La lectura de la novela de Luis Landero Lluvia fina es un descubrimiento entrañable, porque en su voz narrativa se intuye la madurez de un autor que apareció tardíamente en la escena internacional, escapado de la penumbra local. Con un tono diferente y gran fineza, lenguaje delicado, sabio, absorbente, introdujo un sorprendente diálogo cruzado entre integrantes de una familia común, de clase media, unidos por la madre octogenaria en su cumpleaños, preparándose para una celebración que se vuelve incómoda, revolviendo resentimientos, odios entre hermanos y madre, celos, pasiones, sueños rotos: “¿Para qué tanto agitarse si al final el edificio entero de la existencia se vendría abajo en un instante?”.
La novela despertó la sensibilidad de los lectores, se ha difundido y aparecieron por arte de magia reediciones de sus novelas anteriores, que así se han hecho públicas, y este año, con los reflectores encima se anunció recientemente el lanzamiento de La última función, que de inmediato ordené en lo virtual, para no esperar los tiempos de llegada a Guatemala de la edición en papel. Y bueno, el mismo día de lanzamiento ya estaba disfrutando del primer capítulo de la novela de un personaje que deslumbra de inmediato, Tito, con algo del fracaso del músico de Mario Vargas Llosa (el de su última novela, según ha declarado, que se inspira seguramente en el José María Arguedas del viejo Perú), pero en vivo, actuando en su pueblo, un don nadie con talento que fue promesa y brilló en la aldea años atrás, cuando “no había cosa que no le sirviera para ser feliz”.
El primer capítulo breve es de antología, por lo que hube de releerlo en voz alta unas tres veces para disfrutarlo, como se hace con un pepián caldoso, paladeando cucharada tras cucharada. El narrador presenta a Tito, un sujeto que llega a su pueblo vencido, cargando de frustraciones y fracasos, a descubrir que en esa aldea su figura era memorable, que lo admiraban y recordaban por su cualidad única de voz, su poder al declamar, alguien que fue promesa y vive rendido a la “tentación escénica”. En el pueblo está asociado con la representación de una obra de teatro tradicional, la historia de la Niña Rosalba, que intentarán recuperar. Es decir, la novela plantea los preparativos de la función colectiva, unida al relato de la vida del protagonista. Es la historia de un pueblo que se está muriendo, quedando sin niños ni jóvenes, porque todos migran a las ciudades, y que por unos meses tuvo la ilusión del retorno: “¿En qué año, en qué día, en qué instante se descompuso el mundo?”, para que sea a través de Tito que vuelvan los días de gloria.
También se presenta y caracteriza a la protagonista Paula, a quien confunden con la ex novia de Tito, la artista profesional, a quien ella suplanta consciente de su mentira, para satisfacer una curiosidad íntima, como una extravagancia o experimento existencial.
La novela gesta el mismo tipo de drama de Lluvia fina, con los preparativos para la celebración, pero sin la magia de lo íntimo, orientada a lo externo, girando alrededor de la desgracia colectiva de los pueblos que desaparecen por irrelevancia, porque: “la vida es un negocio que no cubre gastos”.
En cierta medida, el autor se rinde, o ya no tiene el mismo ánimo, y aunque la prosa sigue limpia, como a punta lápiz, el final ya no emociona tanto como al momento del arranque, que parece apresurado, como si el autor se rindió al lado del olvido de Tito.
Landero es hoy día una figura relevante, y la reciente novela un ejemplo del cuidado del lenguaje, que a veces casi cae en las prácticas del modernismo, lo que lo convierte en cierta forma en muy de por acá.
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