Un sueño de elefante

Los elefantes, con su enigmática presencia y su impacto en diferentes ámbitos de la sociedad, continúan inspirando admiración y respeto. A través de su representación en la religión, la historia, el cine y la literatura, nos recuerdan la importancia de preservar la diversidad de la vida y valorar la belleza.

Jaime Barrios Carrillo

noviembre 17, 2024 - Actualizado noviembre 16, 2024


“Pero el cielo es un elefante,/ y el jazmín es un agua sin sangre”                                                                     Federico García Lorca

Recuerdo las imágenes del Dumbo de Disney volando con sus enormes orejas. Los sueños de la infancia. Para reconstruir mi vida de niño esparcida en fragmentos entre las bóvedas del cráneo quisiera tener la gran memoria que se le atribuye a los elefantes. Pero fue La Mocosita, el primer elefante vivo o elefanta que vi en mi vida. Nació el 24 de enero de 1955, en la ciudad de Calcuta en la India. Una elefantita urbana. La embarcaron en el puerto de Bombay rumbo a Guatemala en 1957, a donde llegó en marzo. No tenía nombre y el zoológico La Aurora organizó un concurso en el que solo participarían niños y niñas de hasta 10 años. Triunfó, por unanimidad del jurado, el nombre de “Mocosita”. Vivió 56 años, muriendo el 19 de julio de 2008. Nunca la olvidaré.

En cualquier colección de bestiarios, los elefantes ocuparán un lugar destacado, honrando su legado histórico y cultural. Serán retratados como criaturas imponentes, símbolos de sabiduría, fuerza y fortuna. Su presencia evoca la grandeza de la naturaleza y la conexión ancestral entre los seres humanos y el reino animal.

Los elefantes de la India pueden ser domesticados y utilizados en labores de carga y transporte. En el hinduismo, el elefante es considerado un símbolo de sabiduría y buena fortuna. Ganesh, uno de los dioses más adorados en la mitología hindú, es una divinidad servicial que posee una cabeza de elefante y se le atribuyen poderes para eliminar obstáculos en la vida de los seres humanos.

En la profundidad de las junglas de África o en la estepa abierta habita una majestuosa criatura conocida como el elefante africano. Su imponente tamaño y la imposibilidad de domesticarlo plenamente le han dado un lugar prominente en el bestiario de las especies salvajes.

Ganesh

Desde tiempos remotos, los elefantes han sido venerados y reverenciados en diferentes culturas y religiones. En el contexto histórico, los elefantes dejaron una huella indeleble en las grandes civilizaciones. En la antigua Cartago, famosa por su poderío militar, Aníbal utilizó elefantes de guerra en sus batallas contra Roma. Estas criaturas gigantes, con sus trompas en alto y su gran fortaleza, infundían temor en sus enemigos y desataban el caos en el campo de batalla. Un elefante se asemeja a un vehículo blindado de combate, un tanque, por el cuerpo que parece blindado por el grueso de la piel. El moco sería el cañón.

Durante auge del imperio romano, los elefantes también dejaron su marca. En las celebraciones y desfiles triunfales, eran exhibidos como símbolos de la grandeza y la dominación romana. Julio César tuvo una admiración particular por estos animales y los incluyó en sus desfiles triunfales tras sus victorias militares.

El cine también ha dejado un legado de elefantes en la pantalla grande. En la película ¡Hatari!, dirigida por Howard Hawks, los elefantes se convierten en protagonistas, mostrando su inteligencia y fuerza mientras participan en capturas de animales salvajes en África. 

En la cultura hindú un elefante albino es considerado digno de culto y poseedor de un poder enorme. Sin embargo, en occidente la expresión “elefante blanco” refiere a proyectos costosos y grandiosos que no logran cumplir con las expectativas. 

¡Hatari!, Howard Hawks, 1962

En la literatura, los elefantes han cautivado la imaginación de escritores y lectores. Rubén Darío imagina al poeta, que llama “el cantor”, subido en el lomo de un elefante por la “enorme India alucinante”. En la famosa novela Agua para elefantes de Sara Gruen, se narra la historia de un joven estudiante de veterinaria, Jacob, que se une al circo ambulante de los hermanos Benzini donde se enamora de una encantadora mujer que trabaja con los elefantes. A través de esta historia, se exploran temas como el amor, la lealtad y la humanidad, mientras se brinda una mirada fascinante al mundo circense y a la relación especial entre los humanos y estos poderosos animales.

