Luis Díaz Aldana. Foto: Ana Lucía Mendizábal
Corrían los años 1990 y en un bar se encontraban reunidos Efraín Recinos, Roberto Cabrera y Luis Díaz. Este último se había percatado de que el avance de la tecnología iba a obligarlos pronto, como artistas, a tomar una importante decisión. Así que no quiso esperar más y les planteó a sus colegas una pregunta clave: “Jóvenes, ¿nos quedamos artesanales, como somos, o nos volvemos digitales?”, fue el cuestionamiento. Recinos y Cabrera respondieron al unísono: “artesanales”.
Díaz, que desde sus inicios se caracterizó por navegar contra corriente, estuvo de acuerdo y tres décadas después, cuando ya ni Efraín ni Roberto están para acompañarlo en esa decisión, se mantiene firme. “Ellos no querían cambiar y yo tampoco. Sucedieron una gran cantidad de cosas, se estableció lo digital fuertemente y el ser ‘no digital’ es una actitud también válida para enfrentarse a la época”, asevera.
“Tengo 85 años (los cumplió el 5 de diciembre de 2024), por lo tanto, mi madurez me hace estar feliz de hacer de esto un experimento: no tengo celular y no manejo ninguna computadora. Me valgo de amigos como Adolfo Méndez Vides y de mis hijas que me hacen cosas digitales que necesito a veces, pero he podido sobrevivir, especialmente a los regaños”, asegura.
“Me han regañado, me han dicho todo lo que me pierdo y me explican 10 veces, y a veces, sí me canso de que me expliquen algo que yo sé”, admite. Y es que como bien dice, no es que no sea capaz de manejar este tipo de recursos. “El que es creativo tiene que estar obligadamente enterado y que me digan lo mismo, no muy me gusta. Pero también entiendo que la gente tal vez quiere lo mejor para ellos y para todo el mundo”, acepta.
“Me mantengo informado sin usar esto (señala un celular). Esto es una contaminación urbana. Todo el mundo tiene teléfono. Están platicando con alguien y están pendientes. Al minuto que tienen libre van a consultar todo lo que está pasando. Antes que no había nada de eso, todo era más directo”, anota.
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Un artista admirado
Las posturas firmes son parte de su personalidad. “Mi vida es larga y experimental en todo lo que hago y eso me ha llevado a ser un bicho de laboratorio”, admite el artista. “Siempre ando poniendo en crisis mi asunto y voy renovando. Soy autocrítico y crítico feroz de lo de afuera. No me siento bien si voy con una actitud complaciente, de ver algo y quedarme tranquilo”, añade el artista.
Dice ser el único sobreviviente de la llamada Generación de los 60. “Este detalle, las autoridades no lo saben, porque como los cambian. Llegan en gallo y en gallo se quedan y salen”, asegura. Señala que el desconocimiento se da tanto en las estructuras del gobierno como en el ámbito académico.
Ese desconocimiento contrasta claramente con la visión que de él tuvieron críticos de arte en los años 70, 80 y 90 quienes hablaron de su particular obra como innovadora. Algunas de estas opiniones se encuentran plasmadas en sus libros de memorias Luis Díaz Aldana en primera persona: Medio siglo de grabado, pintura, escultura, arquitectura, diseño industrial en Guatemala.
Irma Luján decía de él: “Su obra lo coloca en la actualidad como el más sólido artista de nuestra plástica… podemos considerarlo un poeta visual”.
El crítico Juan B. Juárez expresó: “Luis Díaz ha sabido situarse siempre en el punto central y decisivo donde se ha gestado y generado lo más significativo del arte guatemalteco de las últimas cuatro décadas en los ámbitos de la pintura, la escultura, el grabado, la arquitectura, las instalaciones, los montajes ambientas y demás manifestaciones artísticas de la contemporaneidad”.
Elisa Fernández Rivas comentaba: “Díaz, valientemente, rompe los moldes tradicionales del arte plástico. El genial artista, huyendo de todo academismo, y sin temor a escandalizar a la gente tradicionalista, produce obras a primera vista escalofriantes, torturadas, llenas de metálicos e interrogaciones…”.
Acerca del sentido de su arte, el propio Díaz dice en la actualidad: “Siempre tengo que responder a un propósito. Mi arte representa esa lucha permanente desde hace más de 50 años. No busco lo económico sino busco la excelencia en el arte”, subraya.
