Si a Bernardo le va mal, ¡perdemos todos!

Estuardo Porras Zadik

abril 8, 2024 - Actualizado abril 7, 2024
Estuardo Porras Zadik

“En esta vida hay moscas y abejas: las moscas son las personas que no importa el lugar más bonito en el que se encuentren, siempre van a encontrar el pedazo de caca; las abejas son aquellas personas que no importa el lugar más feo en el que se encuentren siempre van a encontrar las flores y la miel”. – Autor desconocido.

El 23 de abril se cumplirán los primeros cien días del gobierno del presidente Bernardo Arévalo y la vicepresidenta Karin Herrera. Por influencia del entonces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Franklin D. Roosevelt, se adoptó en Guatemala y otras naciones la tradición de medir los primeros cien días de un nuevo gobierno, considerándose este un periodo crucial para evaluar su efectividad y capacidad para implementar su agenda política. Será esta la primera medición de la percepción de los guatemaltecos acerca del supuesto “gobierno del cambio”, el que prometió una nueva primavera.

Considero que cien días y nada es lo mismo; en tan escaso periodo no puede medirse la capacidad y efectividad de una administración para implementar un plan de gobierno. En el caso específico de Roosevelt, recordemos que su primer mandato comenzó en 1933, momento en el que implementó una serie de programas y políticas fundamentales para la gestión de la crisis económica derivada de la Gran Depresión. El punto de partida de Arévalo es, sin duda, complejo, pero de ninguna manera comparable con la Gran Depresión y con el impacto que los programas y políticas implementados durante los primeros cien días de ese gobierno causaron en la percepción de los estadounidenses.

La Guatemala que heredan Arévalo y Herrera es compleja: una de contrastes en donde la corrupción generalizada enriquece desmesuradamente a una minoría y expulsa a las mayorías para quienes el Estado no funciona –las cuales terminan dinamizando la economía con su labor desde el exilio–. El nuestro es un problema derivado del Estado fallido: nula institucionalidad, corrupción generalizada, impunidad. Características que se encuentran en todos los sectores de la sociedad; una sociedad dividida en bandos y polarizada por ideologías obsoletas de una guerra que se rehúsa a desaparecer. Además, no podemos dejar por un lado los inesperados resultados de las elecciones y el incierto y tortuoso camino que los diferentes candidatos del Partido Semilla debieron recorrer para tomar posesión de los cargos para los que fueron electos. Nadie, ni ellos mismos pensaban que llegarían al poder y, una vez electos, las mafias hicieron hasta lo imposible para que no asumieran. Estos mismos que minaron su camino continúan al acecho, complicando su gestión y apostándole al fracaso, lo cual les garantiza –según ellos–, el retorno a lo que Arévalo prometió cambiar.

Conozco personalmente al presidente Bernardo Arévalo, de quien solo cosas buenas puedo decir. Al igual que muchos guatemaltecos reconozco que es heredero de un gran legado y porque le conozco, sé que hará su mejor esfuerzo para mantenerlo. El resto de su gabinete es desconocido para mí con escasas excepciones, a quienes, como en el caso de Arévalo, les tengo en alta estima. Por los diputados del Partido Semilla he votado en las dos últimas elecciones pues conforman una escasa y necesaria oposición dentro de la cueva de ladrones –oportunistas y operadores al servicio del mejor postor–, en la que se ha convertido el Congreso. La primera vez que voté por un candidato de Semilla para un cargo que no fuese en el Legislativo fue por Arévalo para el Ejecutivo; lo hice en la segunda vuelta. La realidad es que jamás pensé que podría ganar, como siempre pensé que la llegada al poder de Semilla jamás sería una realidad. Recuerdo cuando me reuní con los fundadores del partido en sus orígenes y, abiertamente, les dije que sin duda eran lo que el país necesitaba, pero que su poca dosis de “hijos de puta” les haría imposible llegar al poder. Según yo, no tenían lo que se requiere para gobernar un país como el nuestro, en el que se tiene que pactar con el diablo para sobrevivir. Pero llegaron, y ahora este David se ve la cara con Goliat, representado por un sistema cooptado por las mafias que dará hasta la última batalla para que el cambio no llegue. Lo que tendrán que hacer para sobrevivir y salir victoriosos puede que nos sorprenda y deberá ser sujeto al escrutinio y la crítica, pero ¿de qué otra forma puede gobernarse en este país? Debemos ser muy cuidadosos en esta próxima evaluación intentado discernir para, como las abejas, encontrar las flores y la miel en este momento y no enfocarnos en la “caca”, como siempre lo hacen las moscas aun cuando las cosas van cambiando. Estoy convencido: si a Bernardo le va mal, ¡perdemos todos!

Estuardo Porras Zadik es economista, empresario y cafetalero guatemalteco

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