En las últimas semanas se ha intensificado el asedio en contra del gobierno. Frentes muchos, agresores un montón. Estamos ante un escenario de alta combustión, donde un solo hecho, una declaración, una noticia puede convertirse con facilidad en la mecha para que la agenda de los incendios se agudice.
Por un lado, el Ministerio Público está presto para aprovechar cuando resquicio para continuar su agenda de desgaste y entorpecimiento, con el propósito de reducir a la nada o algo parecido al presidente Arévalo y su equipo. Una cosa fue lograr con dificultad tomar posesión, otra muy distinta dejar gobernar. Otro frente son los diputados, especialmente reelectos, quienes quieren aprovechar el festín para sacar partido. Qué mejor que hacerlo a costa de un gobierno que se muestra frágil y con múltiples precariedades, por derecho y por revés. Por lo general el perfil de los legisladores dispuestos al desgaste son “personajes” con múltiples cuestionamientos en legislaturas anteriores, vinculados con estructuras de corrupción y del crimen organizado, que dicen tener control sobre grupos (pequeños y medianos) de otros diputados. Pero qué podemos esperar en una arena rústica, amordazante y primitiva como la política nacional.
El Congreso es la principal arena para acometer una serie de acciones en contra del ejecutivo. Utilizando las banderas de las funciones de fiscalización y representación política, impulsan una serie de artilugios para provocar que la agenda mediática se incline a su favor. En un país con escasa cultura política el humo y las piedras venden. Cabe destacar que de manera incesante esos diputados reclaman la falta de diálogo con el gobierno central. Pero lo que ellos denominan conversación esconde el verdadero sentido: reclaman acceso privilegio a los recursos públicos. Yo le llamo simplemente extorsión. Ese tipo de prácticas comunes a lo largo de décadas, donde radica el principal interés por integrar el Legislativo y razón esencial 24/7, en particular de los distritales.
“Yo les puedo ayudar, e incluso puedo convencer a otros colegas, solo que a cambio…” Esta frase ha sido el leitmotiv (motivo principal) que prima en la dinámica del Congreso. Por tanto, tratar de desmontar esa lógica dominante no es fácil. No basta con el deseo de inutilizar lo que por décadas ha sido la llave mágica. Los simples discursos, las buenas intenciones solo son eso. La direccionalidad se consigue por otros mecanismos, pero en esencia, por medios políticos. Esto no es como la lucha libre, donde se enfrentan los técnicos contra los rudos. En la política real, todo es rudo. Los guantes blancos, la elegancia, los buenos modales son modos ajenos a los juegos del poder.
Por lo anterior, preocupan hechos como las débiles explicaciones técnicas del Ministro de Finanzas en el marco de la propuesta de ampliación presupuestaria, el anuncio de un nuevo viaje al exterior del Presidente (sin justificación alguna), la renuncia de un ministro de cartera sensible, la ausencia de acciones de contención ante la oleada analizada párrafos arriba, la inexistencia de una estrategia de comunicación estratégica, entre una larga lista de falencias. Insisto con un planteamiento esgrimido en columna previa: el mandatario y gran parte de su equipo aún no tienen suficientemente claro los propósitos y las tareas esenciales para los que fueron electos. Si no mete, aunque sean las manos, lo actual será vorágine.
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