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Su temprano inicio
La historia de Luis Humberto Díaz Aldana comenzó en 1939. Fue el quinto, de los siete hijos de José Rutilio Díaz Portillo, de San Agustín Acasaguastlán, y María Angelina Aldana Cordón, de Zacapa. A los pocos años de su nacimiento, la familia se trasladó a la zona 8 capitalina.
Como lo contó su hermano, el actor Julio Díaz (El silencio de Neto y La Llorona) en una entrevista publicada originalmente en 2021 en elPeriódico y reproducida hace unos meses en ePInvestiga, cuando Luis tenía solo 14 años, su padre les dijo a ambos que ya no podría sostenerles los estudios. Entonces los dos hermanos adolescentes comenzaron a trabajar en la Dirección General de Caminos, mientras siguieron sus estudios en la escuela nocturna.
Luis fue asignado al departamento de máquinas y herramientas en la sección de tornos en donde descubrió sus habilidades. Bajo las órdenes de don Miguel Molina Ortiz, a quien en su libro Memorias, Luis Díaz Aldana en primera persona, el artista identifica como un segundo padre, comenzó a descubrir sus habilidades.
Pronto se le empezaron a encargar las piezas más difíciles. Durante siete años aprendió fundición, herrería, carpintería, soldadura, mecánica, además, de reciclaje de materiales y con esas habilidades y los materiales que encontraba realizó sus primeras prácticas como escultor.
A los 19 años, luego de graduarse como Maestro de Educación Primaria, se inscribió en la Universidad de San Carlos y cursó dos años de la carrera de Arquitectura. Sin embargo, indica, que como se había formado muy joven, se hizo muy independiente y pronto dejó las aulas, y se consolidó como autodidacta.
A mediados de los años 1960, Díaz se unió a Dany Schaffer para fundar la Galería DS en un local de la zona 9. Su trabajo era comentado por los medios de comunicación que destacaban la variedad de disciplinas, técnicas y materiales utilizados en sus piezas.
Para finales de los 60, surgió en el país el Grupo Vértebra, que encabezaban Roberto Cabrera, Marco Augusto Quiroa y Elmar René Rojas. “Yo discutía con ellos a un buen nivel, pero siempre terminaban dominando porque Cabrera era muy competente para opinar, era muy culto y leía mucho”, refiere. “Siempre fui muy amigo de él y estuve muy cerca de su estilística y todo lo que hizo. Para mí fue una linda experiencia porque tenía espacios para recibir ese lado de Cabrera, con Quiroa un poco y con Elmar, un poco más difícil. Para mí era importante tenerlos como contrincantes, respetando mutuamente todos los espacios”, enfatiza.
En ese tiempo, Luis comenzó a frecuentar a Efraín Recinos, quien como dice “fue un amigo que yo cultivé porque siempre busqué a mis maestros”, añade. Con ese respaldo y la convicción de que no era con manifiestos que debía enfrentarse al grupo Vértebra, sino con arte, se propuso realizar obras contundentes. Muchas de sus piezas las presentaba en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. “Los trabajos que hice eran muy intensos. Si a mí me afectaban a los demás les daban cara vuelta… Yo creo que eso fue lo más sano y lo más positivo que he logrado hacer en mi vida y ser así hasta la fecha. Siempre de choque”, acentúa.
Brasil en los 70
Ya para inicios de los años 70, el ámbito de la plástica guatemalteca identificaba a Luis Díaz como uno de sus más importantes representantes. Sin embargo, admite que la respuesta a su arte en Guatemala, “siempre fue de un grupo pequeño de amigos”. Incluso afirma que ni siquiera los alumnos llegaban a preguntar nada acerca de las obras. “Aquella idea de que ven al artista como intocable y yo normalmente me considero amable y accesible, pero no puedo ir a buscar”, aclara.
Sus propuestas iban a trascender con sus participaciones en las bienales de Sao Paulo Brasil. “Considero que, tanto en Guatemala como en Brasil, esa década de los 70 para mí fue muy importante para definir mis ideas”, cuenta. A esos encuentros artísticos, llevó lo que describe como tres grandes montajes.
El primero, con el que obtuvo el Gran Premio Fundación Matarazzo Sobrinho al artista latinoamericano más destacado fue El Gukumatz en persona. “Era una obra muy nacionalista, con figuras de madera que se convertían en una culebra precolombina. La metí en el camino de una franja de dos metros y medio que pinté en el piso. Llego a la escultura, pinto y la llevo al espacio y de regreso al piso. Salía por la entrada de la bienal. Tenía 250 metros de longitud”, describe el artista. Recuerda que, “ahí llegó Arnoldo Ramírez Amaya y me ayudó a trazar el Gukumatz, porque era una gran tarea. Se hizo en cuatro semanas, pero de locos”. Al final del montaje, Díaz colocó un viejo Volkswagen chocado.
