Muy lejos se ve ahora la Época de Oro de la danza en Guatemala. Al hablar de ella, bailarines, coreógrafos y maestros que la vivieron lo hacen con nostalgia, mientras que las generaciones actuales solo han escuchado de ese lejano ayer que les parece utópico y que comenzó en la década de 1960.
En ese entonces, el Ballet Guatemala era reconocido como uno de los mejores de América Latina gracias al manejo de un amplio repertorio, la calidad de la ejecución y la acertada dirección de Antonio Crespo. La ballerina, maestra e investigadora Lizette Mertins, expresa: “La Época de oro se dio gracias a la genialidad de Tono (Antonio Crespo), porque él además de ser coreógrafo era músico y maestro. Tenía una visión muy grande de la danza, porque había estado con el Ballet de Cuba”.
Además, en ese entonces, a pesar de que ya se habían atravesado varias crisis por cuestiones políticas y los presupuestos reducidos, aún venían al país grandes maestros internacionales a compartir sus saberes. La Escuela Nacional de Danza tenía gran prestigio y no se daba abasto para recibir a cientos de niños que soñaban verse sobre los escenarios y profesionalizarse.
A nivel internacional la danza contemporánea se iba filtrando y con el aporte de maestros extranjeros como Denis Carey, quien fue director del Ballet Guatemala en 1955, muchos de los jóvenes que buscaban experimentar en estas nuevas opciones encontraron su vocación. Precisamente, fue por eso que nació el Ballet Moderno y Folklórico, que está próximo a celebrar sus 60 años.
Un presente que cuestiona
Más de seis decenios después, el panorama es muy distinto. El Ballet Nacional de Guatemala, recientemente rebautizado como “Christa Mertins”, enfrenta falta de personal, la Escuela Nacional de Danza “Marcelle Bonge de Devaux” atrae a muy pocos alumnos, sus maestros sufren limitantes y los disminuidos presupuestos hacen evidente que la cultura no ha sido prioridad para el Estado.
Fernando Soto, quien fue pianista del Ballet Nacional y hoy ejerce como Director de Fomento de las Artes en la cartera de Cultura, señala que cuando trabajó en ese grupo artístico, el cuerpo de baile estaba conformado por 35 elementos, mientras que en la actualidad solo hay 18.
Sonia Marcos, directora de esa compañía estatal explica: “La falta de personal artístico en estos momentos ha hecho que el ballet siga trabajando, pero que las propuestas coreográficas o remontajes tengan que acomodarse a las necesidades actuales”. Además de que no se pueden llevar a escena algunas de las obras clásicas del repertorio, la escasez de personal limita los tiempos de descanso de los bailarines, lo que podría, a la larga, afectar su desempeño.
La falta de personal tiene relación directa con las limitantes monetarias. Marcos indica que hace falta presupuesto para realizar contrataciones. “Desafortunadamente al ser el mismo presupuesto del año anterior y al haber muchas necesidades dentro del ministerio, se reduce la cantidad designada para estas contrataciones”, explica.
Lucía Armas, quien fue integrante y directora del Ballet Moderno y Folklórico y es directora de Difusión Artística en el ministerio, afirma: “Hemos tenido problema con la Escuela Nacional de Danza. El nivel formativo en los últimos años no ha sido del todo bueno, eso ha provocado que se gradúen pocos bailarines”. Esto repercute directamente tanto en el Ballet Nacional “Christa Mertins” como en el Ballet Moderno y Folklórico, que anteriormente tenían en esa escuela su semillero.
Armas explica que, anteriormente, los maestros de la escuela eran integrantes de las compañías oficiales. Sin embargo, como los horarios de las instituciones se entrelazan, la ley de la Oficina Nacional de Servicio Civil (ONSEC) prohíbe esta doble contratación. Esto ha hecho que los maestros actuales sean bailarines jubilados, que son obligados a congelar su pensión para poder ejercer, o jóvenes recién graduados que no tienen la experiencia necesaria.
