Un episodio para no echar en saco roto

Renzo Rosal

septiembre 6, 2024 - Actualizado septiembre 5, 2024
Renzo Rosal

Cuando se asumen funciones públicas, es previsible que muchas personas pierdan el piso, o, dicho de otra forma, se marean en un piso. Eso ocurre, especialmente en entornos donde la carrera en la administración pública es inexistente, y, por lo tanto, el desconocimiento, tanto en las áreas sustantivas, en los procedimientos administrativos, pero especialmente en la dimensión éticas es común.

Lo anterior se expresa con especial importancia en el caso del equipo que tiene la responsabilidad de la conducción del gobierno central. Desde el período de campaña, colocaron en el primer nivel de importancia, que harían las cosas distintas; que las formas de proceder convertidas en habituales en los últimos gobiernos dejarían de ser así. En resumen, elevaron la vara, y, por tanto, esa misma medida se aplica en forma implacable desde las percepciones ciudadanas.  A lo anterior, cabe agregar que el hartazgo social también ha hecho mella y ahora somos, por lo general, mucho menos tolerantes de los que éramos tan solo unos años atrás.

Todo lo anterior lo planteo a propósito de lo recientemente ocurrido con quien aún ocupa el cargo de director ejecutivo de la COPADEH. No entro a analizar su desempeño profesional, sino su evidente falta a la ética pública, aunque en la práctica ambas dimensiones no caminan por carriles separados. Quien falta a la segunda, también falla en la primera.

Lo ocurrido merece especial atención porque representa un caso donde el Ejecutivo, y en especial, el Presidente de la República fue objeto de desgaste innecesario. Primero, el proceder nunca debió darse, pero una vez puesto al descubierto, el funcionario en cuestión debió renunciar de inmediato, sin reparo alguno. Pero en su lugar, y allí comienza el desgaste, puso el cargo a disposición. Quizás apelaba a que, en este caso, el mandatario procediera al igual que ocurrió, en un primer momento, con el acto de corrupción de la exministra del MARN, a quien se le perdonó la vida, aunque después rectificó y despidió.  Paso seguido, se llevó a cabo una investigación a cargo de la Comisión contra la Corrupción, cuyo informe es categórico. Ahora si el implicado debía apagar la luz e irse. Destaco que su comunicado de salida no contiene lo que un funcionario responsable de cometer el acto contrario a la ética debió haber planteado. Pero en todo caso, el daño está hecho y se hizo precisamente en un momento de evidente fragilidad de la gestión. Cuando las pasiones hacen su arribo, no hay análisis estratégico posible.

Queda por delante doblar la página (pero no arrancarla). Que lo sucedido sirva de profunda reflexión a toda la administración pública, y en especial, al equipo de conducción. Qué pasaría si se dieran casos de corrupción (en alguna o todas sus modalidades) o si se encontrara que alguno de los diputados del denominado oficialismo estuviera haciendo de las suyas, trabajando en función de sus intereses (más bien de sus negocios). Las alertas deben ser constantes. El propio mandatario y su equipo de confianza deben poner las barbas en remojo, porque las mieles de poder son complejas de manejar; aún se haya vendido la imagen contraria. El mundo real ha hecho su arribo y solo queda administrar con agudeza, templanza, sentido de dirección y una gran dosis de autoridad para tomar decisiones enérgicas y sin miramiento alguno.

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