Vivimos en un mundo inhóspito para el conocimiento y la reflexión. La práctica del pensamiento reflexivo ha sido eclipsada por la superficialidad de las redes sociales. Este predicamento tiene consecuencias profundas para el desarrollo de la vida democrática, la cual se nutre de la incesante actividad de cuestionar y argumentar.
Sin la luz que proyecta la reflexión, estamos condenados a la barbarie. Pensar deviene una obligación ineludible en un tiempo en el cual hasta se llega a sostener, con premisas bastante discutibles, que la inteligencia artificial puede superar a la inteligencia humana. La reflexión esculpe al ser humano y, por tanto, es una actividad indispensable para aquellas personas y comunidades que quieren abrir sus horizontes.
Ahora bien, pensar en el ámbito público nunca ha sido una actividad pacífica. El ejercicio reflexivo suele irritar al poder. La ejecución de Sócrates ilustra el peligro de pensar. ¿No se encuentra en prisión José Rubén Zamora por cuestionar las estructuras de corrupción que se niegan a soltar a la sociedad guatemalteca?
Con todo, la arbitrariedad del poder no puede evitar que la ciudadanía se renueve cada día. Ser ciudadano es pensar, preguntar, cuestionar, criticar y debatir. Estas actividades asumen una importancia mayúscula en un mundo en el cual la manipulación algorítmica del pensamiento se ha hecho ubicua.
La experiencia histórica muestra que algunos de los momentos más oscuros de la humanidad se relacionan con la falta de reflexión. Hace más de medio siglo la pensadora judío alemana Hannah Arendt cubrió para The New Yorker el juicio en Jerusalén de uno de los organizadores del genocidio judío, el burócrata nazi Adolf Eichmann. Este reportaje reflexivo dio origen al polémico libro Eichmann en Jerusalén: Un reporte sobre la banalidad del mal. En este libro, Arendt se cuestionaba acerca de que Eichmann —cuya apariencia inofensiva le llamo la atención— fuera incapaz de cuestionar las órdenes para organizar el transporte de miles y miles de judíos a los campos de exterminio.
Con el tiempo, se ha demostrado que Eichmann trato de ocultar su grado de involucramiento en el genocidio nazi. Sin embargo, desde entonces, se hizo evidente que el mal no es una acción exclusiva de monstruos. Un documental de Netflix Aquellos hombres grises: el holocausto olvidado (basado en un libro de C. R. Browning) subraya el hecho de que fueron hombres ordinarios, simples trabajadores de edad mediana, quienes sin experiencia previa se enlistaron en el grupo policial de reserva 101. Este grupo ejecutó a mujeres, niños y ancianos en la Polonia invadida por la maquinaria nazi. Un detalle escalofriante es que a los miembros de dicho batallón se les dio la opción de no participar en semejante acto. Sin embargo, solo 12 de 500 hombres decidieron no involucrarse en la terrible acción. Llegado el momento, muchas personas no escuchan la voz de su conciencia.
No se puede negar que en nuestro país el conocimiento y la reflexión han sido siempre asediadas por un poder que descansa sobre la arbitrariedad. Recuerdo a Bernal Díaz del Castillo cuando pide a las autoridades reales un Oidor poco letrado para sustituir a otro que les causaba problemas. El historiador aducía que en estas tierras no se necesitaba de personas con letras puesto que aquí los libros se pudrían por falta de uso.
Como sucedía entonces, Guatemala sigue siendo inhóspita para la reflexión. Muchas de las personas que se han atrevido a cuestionar el sistema se encuentran en la actualidad fuera del país. No se puede olvidar, sin embargo, el terrible acoso que viven muchos ciudadanos decentes que, al estar en el país, soportan las arbitrariedades de individuos que ha perdido toda capacidad de avergonzarse.
¿No dice mucho del país el hecho de que la Universidad nacional se encuentre en manos de un minúsculo individuo que se esconde para no dar declaraciones, asumiendo así su incapacidad para justificar sus acciones? La sociedad guatemalteca no debería aceptar que individuos de tal calaña, auxiliados por lamebotas que incluso ostentan “decanaturas”, causen la muerte de una institución cuya función consiste, no solo en formar profesionales, sino también en estimular el pensamiento y la reflexión acerca de nuestro futuro.
Pensar, por lo tanto, es una obligación ciudadana que solo puede eludirse a cambio de disminuirnos como personas. Pensar y hablar ayudará a que las estructuras de la corrupción muestren sus frágiles cimientos. Desde eP investiga, expreso mi compromiso de reflexionar sobre nuestras circunstancias. La ciudadanía debe comprometerse a reflexionar críticamente sobre el futuro que todavía se puede construir.
Jorge Mario Rodríguez es filósofo e investigador
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