Atribuye el haber recibido el importante premio a que el jurado se fijó en el “ímpetu de ser diferente. Todo lo demás estaba colgado en las paredes y el único que andaba pintando en el piso era yo”, refiere. La monumentalidad y la contundencia de la pieza fue exaltada por los medios de aquel entonces.
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Dos años después regresó con el montaje Afuera adentro. “Como ya había tenido un premio dije voy a traer una obra pesada, de estética más elevada para superarla”, relata. En su libro de memorias, Luis cuenta cómo años más tarde, describió a Mario Monteforte Toledo esta pieza de arte durante un viaje de Londres a París. “… una figura en planta vista desde arriba, a escala natural, que camina por las paredes proyectando su sombra, que narra situaciones cotidianas normales de regímenes represivos. Una ronda, desde estar adentro en la seguridad de la casa. Salir. Pararse. Caminar. Ser atacado. Caer muerto. Funcionario con su guardaespaldas. Soldados marchando. Policía con un perro de presa. Y terminar adentro de las barras de la prisión. Como un parque, el piso lleno de hojas aromáticas de encino, secas, con sus chasquidos al caminar que provocan en el espectador la sensación mágico realista de que los personajes caminan en la pared…”. Además, la obra tiene una representación del Río Motagua.
Luego de realizar ese montaje en la bienal brasileña, Luis llegó y en medio del salón de la exhibición se encontraba nada más y nada menos que Francisco Antônio Paulo Matarazzo Sobrinho, más conocido como Ciccillo Matarazzo. “Me dijo: ¿Usted es el artista? Esto es muy lindo, es digno de una gran mención. Pero me acabo de enterar que fue censurada por su carácter político, porque tenemos chafarotes gobernantes y sale de los premios, pero sigue en la exposición”, cuenta. Aunque no obtuvo ningún premio debido a la censura, para Luis, el reconocimiento del artista de quien lleva el apellido el reconocimiento que ganó dos años antes fue un gran aliciente.
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En 1979, Luis volvió a participar en la bienal con su obra Atitlán. Que según explica en su libro de memorias, dedicó como homenaje póstumo a Manuel Colom Argueta. “Es el paisaje más increíble que he hecho”, indica ahora. Entonces, el jurado se dejó llevar por prejuicios. “Consideró que no podía ser que de un país tercermundista llegara una idea tan conceptual y futurista, y que debía ser copiado de algún lado. No fue censurado, ni siquiera fue reportado, ni analizado. Ni en Guatemala, ni en Brasil”, comenta el artista. “Por eso yo llamo a los 70, la década pérdida”, añade.
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Un premio, una controversia y una pérdida
Aunque Luis diga que la de los años 70 fue una década perdida, sus piezas causaron reacciones en diversos ámbitos. Uno de ellos fue la Primera (y única hasta ahora) Bienal Centroamericana de Pintura. A esa convocatoria acudieron artistas de los cinco países centroamericanos y Luis Díaz presentó su obra Guatebala 71. Esta estaba compuesta por seis grandes rombos color ladrillo, insertados en un marco mayor. Eran un rombo solo, un díptico y un tríptico. Esta disposición permitía apreciar una secuencia en la que las marcas de proyectiles van aumentando y, al final de la escena, las balas invaden todo el último rombo.
Era una obra de denuncia, pero la polémica no fue por ahí. El jurado integrado por la crítica de arte argentina Marta Traba, el pintor peruano Fernando de Szyszlo y el dibujante mexicano José Luis Cuevas. Se suponía que se premiaría a un artista de cada uno de los países y un premio principal que correspondió a la obra de Díaz. La polémica se encendió cuando el jurado decidió declarar desiertos los premios a Honduras, El Salvador y Costa Rica. Y concedió el gran premio, el primer premio y las menciones especiales a artistas de Guatemala. Nicaragua apenas logró un premio, que según confesó la propia Marta Traba en un texto se concedió “más que todo para salir con vida del fallo”.
Tanto organizadores como participantes de otros países mostraron su enojo, además, en los traslados, misteriosamente se perdieron algunas obras, incluyendo el tríptico con el que cerraba Guatebala 71.