Lizette Mertins hace notar los bajos salarios que perciben los maestros de las escuelas de arte. Además de que no existen plazas que cuenten con prestaciones. “Los maestros capacitados no quieren dar clases”, asegura.
Fernando Juárez, Director del Ballet Moderno y Folklórico, expresa que existe un estancamiento en los métodos didácticos y contenidos impartidos. “Me he dado cuenta de docentes, que fueron maestros míos hace 20 años y que siguen con la misma forma de dar la clase”. Él atribuye este “adormecimiento” a la falta de estímulo. “No se traen coreógrafos, maestros y bailarines. Tampoco se propicia que ellos salgan a recibir talleres o clases”, detalla.
La escuela municipal
En contraposición a la situación de instituciones estatales, la Escuela Municipal de Danza ha asumido buena parte de la formación profesional de bailarines, e incluso, tiene su propia compañía de danza. Esta entidad tiene la ventaja de ser financiada por la comuna capitalina y contar con una malla curricular aprobada por el propio Ministerio de Cultura y Deportes, por lo que al igual que la Escuela Nacional de Danza puede graduar bachilleres.
La escuela municipal recibe cerca de 300 alumnos nuevos cada año. Reyna Silva, quien fundó este establecimiento artístico en 2004, cuenta que su inquietud siempre fue rescatar la danza clásica en el país.
Silva se graduó de la Escuela Nacional de Danza, de la que su suegra Marcelle Bonge fue fundadora. Luego, durante décadas formó parte del Ballet Nacional y más adelante del Ballet Moderno y Folklórico. Sin embargo, en 1995 salió de las dependencias del Estado. Ella señala que en distintos períodos ha habido mucha apatía gubernamental y cada vez se hicieron más evidentes la falta de incentivos hacia los artistas, la ausencia de becas, la falta de profesionalización de los maestros y la escasez en el presupuesto.
Ante ese panorama, Silva fue primero a Monterrey a capacitarse en el Método cubano y, más adelante, a Ciudad de México. “Ahí estaba el Maestro Tulio de la Rosa, que es una eminencia de la danza”, refiere. Fue precisamente el método de este maestro, que da la opción de capacitar en danza a niños y niñas que no poseen características anatómicas convencionales para la danza clásica, el que Reyna Silva implementó en la Escuela Municipal de Danza y logró que le fuera aprobado en 2007 por el Ministerio de Cultura y Deportes.
Aída Bocock, Directora de Educación y Cultura de la Municipalidad, señala que, de acuerdo con un estudio realizado, el 90% de los egresados de esta escuela se encuentran trabajando en espacios artísticos. Desde la propia Compañía Municipal de Danza, el Ballet Nacional, el Ballet Moderno y Folklórico, el Ballet del INGUAT, impartiendo clases en colegios, e incluso, como cuenta Silva, algunas alumnas han incursionado en actos acrobáticos.
En cuanto a la oferta académica para quienes desean profesionalizarse se ha diversificado. Incluso la Escuela Superior de Arte de la Universidad de San Carlos (USAC) ofrece una Licenciatura en Danza Contemporánea y Coreografía. Sin embargo, Mertins explica que en los últimos años se han enfrentado a circunstancias difíciles, primero por la pandemia y luego por los conflictos internos de la USAC, que impiden que se puedan realizar clases presenciales.
Otras danzas y opciones
Fuera del ámbito de las escuelas estatales y la municipal, que cuentan con fondos públicos para su subsistencia, se encuentran las academias y estudios que fundan bailarines independientes. Este fenómeno no es nuevo, porque como recuerda Lizette Mertins, en el pasado se destacaron establecimientos dirigidos por bailarines y maestros como Mary de Mitchell, María Roltz, Fabiola Perdomo, Paco y Pilar Galiano. Además de Christa Mertins y Antonio Luisi entre otros.
