Estos días de vacaciones escolares de medio año los aproveché para despedirme de mis amigos antes viajar a México para visitar a mi anciano abuelo, que ya lleva más de dos años en cama y está cada vez más flaco pero también más inteligente. Se acuerda de todos los detalles de la historia de su vida.
La despedida con los compañeros de mi colegio Synergy fue en el zoológico La Aurora, que me encanta. La verdad es que pasamos una mañana muy agradable. Los de mi clase se ríen porque hablo con los animalitos, sean grandes o pequeños, feroces o inofensivos.
Mi maestra, muy seria, los paró en seco: hablar con los animales es un don que muy pocos tienen, como San Francisco de Asís -les dijo con un tono de solemnidad que pocas veces emplea. Después averigüé que a Asís los animalitos sí le hacían caso, a mí, no, ni siquiera los perritos de la casa, Sandor, Lennon y Lazslo, mucho menos la huraña Gelatina, nuestra hermosa gatita.
Lo interesante ocurrió al margen de los animalitos, y fue cuando me caí. Al salir del zoológico, caminando sobre un puentecito me tropecé lastimándome el pie derecho. De inmediato mi maestra Wendy me auxilió y cuando me despedía, porque mamá ya había llegado por mi para ir al aeropuerto, se acercó mi pequeña amiga Teffy, a quien tanto quiero, y me abrazo diciéndome que se quedaba triste sin mí. Después me di cuenta que había llorado, pues mi camisa estaba mojadita a la altura del hombro.
El siguiente episodio también tuvo su punto de emoción. Disfruto las turbulencias en los aviones y mi madre en cambio se aterroriza. Resulta que las turbulencias nos acompañaron, para mí, felizmente, durante todo el vuelo, mientras mi mamá sufría, sudaba frío y yo la tomaba de las manos tranquilizándola, aunque al mismo tiempo celebraba, para el asombro del resto de pasajeros.
En México mis pasajes favoritos fueron tres. El primero fue la “gran-venida” con unos tacos al pastor que venden cerca de la casa del abuelo y que en la cena los disfruté tanto que hasta tomé vídeos para compartirlos con mis compañeros de clase. Les dije que podemos poner una sucursal de estos deliciosos tacos en Guate y llevar nosotros mismos el negocio. El segundo fue la pijamada con el abuelo; estuve platicando con él sobre la vida, nuestras novias y los planes, hasta que lo dejé dormidito en la madrugada y subí a mi habitación.
El tercer momento me encantó también. Ocurrió el domingo cuando mi tía Jeannie me llevó a misa, a la misma parroquia donde hice mi Primera Comunión y donde medio mundo me conoce. Ahí me dan el privilegio de ser monaguillo y al final de la ceremonia me coloco en la puerta y despido a cada uno de los feligreses, siendo el momento en el que descubro y saludo a las chicas guapas. Había una muy simpática, Down, como yo, a la que le pedí su contacto para invitarla a mi restaurante favorito, la Papa Guapa.
Los días pasaron demasiado rápido y ya estoy de vuelta a Guate para ir a mi karate, pero resulta que no se puede salir de casa porque cayó el diluvio y nos tenemos que refugiar en nuestra pequeña Arca de Noé.
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