El discurso del método de Descartes es, como se sabe, un libro con el que se funda la filosofía moderna porque, entre otras razones, constata y muestra que es él como individuo o sujeto concreto el que piensa, es decir, el que narra y describe el proceso en el tiempo de la formación de su pensamiento.
Descartes comenzó, entonces, a pensar en el momento que dudó de la pretendida verdad de los saberes científicos y sobre todo filosóficos, de origen escolástico-medieval, que había recibido o aprendido en su infancia y adolescencia en la escuela, ya sea de sus maestros o de los libros que leyó para complementar y ampliar ese aprendizaje. Y dudó de su pretendida verdad porque carecían del rigor y orden lógico propio de las matemáticas, de la “perfección” racional de esta ciencia abstracta y universal. Agobiado por esta duda en la verdad de estos conocimientos escolares que había aprendido, decidió entonces dejarlos atrás, “olvidarlos” e ingresar al mundo real viajando por diferentes países, para establecer contacto y comunicación directos con sus habitantes, con el propósito de buscar en las opiniones que tenían sobre diversos asuntos de la realidad la verdad que había comenzado a buscar desde que tuvo uso de razón, desde que muy joven adquirió conciencia de sí mismo, de su propia existencia.
Sin embargo, se vio también obligado a dudar de la verdad de estas diversas opiniones porque eran contradictorias en sí mismas y entre sí, es decir, porque como los saberes escolásticos, carecían de orden, rigor y coherencia lógica. Entonces, ¿qué hacer? ¿qué camino tomar para encontrar conocimientos de cuya verdad no se pudiera dudar? La solución que encontró fue aplicar a todos los conocimientos que había adquirido el camino que siguen lógicamente las matemáticas para establecer sus proposiciones y axiomas; hacer de este camino el método que se deba usar o aplicar siempre a todos los conocimientos para determinar si son verdaderos o no, y así, liberarse de la duda que le provocan.
Ahora bien, como fue el acto de dudar de la pretendida verdad de los conocimientos aprendidos lo que lo llevo a encontrar un método, es la duda la que se erige como el hecho que fundó su pensamiento. Pues al dudar de la verdad de los conocimientos recibidos, comenzó a pensar en la necesidad de encontrar un camino que lo condujera a la verdad. Pensar es ante todo dudar de la verdad de los saberes recibidos de otros, ya sea a través de las conversaciones vivas o de la lectura de libros provenientes principalmente del pasado histórico. Cuando dudo de la verdad de algo pienso, y cuando pienso necesariamente dudo de la verdad de ese algo.
Por eso el acto de dudar de la verdad de una opinión o conocimiento que se recibe de otros es la primera e indispensable condición que quien se proponga conocer algo de la realidad debe cumplir para avanzar satisfactoriamente en la consecución de este propósito. Y después, seguir un camino o método lógico-racional compuesto de cuatro pasos ineludibles:
“Lo primero -dice Descartes- es no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mí espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda. El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas partes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución. El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente. Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada”.
Solo cuando realizamos estas cuatro operaciones lógicas inspiradas en las matemáticas, podremos estar seguros de que el conocimiento que logramos es verdadero. Por eso cada vez que se quiera conocer algo de la realidad o el mundo se debe seguir el mismo procedimiento metódico, se debe examinar ese algo siguiendo estas pautas lógicas.
Pero, además, Descartes no solo comprendió la necesidad de dudar de todas las opiniones que recibe de los demás, sino de sus propias opiniones y pensamientos sobre las cosas del mundo. Pero al dudar de la verdad de sus pensamientos, de sus ideas y opiniones le mostraron que lo único que se mantenía firme en pie, de la único que no se podía dudar, era de la existencia de su pensamiento, de su facultad de pensar. Su pensamiento se convirtió, entonces, en una realidad de la que no se podía dudar. La existencia cierta e indubitable de su pensamiento le dio la certeza indubitable en su propia existencia. Razonamiento que resumió en su famosa sentencia “Pienso, luego existo”.
Ahora bien, una de las grandes enseñanzas que nos deja esta magistral lección de Descartes es que, si queremos conocer algo sobre el mundo, nosotros mismos tenemos que comenzar por dudar siempre de la pretendida verdad de las opiniones que leemos o escuchamos de otros que no estén fundadas en un orden lógico riguroso y consistente. O que no estén respaldadas, agregaron después Kant y los científicos modernos, en hechos fácticos de la realidad. O lo que es lo mismo, tenemos que pedir que nos expongan estas opiniones sustentadas con razones o argumentos válidos y avaladas por hechos de la realidad que se puedan ser universalmente constatadas por todos. Petición que en principio tenemos, ante todo, que hacernos a nosotros mismos cuando queremos de verdad conocer algo.
Condición o exigencia que de la posibilidad a los individuos de llegar colectivamente a encontrar los juicios, enunciados o proposiciones verdaderas sobre ese algo de la realidad que se ha abordado, y que se ha institucionalizado en el universo académico de las sociedades modernas. Un universo académico-científico en el que la cooperación de sus miembros, en la búsqueda de proposiciones y enunciados verdaderos sobre los múltiples hechos y fenómenos de los que se ocupan, es el eje central de su existencia.
Pero, además, esta enseñanza de Descartes debería ser aprendida e interiorizada por todos los ciudadanos comunes y corrientes que habitan las sociedades modernas a la hora de adoptar una postura sobre las opiniones y juicios que escuchan o leen a diario sobre los hechos sociales, políticos, económicos, etc. que los rodean. Es decir, comenzar dudando sobre la pretendida verdad de esas opiniones que reciben.
Desafortunadamente no es así. Muchos miembros de estas sociedades aceptan como verdaderas esas opiniones, especialmente las que reciben por los periodistas y comentaristas de los grandes medios de comunicación que están controlados por poderosos empresarios capitalistas, sin dudar en ningún momento. Al ocurrir esto, entonces, hacen suyos esas opiniones y comentarios sin cerciorarse primero sobre si son verdaderos o no. Opiniones hechas propias que después que expresan o comunican a otros, familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc. en el curso de sus diálogos cotidianos. De esta manera se va formando un poder de las opiniones en las sociedades que son expresadas y defendidas por muchos; lo que se denomina un estado de opinión. Opiniones que ninguno de ellos se ha preguntado si en realidad son verdaderas porque no han dudado nunca de su verdad.
Esta postura de no dudar de la pretendida verdad de las afirmaciones u opiniones que se escuchan o leen es una actitud irracional; una actitud contraria a la razón, como Descartes lo estableció con claridad, que impide a quienes la adoptan saber con certeza plena si son verdaderas o no. Pues la duda metódica cartesiana es una duda racional por excelencia. Esta actitud los conduce a perder, además, la posibilidad de ser participantes activos en un diálogo con otros que adopten esta actitud racional. Se excluyen así, de la posibilidad de cooperar en esta tarea fundamental para sus vidas y para la vida de la sociedad.
Pero eso no es todo. Los que no adoptan esta actitud viven condenados a creer que las opiniones que tienen, que son la mayoría de veces opiniones que han recibido de otros, son verdaderas; a creer ciegamente en la verdad de opiniones que no están probadas con argumentos lógico-racionales y con hechos o estados de cosas reales. Es una actitud muy similar a la que adoptan normalmente los creyentes religiosos con respecto a los mensajes y relatos que forman la religión a la que están integrados.
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