieron cambiar.
Conforme han transcurrido los primeros meses de gobierno, hemos sido testigos de cómo esta administración se ha enfocado más en las formas que en atender efectivamente los problemas de fondo que aquejan a la sociedad. Desde el inicio de su mandato, prometieron una lucha frontal en contra de la corrupción, el rescate de las instituciones del Estado, servir con transparencia, honestidad y lograr la eficiencia en la gestión pública. Sin embargo, conforme ha transcurrido el tiempo, hemos visto cómo las decisiones han sido opacadas por discusiones estériles y luchas de poder que mantienen las manos del Ejecutivo atadas. La corrupción arraigada en las diversas instituciones del Estado no les permite gobernar efectivamente y no lograrán hacerlo sin bajarse al nivel del sistema que han prometido cambiar. Solo destruyéndolo podrán construir uno nuevo, si no lo hacen su gestión será estéril y terminarán reciclándose dentro del mismo sistema enfermo.
Es innegable que la forma en la que se gobierna es importante, pues la transparencia y la rendición de cuentas son pilares fundamentales de cualquier administración. Sin embargo, no podemos permitir que el cuidado de las apariencias nos impida ver la realidad de un país que clama por soluciones concretas y efectivas. Las promesas de campaña lejos quedaron y cada día parecen más difíciles de poderse cumplir. Es en la acción y en la respuesta a las necesidades reales de la población, donde se demuestra el verdadero compromiso de un gobierno con su gente. Es decepcionante ver cómo una oportunidad única de transformación se diluye en discusiones vanas y en la falta de voluntad para enfrentar los problemas de raíz.
Este gobierno, que llegó al poder con la promesa de un cambio significativo, parece haberse estancado en la superficie, olvidando su responsabilidad de impulsar la lucha en contra de la corrupción y la impunidad prometida a los ciudadanos. A empujones no se lucha. Se les está escapando la única oportunidad de cambio. Es momento de recordar que el poder no es un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar la calidad de vida de la población y construir un futuro más justo y próspero para todos. Demandamos que el gobierno del presidente Arévalo reflexione sobre el rumbo que lleva y retome el camino que le permita cumplir con la verdadera misión de servir al país y a sus ciudadanos. El tiempo apremia, las expectativas de cambio no pueden diluirse en discusiones estériles y en el olvido de los problemas que realmente importan, y que prometieron solucionar a quienes confiaron en que con ellos vendría la Nueva Primavera.
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