En los últimos tiempos, señala Lucía Armas, “han surgido muchas academias, pero es a nivel no profesional. Los niños y jóvenes que llegan ahí lo hacen más por un hobbie, pero no por ser profesionales”.
Es precisamente en estas academias en donde puede verse más versatilidad en los bailes que se practican, y en muchas de ellos surgen talentos que danzan ritmos diversos como el rap, hip hop y contemporánea entre muchos otros.
Tanto Mertins como Juárez explican que, a veces, estas academias no cuentan con espacios para realizar montajes, porque los escenarios son muy limitados. Además, Mertins comenta: “Ahora ir (a alquilar) el Teatro Nacional es quitarse un ojo de la cara. Los precios son exorbitantes, irreales. No hay ayuda para el artista. Tiene uno que pertenecer a un grupo nacional para poder llegar”.
En cuanto a la danza contemporánea en el país, Sabrina Castillo Galluser, de la Compañía Momentum de Danza Contemporánea, señala: “Siempre sigue siendo la danza contemporánea una de las que tiene menos espacio y menos población. El problema, sobre todo en relación a la danza contemporánea, es que casi no hay maestros calificados por lo que los jóvenes que quieren dedicarse específicamente a esta forma de danza acuden a otros estilos o maneras de baile”.
Los cambios generacionales
La percepción de la danza en la actualidad se ve también afectada por las formas de pensar y actuar de las nuevas generaciones. Fernando Juárez, afirma que en la actualidad muchos se concentran solo en resultados inmediatos. “Todo lo queremos ya, inmediato y todo lo desechamos. Es necesario crear constantemente, pero es importante guardar los procesos, porque esos procesos van a servir para seguir creciendo, no desecharlo todo”.
Además, hay una tendencia a no valorar los logros de generaciones anteriores, lo cual dificulta los procesos de enseñanza aprendizaje. Sonia Marcos destaca la necesidad de valores como la responsabilidad, el respeto y la entrega con la que se realice el trabajo.
Un caso de excepción
La situación de la Compañía Momentum de Danza Contemporánea es digna de tomarse en cuenta, por tratarse un caso de respaldo de una institución educativa privada. Sabrina Castillo Galluser, su directora, cuenta que empezó en 1988 como una compañía independiente de danza contemporánea. “A finales de los 80 y principios de los 90, era sobre todo un espacio de experimentación alrededor de los procesos coreográficos de cada obra y también un lugar donde se compartían diversos aprendizajes alrededor de la danza”, relata. En los años 90 tuvieron apoyo del Instituto Humanista para la Cooperación con los Países en Desarrollo (HIVOS ) y de la fundación Prince Claus Fund. “Esto nos permitió presentarnos en temporadas callejeras extensas y también facilitó la colaboración con artistas internacionales”.
La directora explica que, en el año 2000, aún con el apoyo de HIVOS, elaboró un proyecto para que Momentum fuera la agrupación en residencia de una Universidad. “En ese tiempo no se oía en Guatemala lo de esta figura. Después de pláticas con las autoridades de la Universidad Rafael Landívar (URL) de ese tiempo, se creó una alianza entre Momentum, la URL e HIVOS, lo que permitió la fundación del Instituto de Danza e Investigación del Movimiento de la Universidad”, indica.
“El hecho de que la Universidad diera este espacio y más tarde cubriera los salarios de los bailarines fue algo sin precedentes”, asegura.
Lo que hace falta
Aunque la diversidad de expresiones artísticas alrededor de la danza puede verse como una ventaja, esta no es tal, porque como indica Lucía Armas existe aislamiento y tanto instituciones públicas como privadas realizan esfuerzos dispersos.
Entre las propuestas que los expertos hacen a las nuevas autoridades se encuentran la revisión de salarios e inversión en la danza, la realización de festivales, el otorgamiento de becas y la contratación de maestros internacionales que estimulen la creatividad y el desarrollo entre los bailarines, maestros y coreógrafos guatemaltecos.
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