Mi reino por una tumba, se podría gritar tras la noticia de los preparativos para repatriar los restos de Miguel Ángel Asturias, el autor a quien no se honró en vida como lo merecía, pero se reivindica en la muerte, no por él (que no lo requiere) sino por los demás.
Entiendo que hay un sentido político de subsanar heridas al repatriarlo, aunque en alguna forma se repetirá la pesadilla experimentada en vida cuando sus padres lo trajeron de vuelta porque ya no podían mantenerlo en las nubes. Adiós ilusión parisina, entorno ideal para la creación, tertulias y vida nocturna. Miguel Ángel en 1933 se subió en la barca de Caronte para entrar en las llamas, en la angustia de la “atmósfera sórdida, la omnipresencia del poder torvo y horrendo, el miedo espeso” de Guatemala, como relata Luis Cardoza y Aragón en su obra sobre nuestro Premio Nobel.
Aquí se le negó la gloria a Miguel Ángel, se le regateó el aplauso, se trató de impedir su fama, porque la costumbre nacional según el mismo Cardoza es: “A quien se sitúe por encima del rasero del piso, hay que destruirlo, colgarse de él, martillar hasta sumirlo, abajarlo, todos han de ser pigmeos”. Una imagen que asombra en el libro del poeta biógrafo es la imagen que le contó Flavio Herrera: “La última vez que vi a Moyas lo encontré vestido de cucurucho, en la última Semana Santa, durmiendo con su camisón morado, el cirio entre las piernas, en una banca del Parque de la Concordia. Cuando le cerraron la cantina…”. Cierto o falso, esta imagen ha hecho crecer el mito, y merecería una escultura conmemorativa. Y sumemos a ello la defensa que hizo Pablo Neruda de su amigo entrañable (quien le cedió el pasaporte para salvar la vida) cuando en los días de la Revolución guatemalteca no fue invitado al evento en su honor, por lo que se dice que expresó con filo: “de todos ustedes el único que trascenderá será él”, o algo así.
A su regreso a la patria con el manuscrito bajo el brazo de El Señor Presidente, Asturias se sintió morir. La novela fue a parar dentro de un muro que la arrulló mientras se perdía su etapa cronológica, porque tuvo que esperar otros trece años para salir a luz en los tiempos del presidente Juan José Arévalo, pero no en Guatemala, ni en la colección El Libro de Guatemala publicada para el gobierno revolucionario en los talleres mexicanos de la Editorial Costa-Amic. A Asturias no lo querían sus colegas en el poder, así que el presidente Arévalo gestionó personalmente para mandarlo a México y luego a Argentina, donde por fin fue descubierto su talento por el republicano español de la Editorial Losada. La primera edición de la novela apareció en México en los talleres de Costa-Amic en 1946, imitando a la colección nacional en la que no fue incluido; pagada por él mismo, con dinero prestado de la familia, que llegaba en realidad de su madre cuando tenía casi medio siglo de existencia.
Una vez que fue internacionalmente reconocido su genio, se fue directo al estrellato. Aquí no, aunque existimos sus devotos, que no dejamos pasar un año sin releer la gran novela. En los tiempos revolucionarios tampoco fue muy bien apreciado por acá, hasta que años más tarde Méndez Montenegro le devolvió el pasaporte y lo nombró Embajador en París. Ciudad que amaba. Tras su deceso en Madrid, fue conducido al olimpo de los hombres ilustres de Francia, como hijo universal, en el mismo cementerio donde reposan los restos de nuestro cronista Enrique Gómez Carrillo, de quien no se dice nada, y cuya viuda en la lápida lleva el apellido de Saint-Exupéry, el autor de El Principito.
Pero ahora regresa Asturias, se lo sacará arrastrado del cielo para que repose en Xibalbá, retirado de las estrellas para sumirse en una cárcel de oro, como el muro donde escondió su novela, porque según se anunció esta semana hay una convocatoria para premiar a tres escultores, pagando por el diseño del mausoleo una pequeña fortuna, aunque solo una de las tres tumbas se erigirá, dejando dos destinadas al limbo como metáfora.
Ningún honor es mucho para Asturias, y es de festejar que medio siglo después de su paso al Hades finalmente se le reconozca en casa, pero me inquieta pensar que mientras se actúa así, estén en el olvido los vivos, repitiendo la fórmula, porque en la actualidad hay autores no tan conocidos viviendo dentro o fuera la misma experiencia ingrata de Asturias, y sería recomendable por aquello de las vueltas del destino que digan de una vez en dónde les gustaría abrazar el olvido.
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