Un hogar con inspiración
Luis Díaz se casó con Maritza Lainfiesta cuando tenía 21 años. Diez años después, ya habían procreado a cuatro de sus cinco hijos y el artista estaba consciente de que debía construir su propia casa. Julio, su hermano actor, quien en la actualidad sufre quebrantos de salud, le comentó que Carmen Solís Gallardo, una mujer de teatro había fallecido y que su familia estaba vendiendo un terreno que tenía en Mixco. “Julio preparó todo para que fuéramos a ver. Era lejos, el camino de tierra. Me pareció que era una montaña virgen, con una meseta y me imaginé una casa ahí para tener un dominio. Compré esa propiedad sin agua, sin luz eléctrica”, relata.
Tenía la visión de crear un hogar partiendo de su creatividad y poco a poco le instaló la electricidad, una paja de agua y guardianía. “Yo iba mucho al aserradero Guatemala, y le pedí a don Tomás Bratti, uno de los españoles que manejaban ese aserradero, que me aconsejara una madera que no fuera pino para hacer mi casa. Él me dijo ‘pinabete’. Me explicó que valía lo mismo que el pino, no tiene nudos, tiene aroma, un poquito de aceite y un color divino”, dice el artista.
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“Hice mi diseño y con tres trozas de pinabete comencé a hacer mi casa. Usé toda la madera sin cortarla. Solo el machimbre fue a parar así en invierno, para que se mojara, se lavara, porque toda la madera que venden es verde. Y cuando empecé a trabajarla perdí tres o cuatro duelas, pero las demás, ya venían medio curadas por mi inteligencia”, relata. “Soy de los primeros sino el primero en tener una casa de pinabete respetable”, afirma.
En esa casa vivió con su esposa y cinco hijos. Cuatro hijas, que se encuentran en distintos países y su único hijo varón, quien falleció a los 60 años hace cuatro años. “Me afectó, pero también hay que entender la vida como es. Las cuatro hijas son fantásticas… Eso me ha enriquecido la vida”, dice con orgullo.
Explica que hace algún tiempo, tuvo un accidente que casi le cuesta la vida, pero que se recuperó. “Ellas (sus hijas) se quedaron un poco asustadas”, dice. Indica que considera su casa una joya y espera que al morir, la vean así. “Que la disfruten, la vean como el acervo de su padre y la cuiden”, añade. “Es una casa seria, pero simple, no es pretenciosa, es inteligente, eso sí. He vivido en ella 52 años. Me han visitado grupos de arquitectos”.
Un amplio legado
Además de haber producido dos libros en los que hace recuento de sus obras y experiencias y premios, Díaz se encuentra preparando un nuevo ejemplar en el que hablará acerca de los 22 montajes ambientales que ha realizado durante sus 60 años de carrera. Además, ha escrito artículos referentes a la cultura en diversas revistas y catálogos.
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Sus obras que incluyen pinturas, esculturas, montajes ambientales, arquitectura y diseño de mobiliario le han hecho acreedor a más de 15 reconocimientos. Entre los más notables se cuentan la Orden del Quetzal que le fue otorgada en 2016 y el Premio Carlos Mérida que recibió en 2018.
Un homenaje virtual
A pesar de la convicción de Luis Díaz a no integrarse al mundo digital, sus hijas han trabajado en una página virtual que no solo reúne la información biográfica y referencias de los logros de su padre, sino también imágenes que retratan etapas evolutivas de su quehacer artístico.
El sitio https://www.luisdiaz.com.gt/ abre con un retrato del artista. Desde ahí, puede ingresarse a cinco distintas secciones: Biografía, Trabajo, Museo Virtual, Publicaciones y Contacto.
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- Al ingresar a Biografía está dividida en: Sobre Luis, Currículum Vitae y Honores y publicaciones
- En Trabajo, las subsecciones coinciden con las principales especialidades artísticas desarrolladas por Díaz: Pinturas, Escultura, Murales y Arquitectura.
- Museo Virtual: Es un recorrido digital por la casa del artista, ubicada en Mixco. Comienza con una vista panorámica desde las afueras. Al ingresar a la proyección pueden apreciarse las obras colocadas en la vivienda y en cada una hay un enlace con información detallada de las piezas.
- Publicaciones: En esta área se muestran notas de prensa que refieren a momentos significativos como cuando el artista recibió la Orden del Quetzal, cuando recibió el Premio Carlos Mérida y la inauguración de la escultura Monumento a la familia.
- Contactos: En este espacio se hacen enlaces a las redes sociales disponibles.