Se forma el Grupo del Bolo Flores*

*Tomado de la narrativa “Murales”, de mi texto “Juegos de la Memoria”, que se vende en Sophos

Fernando González Davison

noviembre 6, 2024 - Actualizado noviembre 5, 2024
Fernando González Davison

“Recordé cómo se armó el grupo alrededor de Marco Antonio Flores de casualidad a fines de 1968 en la céntrica Facultad de Filosofía y Letras de la universidad católica URL. Al atardecer fui a buscar a Raúl de la Horra, que estudiaba Psicología en esa vieja casona, y en el corredor saludé a Mario Roberto Morales, estudiante de Letras, a quien conocía de vista, y me presentó al sonriente Luis de Lión. Por azar apareció Marco Antonio Flores, quien venía a recoger a Irma Flaquer, que también estudiaba allí, y Luis nos lo presentó. “Yo soy el Bolo para los amigos y don Bolo para los que no lo son”, dijo y lanzó una carcajada. Flores habló con Irma unos minutos, se despidió y regresó con nosotros: “Muchá, por qué no nos vamos a echar un trago, ah?”. Y los cuatro fuimos al comedor de la facultad, frente al templo de Santo Domingo donde vendían cervezas y tacos. El Bolo, de Lión y Morales hablaban de literatura y yo los oía con atención sobre los libros que leían.

Mario Roberto, ya que me decían Gonaz, me llamó Ferdinaz, una contracción de Fernando y González. A la semana nos encontramos en el mismo lugar y el Bolo llegó con Pepe Mejía. Ambos y Luis tenían diez años más que Mario Roberto y yo, aunque este me llevaba uno, yo de veinte años. Mario Roberto era buen estudiante de literatura, inseparable de Mario Antonio Sandoval. Asimilamos lo que decía el Bolo como a un guía. Otro día Pepe Mejía nos llevó a la librería de Antonio Brañas y lo encontramos con el poeta Roberto Obregón, elegante kíche´ recién llegado de Moscú. Luis tenía una obra hecha y el Bolo también, pero sin editar. Él presumía de sus autores favoritos del momento, Joyce y Manuel Puig, y de sus viajes al exterior: “En Cuba los rusos han sustituido a los gringos. Y en la guerrilla hay muchos clasemedieros irresponsables”. Él, Luis y Pepe pertenecían a la Generación del Cincuenta (como Manuel José Arce y otros más). Mario Roberto y yo aún no teníamos obra para pensar si éramos o no de la generación del sesenta.

Las conversaciones siguieron así por meses cada quince días en un bar o en el modesto apartamento de Irma Flaquer o en casa de Ana María Rodas. Ellas nos daban ron y tortillas con guacamole para hablar de escritores y de política. O en casa de Mario Roberto o la mía. Yo estudiaba Derecho, dirigía allí el diario de la facultad y coordinaba la redacción de Panorama, un boletín democristiano que dirigían Amílcar Burgos y Joseph Tessing. Marco Antonio y Luis de Lión (no León, por joder, según él) mostraron sus novelas escritas y nos impresionaron. Se unió al grupo Francis Gall, aviador y lector. El ambiente artístico florecía en la capital con el Grupo Vértebra con su propia galería, y la de Luis Díaz, DS, y El Túnel de Ingrid Klussmann. Las exposiciones eran lugares de reuniones para la panoplia de gente rara, cuerda, gays, académicos, hippies, diplomáticos, ministros, que les gustaba la pintura de vanguardia, a donde no asistía Manuel José Arce ni Pepe porque rehuían de la gente. “Polémica” fue la sección que el Bolo consiguió en un diario para polemizar y tuvimos espacios para publicar. Luego Marco Antonio pasó a crear la revista Alero de la USAC en 1970 bajo la dirección de Lionel Méndez Dávila, que llevó de dibujante a Ramírez Amaya para ilustrar la revista. Y entraron al grupo el callado Enrique Noriega y el nervioso Luis Eduardo Rivera con ganas que Flores les publicara sus poemas en tan bonita revista. Ambos hicieron migas con Ana cuando la visitamos. Mis borradores en prosa le agradaron a Mario Roberto, ya listo para publicar “La Debacle” pero sin pulir y eso debió haberlo hecho porque no tuvo trascendencia por pecar de impulsivo. Lo siguiente lo escribí en mi mesa en casa con El Imparcial sobre ella:

Ayer, 30 de abril, en un día como hoy, en el año 711, las tropas del islam ocuparon Gibraltar e invadieron la península ibérica con con armas y comercio. Páginas adelante leo que se estrenarán El Padrino con Marlon Brando y Los diamantes son Eternos, de la saga de James Bond, que seguro iré a ver, porque nos saca de la realidad. Miro las caricaturas y me hacen sonreír. Bebo un poco de leche y vuelvo a mi escritorio, donde leo esta nota que escribí después de ver la última exhibición en una galería de arte: “Las exhibiciones de pinturas, los conciertos, las obras de teatro se vuelven rituales y se vuelven una excusa para beber. Allí asisten personas que son un desperdicio para la agricultura, como diría Cardoza y Aragón: dandis y estudiantes forman un grupillo que se burla de los gerentes y funcionarios de manera sarcástica. Siempre se critica a alguien: “Allí va la batimujer, allí va con sus bati anteojos”, al ver a una profesora que impartía clases en la universidad. Otro pone en ridículo a los gays que se pelean por ser amantes del director del teatro o por un pito de mariguana. También están los que tienen ganas de unirse a la guerrilla. Los más formales platican con algún diplomático. La dirección de Bellas Artes está detrás de todo este festín cultural. Me caen bien los pintores del Grupo Vértebra porque quieren unir a los trabajadores de la cultura. Lo forman los maestros Roberto Cabrera, Marco Augusto Quiroa y Elmar René Rojas, que quieren unir artistas del país para transformar la sociedad contra la bota, mientras el conceptual Luis Díaz es aceptado por ellos porque de política no entiende un ápice. En esta exhibición de pintura Tasso felicitó al Bolo Flores por haber terminado de redactar su novela Los compañeros, pero el escritor le respondió que no se metiera con su obra y menos él, un francés que presume de belga. Se lo gritó tan duro que Tasso corrió a la puerta de salida mientras la gente se asustó al oír tal grosería. “Que se joda ese Tasso”, soltó el Bolo altanero ante Mario Roberto. Yo entendí que el Bolo era así porque algún lío mental de infancia lo hacía ser un patán. El caballero del grupo era Luis de Lión, cakchiquel perspicaz, observador de ese mundo hispano al que no entendía del todo. Su novela El tiempo principia en Xibalbá revelaba la influencia de Asturias en sus primeras páginas con el viento fuerte que arremete al pueblo, pero lo hace con gran naturalidad como si su pueblo fuera el de Pedro Páramo en otro contexto. Luis escribe con el lenguaje que habla a diario la gente de su pueblo, San Juan del Obispo, sin folclor, a veces como es el estilo de Asturias, con sus giros singulares y onomatopeyas sin fin. Luis narra la historia de Virgen de Concepción, como le llamaban a la puta del pueblo, que tenía loco al cura que la deseaba.

En un cóctel cultural saludamos al elegante Roberto Obregón. Le dije que me gustó mucho su poemario “Fuego perdido”. Comentamos que Pepe Mejía y Manuel José Arce detestaban los cócteles de las galerías de arte. Poco después Obregón fue asesinado. Flores lo sintió más pues era de su misma generación, como Otto René Castillo, Arqueles Morales, Isabel de los Ángeles Ruano, Luis de Lión, Carlos Zipfel y otros…

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