Las fiestas Minervalias fueron las máximas celebraciones que se desarrollaron en el país durante el gobierno de Estrada Cabrera. Estas se llevaron a cabo desde 1899 hasta 1919, año en que los aires de cambio soplaban en el país.
Se celebraban anualmente y, en ellas, el Presidente Estrada Cabrera, llamado por sus lambiscones seguidores con el apelativo de “Benemérito de la Patria”, honraba a la juventud estudiosa y aplicada del país con una colorida fiesta dedicada a Atenea, la diosa griega de la sabiduría, el estudio y el entendimiento. Los festejos eran señalados por los conservadores detractores del mandatario como de índole pagana, ya que se invocaba a las antiguas deidades griegas y latinas.
Aunque las Minervalias se convirtieron en el símbolo personal de Estrada Cabrera, su ideólogo fue el Ministro de Fomento, el orador y escritor Rafael Spínola, quien deseaba promover la imagen del gobierno como impulsador liberal del estudio y el saber, alejándose de la conciencia cristina-católica arraigada en el país de la época conservadora, promoviendo el conocimiento y la belleza como verdad.
Las Minervalias se llevaban a cabo, en toda la República, el último domingo del mes de octubre y se inauguraban con el desfile de los estudiantes. Niños y jóvenes perfectamente uniformados a la usanza militar, con quepis y con rifles de madera llevados al hombro, acompañados de bandas, pitos y redoblantes. Las personas esperaban con alegría ver el paso del desfile, en ciudades generalmente aburridas y sin mucho qué hacer.
Los pequeños marchantes, muchos de ellos calzados a la fuerza solo para la ocasión, como era el caso de los huérfanos del hospicio, desfilaban desde la Plaza Central hacia el llamado “santuario del saber”, templete dedicado a la diosa Minerva, una monumental edificación al estilo de los templos griegos, con 24 columnas con capitel jónico, ubicado al final de la Avenida Simeón Cañas, muy cerca del mapa en relieve. Este primer templo fue inaugurado con pompa y circunstancia en el año de 1901 y su diseño estuvo a cargo del arquitecto Manuel María Girón. Fue construido con materiales no perecederos, tras la contrariedad del primero de cartón que se desplomó el día de la inauguración.
Entre las actividades programadas, estaba un día de campo ofrecido por las damas de sociedad a la juventud estudiosa, con carreras de caballos, juegos, marchas, luchas y declamación de poemas. El Presidente premiaba a los alumnos destacados, quienes habían aprobado el año con calificación “muy sobresaliente”. Al varón le entregaban una bicicleta para recorrer el mundo; a la niña, una máquina de coser, para que además de aprender a ganarse la vida, permaneciera obediente y oficiosa en su casa, como demandaban los manuales de las buenas costumbres de entonces, como el Carreño o el libro de moral que el mismo Spínola escribió para sostener ideológicamente al régimen cabrerista.
El templo capitalino de Minerva fue desgraciadamente dinamitado durante los años de la Revolución de octubre, durante el gobierno del coronel Jacobo Árbenz Guzmán, como una muestra de rechazo a la memoria del gobierno de Estrada Cabrera. Actos lamentables que se han repetido con frecuencia en Guatemala, tal y como sucedió con el Teatro Nacional o Teatro Colón después del derrocamiento de Cabrera, con la excusa de que había quedado inhabilitado por los terremotos de 1917-18, aseveración falsa, pues en 1920 se habían iniciado los trabajos de reconstrucción. Y también sucedió en el siglo XX, cuando el presidente Romeo Lucas García ordenó demoler el convento colonial de la iglesia de San Francisco, con el objetivo de agrandar las instalaciones del Primer Cuerpo de la Policía Nacional, en la Séptima Avenida entre 14 y 15 calle de la zona 1. Visión miope de “borrar” la historia destruyendo el patrimonio, lo que se ha constituido en una política nacional, ahora muy de moda en el mundo como lo política de la “corrección”, cuando no es arrasando o destruyendo el acervo material que se borran los desaciertos del pasado.
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