Jacobo y Jorge Toriello (de la Alianza Cívica) en agosto cerraron filas con los dirigentes universitarios de la Facultad de Derecho, Manuel Galich, los Méndez Montenegro, los flacos Alfonso Bauer Paiz y Augusto Charnaud. Galich invitó a Jacobo a una reunión de dirigentes de los dos partidos hermanos: el Frente Popular Libertador, donde estaban los universitarios; y el partido Renovación Nacional, de los maestros, dirigido por Juan José Orozco. En un momento, este subió al podio y habló ante todos y criticó que hubiera tantos candidatos a la presidencia de ambos partidos, pues ello generaba un caos indeseable. No se trata de una lotería, dijo. Debían llegar a un consenso para designar a un candidato común. Y planteó que, a falta de una figura nacional, debían encontrar un candidato presidencial que uniera a universitarios, maestros y a las familias antiguas conocidas como «cachurecas» ligadas a la Iglesia católica. «Necesitamos un hombre sin nexos con el ubiquismo ni partido alguno actual, que tenga una formación académica de primera». Orozco, fundador de la Universidad Popular en 1922, tenía ascendencia sobre ellos y confesó que los que se habían postulado no eran los mejores y, peor aún, se peleaban entre sí. Debían escoger a un dirigente nuevo que cumpliera los requisitos por él enumerados. Hubo silencio y expectativas. En el debate algunos maestros, profesionales y universitarios propusieron a Jorge García Granados como su candidato, mientras un nervioso Orozco lanzó el nombre del doctor Juan José Arévalo como el mejor pues era un notable intelectual conocido en el magisterio por su método para leer y por su obra Geografía elemental de Guatemala, que son textos obligatorios en las escuelas del país. Y concluyó en voz alta: «¡Arévalo rechazó el viejo autoritarismo y se desterró en Argentina! ¡Es un humanista que cree en la libertad y en los valores morales que brotan de practicar la justicia, como proclamó Max Scheler! Arévalo pregona también el socialismo espiritual como guía de la humanidad y ha escrito mucho. ¡Nuestro Che Arévalo es un talento!».
Muchos aplaudieron y enseguida se abrió una acalorada discusión, unos a favor de Jorge García Granados, pues tenía más experiencia política y era un jurista de primera, mientras Arévalo era un académico sin otra experiencia que la docencia y la academia. Tras calmar los ánimos, al fin, por consenso, ambos partidos aceptaron que Juan José Arévalo fuera su candidato de unidad, si él aceptaba.
Nuestro filósofo tomaba notas sobre el New Deal o el Nuevo Trato de F. D. Roosevelt en su modesto apartamento en Tucumán, donde daba clases, mientras Elisita le hablaba de ir a su natal Bariloche a pasar una temporada con sus padres. De pronto tocaron la puerta con insistencia y el cartero le entregó un radiograma. Luego de firmar el recibo ella se lo dio al filósofo quien, ansioso, lo abrió y quedó atónito al leer: «¡Elisa, escuchá bien! ¡Mis amigos Orozco, Tito Charnaud y Ordóñez Paniagua quieren que vuelva a Guatemala para ser su candidato presidencial! ¡Me preguntan si acepto! El magisterio y los estudiantes van a estar conmigo, ¿qué te parece?» .
Luego de una rápida conversación él les respondió cortísimo por la misma vía: «Delegación guatemalteca Frente Popular Libertador. Saldré domingo avión posible llegue martes».
Y sabido de ello, Long pidió a su inteligencia un reporte sobre Arévalo porque no tenía idea de quién era.
El candidato llevaba pasaporte argentino, porque el guatemalteco había caducado, y abordó el avión luego de una década de residir en Argentina. Fue un largo y ajetreado viaje de dos días con varias escalas. Pensaba en sus padres y en el profesor Alfredo Calcagno, su mentor, en tanto imaginaba que daría cátedras de política en las calles, pero con palabras al alcance de todos.
Cuando se anunció la candidatura de Arévalo, el embajador estadounidense Long se puso en comunicación desde Guatemala con su par en Buenos Aires y le pidió el historial completo del filósofo desde su llegada a Argentina con sus posibles nexos con alemanes. El enjundioso reporte llegó a la semana sin reportar nada sospechoso.
Al fin, el candidato aterrizó vestido de blanco a su patria el 4 de septiembre en el aeropuerto internacional La Aurora y al tocar las llantas de la nave y aún rodaban sobre la pista se preguntaba: «¿Son los últimos instantes de mi vida? ¿Es el comienzo de una nueva vida? Morir, llamado por ese pueblo, es morir en la pelea… es morir a su servicio…. ¡Claro que sí!».
(Avance de la novela de autoría propia Mentiras, sangre y fuego, que se encuentra en proceso de edición)
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