El framing, también conocido como “teoría del encuadre” o “teoría de los marcos”, es un concepto originado en las ciencias sociales que se refiere a la forma en que se presenta y se interpreta la información para influir en la percepción y la opinión de los individuos y el público. El término framing proviene originalmente de la sociología y se atribuye en gran parte al trabajo de Erving Goffman, quien en 1974 definió el frame o encuadre como un esquema de interpretación que permite a las y los individuos percibir, etiquetar, ordenar, seleccionar e interpretar los sucesos o situaciones del entorno.
A continuación, subrayo dos marcos interpretativos del contexto de la sociedad guatemalteca contemporánea, que, al criterio del grupo de investigación sobre antidemocracia de Oxfam Centroamérica, refuerzan el machismo y la misoginia y perpetúan ideologías racistas institucionalizadas. Ambos son metarelatos específicos que usan metáforas y analogías para impulsar discursos que enclavan luego en acciones concretas.
La masculinidad tradicional a menudo se enfoca en la figura del “hombre protector» y proveedor, o sea, en un “jefe de familia” viril. Este marco metafórico presenta al hombre como el guardián de la familia y por ende de la sociedad, lo que a menudo justifica la dominación y el control sobre las mujeres y la apropiación de sus cuerpos. Los hombres aprenden a ser hombres imitando el comportamiento de sus padres, socializados para ser proveedores, guías y autorizadores, reproduciendo socialmente actitudes machistas.
En sus manifestaciones más extremas, la idea de que el hombre debe proteger y controlar a las mujeres se traduce en una justificación de la violencia de género. El “papá que me pega porque me quiere” es un marco sugiere que la violencia es una forma legítima de mantener el orden y la autoridad dentro del hogar y en la sociedad. La impunidad y la lenidad hacia los agresores perpetúan la idea de que la vida de las mujeres y las disidencias de género son menos valiosas y que sus muertes puede ser justificadas por supuestas transgresiones a los roles de género tradicionales. “Se lo buscaron” por desviarse de la jerarquía o normativa patriarcal. Esa masculinidad hegemónica también se expresa en la homofobia y la violencia contra otros hombres que no se ajustan a los estereotipos masculinos tradicionales. Esto incluye la sanción y la violencia hacia hombres que expresan afecto o que buscan ayuda, lo que refuerza la idea de que solo ciertas formas de masculinidad son aceptables.
Francisco de Goya, Brujas y macho cabrío
Otro marco metafórico prevalente en Guatemala es el de “la civilización versus el salvajismo”, que se utiliza para justificar y perpetuar ideologías racistas institucionalizadas, especialmente contra las comunidades indígenas. Este marco presenta a la civilización occidental y cristiana como la cúspide del progreso y la modernidad, mientras que las culturas indígenas y ancestrales son vistas como “salvajes” y atrasadas. La metáfora de “civilización o barbarie” se remonta a la influencia de pensadores como Domingo Faustino Sarmiento, cuya obra Facundo planteó la idea de que la civilización era la antítesis de la barbarie. En Guatemala, esto se refleja en la negación del genocidio y la marginación histórica de las comunidades indígenas.
Durante la época sangrienta del conflicto armado interno, la justificación del genocidio se basó en la necesidad de una homogeneización cultural, social, “biológica” y lingüística de la población para garantizar la “unidad nacional” y el “progreso de la nación” frente a la creciente amenaza del “enemigo interno”. Esto implicaba la eliminación de las identidades y culturas indígenas, consideradas obstáculos para el avance de la civilización. Mientras tanto, las elites políticas en el poder presentaban a las comunidades indígenas como “salvajes” y “bárbaras”, necesitadas de la “impronta civilizadora” para ser integradas a la nación. Hoy, la narrativa de “el salvaje” se utiliza para deshumanizar y deslegitimar las demandas de justicia y derechos de las comunidades indígenas. Esto se manifiesta en la resistencia a reconocer y reparar los daños históricos, así como en la continuación de políticas que marginan y excluyen a estas comunidades de los procesos de toma de decisiones y del acceso a recursos y oportunidades.
Ambos encuadres tienen consecuencias profundas en la sociedad guatemalteca. Estos son marcos hegemónicos suelen apelar a emociones e identidades muy arraigadas, como el orgullo nacional, la masculinidad y el miedo al “otro”. Como señala la politóloga guatemalteca y miembra del equipo de investigación sobre antidemocracia de Oxfam Centroamérica, Briseida Milián Lemus, los movimientos de la extrema derecha, de la derecha negacionista, de la derecha anticomunista y de los nuevos conservadores suelen utilizar estos llamamientos emocionales para movilizar apoyo y crear una sensación de urgencia en torno a las amenazas percibidas a la cultura dominante. Al apelar a estas emociones, estos marcos interpretativos pueden ser muy eficaces para influir en la opinión pública y el comportamiento de la población, incluso si eso significa socavar los valores y las instituciones democráticas.
En la Guatemala contemporánea, estos dos framings antidemocráticos siguen dando forma al discurso político. Los políticos y los medios de comunicación suelen utilizar narrativas que refuerzan la masculinidad tradicional y la dicotomía civilización/salvajismo para movilizar apoyo a políticas que socavan las instituciones democráticas y los derechos humanos. Por ejemplo, el uso de una retórica antifeminista y antiindígena puede verse como una forma de galvanizar el apoyo entre ciertos segmentos de la población, incluso si eso significa perpetuar desigualdades sistémicas y prácticas antidemocráticas. La normalización de la violencia de género y el femicidio lleva a altas tasas de agresiones y muertes violentas de mujeres y población LGBTQ, cimentando una cultura de impunidad que protege a los agresores, hombres en su gran mayoría. La perpetuación de ideologías racistas institucionalizadas mantiene a las comunidades indígenas en una situación de desigualdad y exclusión, obstaculizando su acceso a la justicia pronta y cumplida, la educación multicultural y los recursos económicos que permitan cerrar la brecha de desigualdad.
Los encuadres antidemocráticos a menudo carecen de credibilidad porque se basan en narrativas simplistas o distorsionadas de la realidad. Cuando se repiten constantemente, pueden ser vistos como manipulativos o deshonestos, lo que reduce su eficacia a largo plazo. Son framings muy inefectivos de los antidemocráticos y la sociedad está gastando discursos pues, al repetirlo, le damos probabilidades que terminen siendo útiles. Por eso, es importante promover encuadres alternativos que fomenten la educación crítica, la diversidad de voces, usando framings positivos y constructivos.
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