Kafka, el hombre y el poder

La transformación de un hombre en un gran insecto no es simplemente una imagen fantástica creada por Kafka; es también, y sobre todo, la expresión de una visión o concepción de la situación de los hombres en el mundo moderno que han perdido todo su valor.

Camilo García Giraldo

junio 2, 2024 - Actualizado junio 1, 2024

La metamorfosis de Franz Kafka es un sorprendente y extraordinario relato que nos narra la transformación en un gran insecto, una mañana, del joven comerciante Gregorio Samsa quien sostiene económicamente a sus padres y hermana. Desde ese momento se encierra en su habitación y pierde su trabajo; hecho que obliga a su padre a buscar uno para conseguir los recursos económicos necesarios y lo repudia por su aspecto físico. Su madre siente por él también el mismo repudio; pero al mismo tiempo, experimenta compasión maternal. Y su hermana Greta es la única que lo acepta tal como es y se ocupa de cuidarlo y alimentarlo. Con el tiempo, sin embargo, enfermo y abandonado por su hermana su desesperación se le acentúa; por esa razón deja de comer hasta que finalmente muere.

Esta transformación de un hombre en un gran insecto no es simplemente una imagen fantástica creada por Kafka; es también, y sobre todo, la expresión de una visión o concepción de la situación de los hombres en el mundo moderno que han perdido todo su valor, que no valen nada. Y lo han perdido porque a su lado y por encima de ellos existe el grande y poderoso aparato administrativo y judicial del Estado, el gran aparato del poder político, que decide sobre sus vidas y sus muertes como lo revela en sus otras novelas, especialmente en El proceso.

Estos aparatos al concentrar todo el poder despojan del poder a los individuos que quedan por fuera de sus marcos. De ahí que su presencia dominante y extensa lo que hace es fabricar individuos impotentes, individuos incapaces de oponerse con eficacia a las órdenes y decisiones de ese poder organizado por las que se definen todas sus vidas. Todos los esfuerzos de José K., el personaje principal de El proceso, por defenderse de la acusación del aparato de justicia son vanos e inútiles; su primer paso de contratar un abogado experto y su posterior decisión de asumir su propia defensa, su aceptación a recibir el apoyo que le ofrecen diferentes mujeres que se encuentra en el camino y la asesoría que busca en el pintor oficial del tribunal, no le sirven para lograr suspender o modificar un ápice la decisión del tribunal de condenarlo a morir, tomada con mucha probabilidad desde el inicio del proceso. Pero, además, esta impotencia frente al poder que lo persigue revela algo más: la incapacidad de José K. de hacer valer ante ese aparato de poder el deseo o el querer de liberarse de la acusación que le ha hecho.

José K. es impotente porque no puede lograr que el poder judicial suspenda, debido a la falta de fundamento real, la acusación que le hace. Es decir, su voluntad razonable y justificada no puede hacerla imperar, no puede realizarla en su vida. La fuerza de este aparato de poder es inmensamente superior a la de su voluntad individual por más racional que sea; aquel todo lo puede mientras que esta nada. El individuo al no poder realizar su voluntad en el curso de su vida se revela como un ser sin valor, como un ser no humano, como pura nada.

Unos años antes, Nietzsche se había dado cuenta de esto que subyace en el relato de Kafka. A saber, que el valor de la vida depende de la capacidad del individuo de afirmar y realizar su voluntad. Cuando el individuo no puede realizar su voluntad se le revela a sí misma la falta de valor que tiene su vida.

Sin embargo, existe entre los dos diferencias fundamentales: la primera consiste en que para Nietzsche, como se sabe, el no poder realizar la voluntad no es un hecho natural de la vida sino, al contrario, el resultado de la acción del mensaje religioso judeocristiano sobre la mente de los hombres de que sus vidas sensibles y naturales no valen nada. Para Kafka, en cambio, esta falta de valor de la vida de los individuos es una situación determinada que resulta de la acción de un poder organizado de la sociedad encarnado en un tribunal anónimo y despersonalizado de justicia. Y la segunda, que Nietzsche está convencido de que este mensaje religioso no tiene un poder superior al de la voluntad de los individuos; si estos quieren de verdad la vida, pueden deshacerse de su presencia, pueden superar la situación nihilista en que los ha colocado en el curso de la historia. Para Kafka, en cambio, no existe esta posibilidad; el hecho de que el tribunal sea una forma de organización le da un poder trascendental del que el individuo no se puede liberar; cuando este queda atrapado por sus redes lo queda definitivamente hasta su muerte.

Por eso la ejecución que acaba con la vida de José K. puede ser considerada como la confirmación definitiva e incontrovertible de esta nada en que se ha convertido su vida, como el acontecimiento que reafirma lo que ha sido, o lo que nunca pudo ser; o mejor, como la metáfora que indica la destrucción del valor y sentido humano de la existencia del individuo que realiza en el mundo moderno la acción de todo poder organizado anónimo e impersonal. De ahí que La metamorfosis sea la obra en la que remata y completa de modo absolutamente descarnado esta visión del ser humano que vive en el horizonte de la modernidad; un hombre como Gregorio Samsa que se despierta convertido en un insecto no es más que la representación palpable de la idea general que presidió la creación de El proceso: el ser humano al perder todo el valor de su vida, pierde su condición propiamente humana, o sea, se vuelve un ser no humano, un animal pequeño e insignificante.

Ciertamente esta visión literaria de la existencia humana de Kafka refleja un aspecto determinado de la realidad de las sociedades modernas: se trata, en efecto, que en estas sociedades la vida de los individuos es regida y controlada en buena medida por las decisiones y las acciones de los funcionarios de los aparatos administrativos del Estado. Las decisiones de estos funcionarios definen muchos aspectos de la vida de los miembros de la sociedad, son decisiones que administran y ordenan sus vidas. Este fenómeno es el que denominó Max Webber, uno de los padres de la sociología moderna, en los mismos años que escribió Kafka su obra literaria, como una “jaula de hierro” que atrapa a los hombres despojándolos o disminuyéndoles su libertad. Es, entonces, la acción sobre la vida de los hombres de estos órganos administrativos del poder moderno la que Kafka recrea en sus personajes imaginarios; víctimas imaginarias que nos revelan en toda su aguda y dramática dimensión la situación real de los individuos que quedan sometidos a las órdenes regulares de estos poderes.

Eduardo Galeano nos enseñó en sus narraciones históricas que los seres humanos tienen valor o acrecientan su valor en la medida que realizan actos justos o, al contrario, lo pierden cuando llevan a cabo actos injustos. Kafka antes de él y situado en el corazón de la modernidad actual nos mostró con sus relatos ficticios que la posibilidad del valor de los seres humanos obedece a una razón más: la de su libertad. En la medida que puedan decidir sobre sus vidas, que puedan obrar en función de su voluntad, serán seres valiosos; y, si, al contrario, pierden su libertad, pierden este poder o capacidad de decidir sobre sus actos, pierden todo el valor que los define y caracteriza como humanos.

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