En México en 1993 el grupo musical Quinto Sol se convirtió en la banda Elefante, que ha desarrollado un rock alternativo con su mezcla de estilo, nueva trova, baladas, corridos y rancheras y sus textos de lirismo cortante.

Es en los circos donde los elefantes han hecho su historia de forzados artistas animales. Aparecen en la pista simulando bailar, se sientan, se suben a un banco especial, saludan con el moco. Todo es una farsa, es una domesticación a base de castigos previos y amenazas. Son bestias aterrorizadas obligadas por el método del reflejo condicionado a hacer las piruetas y movimientos que fascinan a los niños y adultos, pero en realidad se trata de maltrato, de una vida en cautiverio que los deprime y los mata a destiempo: los elefantes de circo viven mucho menos. Por estas razones en muchos países ya se han prohibido las funciones con elefantes.

Los elefantes, con su enigmática presencia y su impacto en diferentes ámbitos de la sociedad, continúan inspirando admiración y respeto. A través de su representación en la religión, la historia, el cine y la literatura, los elefantes nos recuerdan la importancia de preservar la diversidad de la vida y valorar la belleza y la grandeza que se encuentra en todas las formas de existencia en nuestro vasto mundo. Pablo Neruda sabía que tenía detractores que señalaban su cara de elefante, pero no se amilanaba nada el gran poeta chileno e incluso le hizo una larga oda al elefante que termina de esta manera:

“Por eso hoy rememoro tu mirada,/ elefante perdido/ entre las duras lanzas y las hojas/ y en tu honor, bestia pura,/ levanto los collares/ de mi oda/ para que te pasees por el mundo/ con mi infiel poesía/ que entonces no podía defenderte,/ pero que ahora junta/ en el recuerdo/ la empalizada en donde aprisionaron/ el honor animal de tu estatura/ y aquellos dulces ojos de elefante/ que allí perdieron todo lo que habían amado.”

Terminemos con la fábula del elefante que soñaba con ser un ser humano. Cada noche, mientras los demás elefantes dormían, él miraba las estrellas y se imaginaba caminando erguido, con una sonrisa en el rostro y hablando con palabras poéticas. Un lirismo elefantiásico insuperable.

Un día, el elefante decidió buscar la manera de hacer realidad su sueño. Buscó en cada rincón de la selva, pero ninguna criatura podía ayudarlo. Desilusionado, se dio cuenta de que su anhelo era imposible de cumplir.

El elefante, sin embargo, no abandonó su curiosidad por los humanos. Observó a los hombres de lejos y quedó horrorizado al descubrir su moralidad a menudo cuestionable. Vio cómo se lastimaban entre ellos, cómo destruían su entorno y cómo mostraban crueldad hacia los animales.

Con el paso del tiempo, el elefante se dio cuenta de que su sueño de ser humano no era más que una fantasía que se acercaba en realidad a una pesadilla. Valoró su vida como elefante, su fortaleza, su nobleza y su compasión. Comprendió que la crueldad humana era algo que no deseaba experimentar. ¿Quién podría imaginar que las orejas de un elefante se convertirían en las antenas de las tragedias humanas? Cuando los cañones y los mortales misiles de los humanos retumbaban y las balas silbaban en el aire, las grandes orejas del elefante se alzaban con curiosidad. Escuchaba los gemidos de los soldados heridos, los suspiros de las madres desgarradas por la pérdida y los sollozos de los niños desamparados. 

Así, el elefante renunció a su deseo y encontró paz en su verdadera naturaleza. Agradeció el hecho de no estar atrapado en las cadenas de la inmoralidad y la crueldad humana. Apreció la belleza de la selva y el amoroso vínculo que compartía con sus compañeros los otros elefantes. Desde ese día, él vivió felizmente como un elefante, sin la carga de la desilusión y sin el deseo de ser algo que no era. Aceptó su lugar en el mundo y disfrutó de la vida con gratitud y serenidad. Mientras caminaba majestuosamente por la selva, el elefante se convirtió en un recordatorio para todos de la importancia de valorar nuestra verdadera esencia y de no dejarnos llevar por deseos vanos que pueden traernos más dolor que felicidad. En cada puesta de sol, el elefante alzaba sus orejas hacia el cielo, dejando que la brisa acariciara su piel llevándose consigo los ecos de las penas humanas. Porque, a pesar de todo, su corazón noble y su humor peculiar le recordaban que en medio de la oscuridad siempre puede haber espacio para la luz que brindan esperanza y la risa.

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